I'm so lonely, Will you take me away?

La lluvia caía sobre la Ciudad de México, en cada gota se reflejaba el rostro distorsionado de Alice N. 

Había conseguido lo que buscaba. Algo mucho mejor que su misión inicial. 

El pequeño fragmento, le mostró el poder que poseía su antigua alumna [Igualar el nivel].

Alice fragmentó su presencia en miles de reflejos, desaparecio de la azotea para materializarse en cada superficie reflectante de la catedral. Se deslizó por los vitrales, por los charcos del suelo, por las copas de cristal sobre las mesas de la cumbre. Termino frente a las puertas de la sala de reuniones.

Pateó las enormes puertas, astillando la madera centenaria. El pontífice se puso de pie, los masones se pusieron en modo de combate.

"Llámadme Lucifer, "porque ustedes van a morir e implorar a su Dios."

Mostro el fragmento, la energía que emanaba era tan densa, que los que no tenían alguna habilidad especial, las personas comunes. Quedaron maravillados, ante ellos estaba la respuesta, el milagro de dios.

"Ningún arma puede hacerme daño ahora," continuó, giraba para que todos pudieran contemplar su trofeo. "Tendrían que maldecirme para detenerme."

//"¿De dónde has obtenido eso?", preguntó el gentilhombre.

//"El consejo Illuminati sabrá darle el mejor uso a ese artefacto."

 

 Blackthorn, se levantó, derribando su silla

.

//"Ese núcleo," dijo con voz grave, "es el mismo que sentí hace unas horas en la ciudad. En tiempos bíblicos lo habrían llamado un milagro."

//"No se lo dejaremos fácil a los alienígenas," proclamó, alzando el fragmento sobre su cabeza. "No nos retiraremos hasta que obtengamos la gloria."

"Hasta que obtengamos la gloria, verán nuestra alma sangrar," coreó el representante Illuminati.

No nos retiraremos hasta que obtengamos la gloria," continuó Alice.

//"Hasta que hagamos sangrar sus almas," respondieron varios presentes.

//"Minerval Alice," dijo otra vez, "¿De quién has obtenido ese fragmento?"

"De alguien que ya no lo necesitaba," respondió. "De una chica de sonrisa triste."

15.1 Saaniv Charlotte de Habsburgo II

"¿Tinhithus? Qué oportuno."

Saaniv se llevó el dedo índice al labio, un gesto demasiado humano para su cuerpo artificial. "No le pierdas la vista. La cazaré yo misma... si me disculpas."

Corto la llamada. "Bien, síganme," ordenó. "Tomen forma humana."

Los seres se contorsionaron, se comprimían y reconfiguraban en siluetas humanas. El proceso era perturbador de presenciar. 

Sobrescribi los protocolos de seguridad del hangar, forze la apertura de las enormes puertas blindadas. "Voilà"

"Ha pasado tanto tiempo," suspiró con nostalgia al abrirse las compuertas.

El vasto espacio albergaba naves de evacuación, cazas de defensa y vehículos de mantenimiento.

"Ahh, ah..." De la comisura de sus labios no escurrió saliva, sino un fluido opalescente que cambiaba de color según, los ángulos que no existían en este plano de realidad.

"Es su turno…"

Sus formas eran aberraciones topológicas que el ojo humano rechazaba procesar. "¿Me mostrarán?"

La nave anclada en el centro del hangar se descomprimió. No había otra palabra para describir el proceso antinatural que estaba ocurriendo.

Los humanos en el hangar explotaron. Se convirtieron en puertas involuntarias. Algo que había estado esperando en dimensiones adyacentes aprovechó la oportunidad para manifestarse. 

Las pieles humanas se expandieron, se estiraron y cedieron, para liberar sangre y vísceras, permitió la entrada de fragmentos de una realidad alienígena. El aire mismo adquirió masa y textura.

Alzó los brazos al techo del hangar, bailando sobre sí misma. "Ustedes saben lo que hacen."

Toda la estación espacial se estremeció.

