Una respiración corta surcaba el aire, trazando una línea entre la vida y la lucha, infundida por un cansancio penetrante que envolvía su cuerpo con la tenacidad de una niña que no desea separarse de su padre. Sus ojos, fríos y calculadores, centraban su mirada en el horizonte tenuemente oscuro, debatiendo en su mente el paradero de su adversario. Un conflicto interno rugía, sopesando si era prudente enfrentarse a tal sombra en un estado tan vulnerable.
Sin embargo, un eco resonó en su interior, un grito visceral que exigía acción. Su respuesta fue un tajante "Sí", instantáneo y electrizante, seguido de un suspiro que revelaba tanto la resignación como la determinación. Un enemigo oculto tras las sombras de Tanyer le estaría arrebatando la calma de su día a día, y eso era intolerable, no pondría en riesgo su existencia por nada, ni por nadie.
Mujina tembló en su interior, como si una oleada de frío recorriera sus venas, al igual que un viento helado que precede a la tormenta. Sintió el poder descender sobre ella, como un rayo de ira celestial acariciando su espalda, trayendo consigo una opresión letal que nunca había conocido. El aura que emanaba su divino señor era temible, un manto de fuerza tan sobrecogedor como la noche misma, pero también infundía un extraño consuelo. A su lado hallaba refugio y calor. En su presencia, la idea de peligro se desvanecía, borrándose ante el poder que irradiaba de su ser. Sentía que el mundo mismo podía desaparecer, sin embargo, tenía plena certeza de que ella y los suyos permanecerían, sin sufrir daño alguno.
No obstante, esa desconocida energía era insoportablemente imponente, y al ignorar su procedencia solo hizo acrecentar su preocupación. Creía firmemente en el poder de su soberano; no obstante, la semilla de la duda sobre si podría hacerle frente a ese poder si se hacía tangible fue plantada. Desechó rápidamente aquellos pensamientos, tener dudas sobre Trela D'icaya era lo mismo que insultarlo, y prefería sufrir un cruel castigo, o hasta la muerte que hacerlo, tal vez porque conocía las consecuencias.
Fue en aquel instante que, una luz pura y acogedora, como el primer susurro del alba, se materializó tras su señor. Su mano, ágil como la danza de un rayo, se precipitó hacia la empuñadura de su espada, mientras sus ojos, agudos y alerta como los de un felino, barrieron el entorno. No le quedaba tiempo para observar a sus subordinados, sintiendo que no necesitarían de su orden, ya que el instinto los impulsaría a actuar. Pero, se equivocó, tan pronto una enorme silueta humanoide se manifestó, como un espíritu en el bosque a la luz de la luna, ella supo que debía hacer algo, la vida de su señor peligraba, no obstante, su cuerpo no respondió, estaba anclada al suelo. Se percató del temblor de sus extremidades, y de la intención de su vejiga de vaciarse. Tuvo que requerir de la mayor fortaleza para impedirlo.
Alir y Jonsa quedaron petrificados tan pronto la densa energía materializó a la entidad, sufriendo el mismo destino que su Sicrela, aunque sin la fortaleza de ella.
Los ojos de Mujina chocaron con la pulcritud de su piel, y anormal altura. Aquella entidad desprendía de sí misma una belleza indescriptible, misma que causaba temor a su corazón. Apretó los dientes, forzando a su ser a responder, antes que fuera demasiado tarde.
Al mismo tiempo, Anda y Los Búhos disfrutaron de un terror inconmensurable, sus agudos sentidos, potenciados en el pasado por la bendición de su señor, les había permitido distinguirse como los mejores en su campo, pero, al mismo tiempo tenían la consecuencia de ser más susceptibles a la energía, y, aunque gracias a sus diversos entrenamientos habían logrado reforzar aquella "debilidad", la potencia energética, traída de dios sabe dónde los impactó como un torrente de agua a un inconsciente. Decir que apenas podían respirar, no era exageración, y hasta en esos momentos, sin saber porque, pensaron en la seguridad de su amado señor.
En cuanto Mujina, Anda, y el resto notaron que la entidad se movía, inspiraron una profunda bocanada de aire, conteniéndola en sus pechos. Los labios de la alta mujer temblaron al verla acercarse a su soberano, pero, al verle adelantar la posición del arrodillado hombre, su sentimiento fue suplantado por la extrañeza y la curiosidad. ¿Qué haría la entidad a continuación? Fue la incógnita que masajeó las mentes de los presentes. Y la respuesta fue inmediata, una que, incluso en sus sueños más salvajes nunca habrían imaginado. Aquella silueta femenina había efectuado algunos movimientos con los dedos de su mano derecha, e inexplicablemente, en los instantes siguientes, el cuerpo del gigante fue convertido en nada más que polvo. Anda había percibido algo, pero no estaba seguro, ni se atrevía a revelar su duda por temor a ser considerado un lunático. Creía haber visto que algo invisible cortaba al gigante.