La interfaz de la cápsula reconoció los implantes de Saaniv, [Acceso inmediato]. Los seres se deslizaron en el interior. "Uf, echaré de menos el tiempo con ustedes."

[Destino de la cápsula: Madrid: Tiempo estimado de impacto 12 horas]

15.2 Oh, darling

El autobús se detuvo en la entrada del Bosque de Chapultepec. El regordete bajó torpemente, cargando una maleta modesta.

Otros estudiantes descendían de los autos particulares, algunos incluso asistidos por choferes que cargaban su equipaje. Respiró hondo, ajusto el par de gafas redondas.

La silueta del castillo, contruido en lo alto de la colina es su nueva escuela. "(Bien, hecho). ¡SÍ!"

"Este es el Bachillerato Internacional del Castillo de Chapultepec," pensó, recordando el folleto que había memorizado. "La institución educativa más prestigiosa del país".

La historia que le habían enseñado en la escuela pública de su barrio se escurría en su cabeza privilegiada: tras la victoria de los franceses hace casi dos siglos, México se había transformado en un extraño híbrido cultural. El castellano seguía siendo la lengua principal, pero el francés era obligatorio en la educación superior

En la avenida principal, una majestuosa puerta de hierro forjado con el escudo de la escuela, un escudo bajo la serpiente mexicana. El mismo símbolo qué estudiantes de distintas nacionalidades y clases sociales —aunque mayormente de la élite— le atravesaban hacia su nueva vida.

"Esta escuela es diferente a cualquier otra en el mundo," dijo al tiempo que arrastraba su maleta. "Estudiar aquí cuesta una fortuna... y yo entré con beca."

Un chico alto de acento parisino lo empujó al pasar, sin siquiera mirarlo. Mantuvo el equilibrio, acostumbrado ya a ser invisible.

"Todos pasaremos un mes entero encerrados aquí para la 'inmersión cultural'."

El reloj de la torre marcaba las 7:00 PM. El atardecer bañaba el castillo en tonos dorados y rojizos.

Los nuevos estudiantes siguieron el antiguo camino de la corte imperial, flanqueado por puestos donde alumnos de grados superiores promocionaban sus clubes.

//"¡Club de Esgrima! ¡Aprende las técnicas de los mosqueteros!"

//"¡Sociedad de Debate! ¡Necesitamos…!"

//"¡Club de Astronomía! ¡Tenemos el mejor observatorio de la ciudad! ¡Cupos disponibles!"

La ascensión al castillo requería subir cientos de escalones de piedra, con miradores cada cierto tramo para que los estudiantes pudieran descansar. 

Jadeando por el esfuerzo, se detuvo a mitad de camino en uno de estos miradores. Dejó su maleta en el suelo y se acercó a la barandilla.

Un mar de luces comenzaban a encenderse bajo el cielo crepuscular. El bosque de Chapultepec formaba una isla verde en medio del concreto urbano, y más allá, las montañas se recortaban contra el horizonte rojizo.

//"¿Pero qué...?

Sintió algo caliente caer sobre su cabello. Al tocarse, sus dedos encontraron la colilla humeante de un cigarrillo.

En el jardín superior del mirador, sentada despreocupadamente sobre la barandilla con un pie balanceándose en el vacío, estaba La chica del cabello morado.

Olvidó su enojo, olvidó su maleta, olvidó cómo respirar por un instante. 

La contempló y supo que, como diría Benedetti, "ella estaba en su paisaje, en sus desnudos y en sus cielos." Era una presencia que se impuso en su alma sin pedir permiso.

Su cabello morado caía en cascada sobre sus hombros. "La hora del tránsito, cuando el día se hace dudoso", y así era ella: un instante suspendido entre dos mundos.

"Esa región más transparente del aire" que contenían océanos de historias no contadas, profundos y misteriosos, enmarcados por oscuras ojeras que no disminuían su belleza. 

El uniforme escolar mexicano —falda a cuadros, medias blancas hasta la rodilla y saco azul marino— adquiría en ella una elegancia inesperada, un lienzo que no sabía leer, pero que anhelaba comprender.

En su mochila, un libro ajado de Benedetti. Lo había leído tantas veces que algunas páginas estaban gastadas. Y, sin embargo, en ese instante, esas palabras adquirieron un nuevo significado.

Ella dio otra calada al cigarrillo, y el humo escapó lentamente entre sus labios como los suspiros que el regordete sabía que dedicaría a su recuerdo en las noches venideras.

"¡Oye!", gritó, recuperando la voz. "¡Ten más cuidado con eso!"

//"Lo siento," dijo con una voz que era música y silencio al mismo tiempo, suave y distante. "No te vi ahí abajo."

Guardó la caja de cigarrillos en el bolsillo de su saco y, con un movimiento ágil que contradecía su aparente fragilidad, arrojó la colilla de su cigarrillo hacia la oscuridad del bosque. Luego, sin previo aviso, saltó del barandal y aterrizó con la gracia de un gato justo al su lado.

Sorprendido por la repentina proximidad de aquella visión, retrocedió y tropezó con su propia maleta. Cayó sentado sobre el piso del mirador, con las gafas torcidas sobre su nariz y el rostro encendido por la vergüenza.

Le tendió una mano con las uñas pintadas de negro y venas azules visibles bajo las vendas.

No la tomó. El miedo a que ella sintiera el temblor de sus dedos le hizo levantarse por su cuenta, sacudiéndose el polvo del uniforme con manos nervudas.

//"Yo..." Su corazón latía tan fuerte que temió que ella pudiera escucharlo. "Me llamo Félix Montero."

//"Oh, yo soy... amm, ¿cuál era mi nombre?", por un instante una sombra de confusión genuina cruzó su rostro. "No recordaba... bueno, llámame pelimorada. También soy de nuevo ingreso."

Se limpió una mancha de lápiz labial violeta de la comisura de su boca con el pulgar, un gesto casual que a Félix lo mato.

A diferencia de los demás estudiantes, ella solo llevaba una pequeña mochila negra con parches de bandas.

//"¡Oye, tú! ¡No te muevas!"

A lo lejos, en la base de las escaleras, un chico de aspecto formal con un brazalete que lo identificaba como miembro del consejo estudiantil venía corriendo, agitando un papel en el aire.

//"Mierda."

Dio media vuelta y subió las escaleras corriendo, a una velocidad imposible para alguien de su constitución.

Se quedó allí, paralizado, observándola desaparecer entre las sombras y luces del castillo. El chico del consejo pasaba junto a él, regañándole por igual, y gritando tras la fugitiva de nuevo.

Volviendo al presente. Seguía en el mismo mirador donde la había conocido por primera vez, pero todo lo demás había cambiado. La lluvia caía con fuerza, empapando su uniforme, pero apenas la sentía. Grandes meteoritos surcaban el mismo cielo de esa tarde, varios incendios iluminaban partes de la ciudad.

//"¿Quién eres realmente? ¿Y por qué tuve que enamorarme de ti justo cuando el mundo se acaba?"

Un meteoro especialmente brillante cruzó el cielo, reflejándose en los charcos de lluvia a sus pies.

Aclaro su visión a través de la lluvia que empañaba sus gafas. Una figura se movía entre los árboles del bosque, a unos cincuenta metros del mirador donde se encontraba.

"No era un estudiante. Ni siquiera parecía un guardia de seguridad."

Era un hombre alto, de complexión atlética, que vestía una especie de traje ajustado con líneas fosforescentes azules que recorrían sus brazos y piernas. "Materializo de la nada un arma."

Volvió a frotarse los ojos, incrédulo. La escena frente a él parecía sacada directamente de uno de sus videojuegos favoritos: Chrono Trigger, Final Fantasy, Xenoblade Chronicles.

"Videojuegos, y si él está aquí..."

Una idea repentina revelación: ese hombre lo llevaría hasta ella. Hasta la pelimorada. Seguirlo significaba encontrarla, estaba en lo cierto, ese hombre es Vera.