Orion cerró por un segundo los ojos. Soportar el sufrimiento se estaba tornando muy complicado, se había vuelto demasiado débil, pensó. Mientras una línea roja salía expulsada de las comisuras de sus labios. La mirada oculta tras la tela que le entregaba la entidad le estaba provocando a su corazón cierta inquietud, sintiendo que solo estaba esperando que las cadenas invisibles que la ataban a la obediencia fueran eliminadas para devolverle el costo total de sus actos del pasado, y en su estado actual no tenía ninguna probabilidad de supervivencia.
Alzó los párpados con violencia, consumiendo una gran cantidad de aire, que se concentró en sus pulmones. Pensar en el fracaso no era propio de él.
«¿Puedes detectar a otro de esos gigantes?».
Ante la interrogante, la entidad femenina, con un gesto sutil y lleno de misterio, levantó su mano. En la inmediatez de un parpadeo, un domo etéreo surgió de su palma, creciendo con magnitud y poder, hasta envolver por completo la estancia, y probablemente todo el interior de la caverna. Sin embargo, todo culminó en un movimiento solemne: su negativa. Con un solo gesto, dejó caer sobre él la pesada carga del silencio, un acto que hizo que el hombre, abrumado por la revelación, exhalara el aire que había acumulado en su ser.
Cancelar su invocación en este instante crucial le regalaría un respiro, un destello efímero de libertad, y una idea, aunque amarga, se dibujaba con claridad en su mente: sacrificar a sus leales siervos podría alargar su propia existencia por un breve lapso... Ante la idea, llamó a Rompehuesos y compañía, serían tributos adecuados para su escape, aunque dudaba que pudiera prolongar demasiado su supervivencia.
Su cuerpo tuvo un espasmo, sintiendo como una miríada de agujas perforaban su piel, y estrujaban su corazón. Ahogó el grito que se agolpaba en su garganta, pero su rostro, un espejo quebrado del sufrimiento, no pudo ocultar la tormenta interna. Hasta ahora se daba cuenta que tanto había despreciado el laberinto y su horrible día a día, sufrir en manos de entidades y criaturas insaciables, climas extremos, hambruna y sed, todo ello solo para evitar caer en esa maldita habitación. Pero, había logrado escapar a este nuevo mundo de comida deliciosa y descanso apropiado, de compañeros de su propia humanidad que con miradas cómplices susurraban en silencio que la soledad jamás volvería a atarle con sus garras.
Sin embargo, tal vez todo solo era una ilusión, el poder de una despreciable entidad que había leído sus más preciados deseos para encadenarlo en una prisión mental. Ya había vivido algo parecido, aunque nada comparado al nuevo mundo, pero debió desechar ese pensamiento, no podía aceptarlo, y, aunque fuera real, no deseaba escapar de tan hermosa ilusión.
Gotas de sangre comenzaron a descender de sus ojos, soportar el dolor estaba dañando a su cuerpo, un cuerpo demasiado frágil para su mente acostumbrada al tormento.
«No voy a morir».
Y con ese pensamiento se decidió a cancelar la invocación... no obstante, algo atrapó su atención, algo que había estado viendo, más no observando, aquella estructura que ocultaba un paisaje todavía desconocido a sus ojos.
«Haz añicos la puerta», ordenó mentalmente.
La dama hizo aparecer de la nada una enorme espada, de hoja larga y ancha, gracias a un extraño símbolo que su mano efectuó. La espada emprendió el vuelo similar a una flecha en la inmediatez de su creación, teniendo como dirección la enigmática puerta. La velocidad del arma fue tan rápida que solo los ojos de Orion fueron capaces de ver su trayectoria.
Se escuchó una breve y pesada detonación, que tuvo como consecuencia el levantamiento de una cortina de polvo.
«Destrúyelo».
La entidad envió su palma al frente, repitiendo la secuencia arcana. La cortina de polvo fue dividida en dos, en tres, en cuatro, mismo momento en que el gigante que se ocultaba tras ella intentaba bloquear sin ninguna posibilidad el ataque. Era demasiado para el coloso de piedra, quien hacía hasta lo imposible por esconder el orbe verde que le otorgaba su preciosa existencia. No obstante, su velocidad no fue equivalente para lograrlo, la pieza sufrió un corte, luego otro, y fue en ese preciso momento que el gigante comprendió que no existía más acción por hacer que la resignación a su destino. Sin embargo, el final aceptado nunca llegó.
Orion derramó una bocanada de sangre tan pronto la invocación desapareció. Tenía la tez pálida, y unas graves ojeras. Internamente estaba devastado, y su exterior tampoco proyectaba un buen estado.
La cortina de humo descendió lentamente, dejando apreciar la sombra de una silueta de tamaño considerable, erguida, como cualquier guerrero.