La emoción burbujeaba en su interior como lava a punto de erupcionar. Cualquier duda que pudiera haber tenido se disipó en ese instante. Estaba presenciando algo extraordinario, algo que trascendía la realidad cotidiana. Y la pelimorada estaba involucrada en esto, significaba que ella también era extraordinaria.

"En lo que sea que estés metida," dijo, viendo a Vera escalar por las escaleras de luz, "te salvaré."

El regordete becado que nadie tomaba en serio, descubriendo una conspiración de proporciones cósmicas. Enfrentándose a villanos del futuro, desentrañando misterios interdimensionales, y por supuesto, rescatando a la hermosa chica de cabello morado de un destino terrible.

La imaginación voló aún más lejos. Ella acercándose, "mi héroe"... y luego un beso. Un noviazgo. Una boda con ella vestida de blanco pero conservando su cabello morado. Una casa. Hijos con cabello morado y ojos como los de ella.

"No puedo perderlo." Corrió hacia la reja. 

Al llegar, descubrió con desánimo que las escaleras de luz habían desaparecido. La reja, de tres metros de altura, era mucho.

Un poco más a la izquierda, una pequeña puerta de servicio en la reja, utilizada por los jardineros, estaba entreabierta. 

Se deslizó por la abertura y salió a la calle. Ajustó sus gafas empapadas y echó a correr tras su única pista, tras su único camino hacia ella.

La capa de superhéroe que se había imaginado ondeaba tras él, heroica y dignificante. En realidad, solo era un chico rechoncho corriendo torpemente bajo la lluvia, persiguiendo un sueño con la esperanza de los enamorados.

15.3 Recuerdos felices

Los ventanales góticos dejaban entrar los últimos rayos del atardecer. Félix se acomodó en una de las últimas filas. Dos filas adelante, inconfundible, el cabello morado de aquella extraña chica en medio de la sala de la corte.

La pelimorada no parecía compartir la solemne atención del resto. Se movía inquieta en su asiento, sacando un cuaderno donde garabateaba. A veces giraba la cabeza, mirando hacia las puertas laterales.

El director daba la bienvenida con un discurso sobre "la fusión de culturas que representa nuestra institución" y "el legado imperial que honramos con nuestra excelencia académica".

Vio levantar la mano. El director se detuvo a mitad de frase.

//"¿Sí, señorita...?"

//"¿Puedo ir al baño?"

//"Por favor, espere a que termine la ceremonia de bienvenida," respondió el director con sonrisa tensa.

El presidente se levantaba discretamente de la primera fila y se acercaba por el pasillo lateral. Alto, de cabello perfectamente peinado.

//"Te tengo."

La pelimorada amplío los ojos redondos, pestañeando varias veces. Su expresión cambió a una perfecta imitación de un panda: ojos tiernos, mejillas infladas.

//"Soy un panda," anunció con voz infantil.

El ojo izquierdo del presidente del consejo sufrió un tic nervioso.

//"¿Qué...?", comenzó, descolocado.

//"Soy un panda bonito," insistió ella, haciendo ojitos aún más tiernos. "¿Acaso no quieres a los pandas? Están en peligro de extinción."

El rostro se tiñó de un rojo profundo, visible incluso desde su posición con la boca entreabierta. Ella se inclinó y depositó un beso rápido en su mejilla.

//"¡Por salvar a los pandas!", y se escabulló entre las filas de asientos.

El director carraspeó. "Continuando con nuestra tradición de excelencia..."

Con torpeza, se levantó de su asiento y siguió el camino de la pelimorada, ignorando las miradas reprobatorias. Para cuando salió al pasillo principal, apenas alcanzó a ver un destello violeta doblando la esquina hacia el ala este.

Corrió tras ella, con la respiración entrecortada, hasta que la encontró apoyada contra una de las ventanas arqueadas que daban al jardín interior.

//"Tú de nuevo," dijo, reconociéndolo. Le puso la mano en la cara, manteniéndolo a distancia. Miraba su reloj. "Es hora de la medicina."

Lo soltó tan abruptamente como lo había detenido. De su mochila extrajo un pequeño estuche negro. Sacó una jeringa y se levantó la blusa del uniforme.

¿Quieres probar? Vendo polvitos mágicos."

//"¿Qué? No, yo no... Yo solo..."

Una sonrisa ladeada apareció en el rostro de la pelimorada, revelando un hoyuelo en su mejilla izquierda.

//"Tranquilo, regordete. Es insulina. Soy diabética." Cerró su estuche con un chasquido.

El calor subió por el cuello de Félix hasta sus orejas.

//"No soy un consumidor activo o ¿si?," murmuró, repitiendo las palabras que ella había usado antes, sin entender qué significaban.

//"¿Cómo dijiste que te llamabas?"

"Félix," repitió ella.

Se apartó de la ventana y camino por el pasillo.

"¿Vienes?" preguntó sin volverse.

//"Si, ¿A dónde vamos?"

"..."

Bajo la luz intermitente de los pasillos, sus pupilas estaban dilatadas, devorando el color de sus iris. Se preguntó si realmente había sido solo insulina lo que se había inyectado.

//"Ejem," tosió ella. "Te mostraré algo."

Al doblar una esquina, llegaron a un pequeño vestíbulo con máquinas expendedoras alineadas contra la pared.

La pelimorada se detuvo frente a una de ellas. Se agachó y metió su mano derecha por la abertura inferior, empujando su brazo cada vez más adentro.

//"¿Qué estás haciendo?"

//"Ya mero..." murmuró ella, concentrada en su tarea. Su brazo desapareció hasta el codo, y sus dedos se asomaron por el otro lado, visibles a través del vidrio, moviéndose dentro del mecanismo. 

"¿Quieres algo?"

//"¡Eso es robar!"

//"Si te ven, sí. Yo comeré unas papitas."

Sus dedos tantearon dentro de la máquina, buscando a ciegas. 

//"¡Las tengo!"

Su cara quedó pegada al vidrio, la mejilla aplastada contra la superficie transparente. Maniobraba para liberar su premio. Con un último esfuerzo, consiguió sacar el brazo de la máquina, pero el movimiento brusco la hizo perder el equilibrio. Cayó sentada en el suelo, recostada contra la base de la máquina, con un paquete de frituras estrujado en su mano.

//"¡Las tengo!", repitió triunfante.

Su pecho subía y bajaba por el esfuerzo. La chaqueta de su uniforme se había desacomodado, y uno de sus guantes negros, se había deslizado.

Ella siguió su mirada y se ajustó el guante con naturalidad.

"Accidente," explicó y abrío el paquete de papas. "Cuando tenía nueve años. Un petardo casero." Tomó una fritura y la masticó ruidosamente. "¿Quieres?" Le ofreció el paquete.

Era la mentira que a todos les decía. Explicar que fue… ósea, gestada en una máquina, eso intuía.

Se levantó de un salto, sacudiéndose las migas del uniforme.

"Vamos, hay algo más que quiero mostrarte."

Lo condujo por escaleras en espiral, subiendo cada vez más alto en una de las torres laterales del castillo.

//"Creí que también eras... de nuevo ingreso."

//"Lo soy," respondió ella. "Pero vine a un recorrido previo. Y tengo buena memoria para los lugares inexplorados."

Llegaron a una puerta de madera oscura con herrajes oxidados. Sacó un pequeño alambre de su mochila y, tras manipular la cerradura por unos segundos, la puerta cedió.

//"Voilà, el antiguo salón de pintura."

Era una habitación circular, coronada por una cúpula de cristal que dejaba entrar la luz de la luna. Las paredes estaban decoradas con frescos descoloridos. 

Caballetes cubiertos de sábanas polvorientas se distribuían por el espacio, y grandes ventanales arqueados ofrecían una vista panorámica de la ciudad iluminada.

Capas de polvo cubrían los muebles, y telarañas conectaban las esquinas del techo.

En el centro, una plataforma donde alguna vez posaron modelos para ser inmortalizados

Las llemas —tanto los completos como los ausentes— trazaron el contorno de su mandíbula, sus cejas, su nariz. "Segunda inspección hecha." - "Tienes un perfil extraño," dijo, "Casi aburrido. Ayúdame a ver qué hay por aquí."

Durante la siguiente media hora, desempolvaron el estudio, abrieron cajas, material de pintura reseco, bastidores vacíos y lienzos en blanco que habían amarilleado con el tiempo.

"¡Mira esto!", saco un vestido de seda color marfil con detalles en encaje belga y pequeñas perlas cosidas en el corpiño.

Se quitó la chaqueta del uniforme y comenzó a desabrocharse la blusa.

//"¿Qué haces?", preguntó Félix, dándose vuelta rápidamente, con el rostro encendido.

//"Ponerme el vestido, obviamente. No te preocupes, tengo camiseta debajo."

Estaba frente a un espejo de cuerpo entero ligeramente empañado, ajustándose el vestido sobre su uniforme.

Al verla así, con el cabello morado contrastando con el marfil del vestido y la luz de la luna filtrándose por la cúpula, una imagen se formó en la mente de Félix.

//"Carlota," de sus clases de historia. "Te pareces muchísimo a Carlota de México."

//"¿La emperatriz?" 

//"Sí, la esposa de Maximiliano. Hay un retrato famoso de ella con un vestido muy similar a ese. Es casi idéntica... misma estructura facial, misma postura. Solo que ella no tenía el pelo morado."

//"Te voy a dibujar," declaró.

Ella ya estaba organizando el espacio. Colocó un caballete frente a la plataforma central, dispuso una silla antigua de respaldo

"Siéntate ahí, anda. No, así no. Más erguido. Barbilla ligeramente elevada. Mira hacia la ventana."

Tomó los carboncillos y un gran cuaderno que había encontrado. Inmóvil en su posición, le veía de reojo trabajar, cautivado por la forma en que mordía su labio inferior al concentrarse en un detalle.

Una hora más tarde. El presidente del consejo estudiantil apareció en el umbral. La expresión severa se transformó en curiosamente al contemplar el cuadro frente a él.

//"Los he estado buscando por todas partes."

Ni siquiera levantó la mirada de su trabajo.

//"Te dibujaré después," dijo, haciendo un gesto vago con la mano manchada de carboncillo. "Tienes un perfil neoclásico que me interesa captar."

//"Después."

//"Los tengo que llevar a los dormitorios."

//"Cinco minutos más," negoció. "Estoy terminando las sombras."

Se resignó y se apoyó contra el marco de la puerta.

15.4 Días Contigo

A una semana del inicio de clases, la escuela ya tenía su escándalo favorito. La chica problema del pelo morado y su extraña relación con el impecable presidente del consejo estudiantil.

//"Ahí van otra vez," dijo alguien al aparecer final del corredor principal, ataviada con el vestido que había encontrado en el viejo estudio de arte.

Había adaptado la prenda, acortándola hasta las rodillas en algunas partes y añadiendo algunos parches de tela oscura.

El presidente del consejo, la interceptó antes de que pudiera llegar al comedor principal.

//"Ese vestido rompe al menos siete normas del reglamento escolar," dijo, bloqueándole el paso. "Ya hemos discutido esto tres veces esta semana."

//"Déjame usarlo," respondió, alisando la falda. "¿Acaso odias la elegancia? ¿La historia? ¿El arte?"

Con cada pregunta, daba un paso hacia él, invadiendo su espacio personal hasta que quedaron a centímetros de distancia.

//"Te quitaré el acceso al salón de arte," utilizo su última carta.

//"¡Eres un monstruo!", exclamó, llevándose una mano enguantada al pecho. "Malo, malo, malo."

Cada "malo" le tocaba el pecho con el índice, dejando pequeñas marcas de tinta sobre su impecable camisa blanca.

Irritado, dio un paso adelante. Sin darse cuenta, pisó el borde del vestido. Tropezó, y por reflejo, sus manos se aferraron a la camisa del presidente. El maquillaje de sus ojos, dejó una mancha de rímel negro sobre la tela blanca.

//"¿Qué haces, descerebrada?"

Entre los murmullos de los espectadores, el regordete, alcanzó a escuchar a un grupo de chicas.

//"Wow, el presidente es tan lindo cuando se enoja..."

//"¿Crees que estén saliendo?"

//"Imposible, pero mira cómo la mira... hay química ahí."

Consultó su reloj. Sin decir palabra, levantó la muñeca y le mostró la 'hora'.

//"¡Espectáculo terminado!", anunció a los curiosos. "Todo el mundo a clases."

Durante los últimos días, había desarrollado una amistad peculiar, si ese era el caso. Se encontraban en el viejo estudio de arte, la pelimorada hablaba a la nada o compartían meriendas robadas de las máquinas expendedoras. 

Siguió el camino en los pasillos laberínticos del castillo, pero había aprendido a navegar en ellos. A lo lejos diviso la puerta de la enfermería entreabierta.

Se acercó impulsado por los celos y asomó la cabeza.

Estaba recostada en una de las camas, profundamente dormida. Uno de sus dedos descansaba entre sus labios. Una niña pequeña buscando consuelo.

El presidente del consejo estudiantil no era solo un rostro bonito con un cargo importante. Bajo la tela de su camisa, desnudo de la cintura para arriba. Los músculos delineados, los pectorales firmes, los abdominales marcados, los hombros amplios que se estrechaban hacia una cintura definida y un leve rastro de vello oscuro descendía desde su ombligo, perdiéndose bajo el cinturón de su pantalón.

//"Genial," dijo cruzando los brazos sobre el pecho, algo avergonzado que solo consiguió resaltar más sus pectorales. "Estaba esperando mi camisa. Le pedí a Yin que me trajera una nueva del vestuario." Su camisa manchada yacía hecha un bulto sobre una silla cercana.

//"No está mal, quiero decir... perdón por interrumpir. (Dios, es como en los mangas. Maldición, no puedo competir)".

//"No te preocupes. Supongo que debería acostumbrarme a las interrupciones desde que cierta persona decidió convertir mi último año en un caos constante."

//"¿Está bien?", preguntó, acercándose a la cama y agradecido por tener una razón para desviar la mirada del cuerpo del presidente.

//"Hipoglucemia," respondió, dirigiéndose hacia un armario en la pared opuesta. "No se administró la insulina a tiempo."

//"Para el dolor de cabeza, por tu expresión, parece que lo necesitas." Paso un frasco de pastillas.

//"¿Siempre las llevas contigo?"

//"Las uso con frecuencia," respondió, tomándose una para sí mismo y tragándola sin agua. "Especialmente desde que conocí a tu amiga."

Yin, un estudiante de primer año, entró con una camisa limpia doblada entre las manos.

//"Su camisa, presidente."

La tomó sin decir palabra y se la puso. Luego, dirigió hacia un pequeño armario junto a la cama y sacó un paquete de toallitas húmedas.

Limpio el maquillaje corrido del rostro de la chica dormida, que habían dejado rastros negros en sus mejillas.

//"Siempre se le corre el maquillaje al llorar, siempre llora cuando le baja el azúcar. Dice que es un efecto secundario."

Llevó sus manos a los nudos del vestido.

//"¿Qué estás haciendo?" 

//"La enfermera me dijo que la pusiera en ropa más cómoda," no era la primera vez que lo hacía. 

"Tiene el uniforme debajo."

Dobló el vestido con inesperada meticulosidad y lo colocó sobre una silla cercana.

La imagen que había construido del estricto y autoritario presidente del consejo estudiantil se cayó.

"Tomaré una siesta, las sillas de esta enfermería son incómodas, y ella no despertará por lo menos en una hora."

Se recostó en la cama contigua. Cerró los ojos, suspiro largo y cansado.

"Y apreciaría mucho si pudieras llevar mi camisa manchada a la tintorería que está en la planta baja. La señora Juárez ya me conoce, solo dile que es mía."

Apenas se alejó unos metros. Dentro de la enfermería, abrió los ojos y se incorporó en la cama. 

Esperó unos segundos, asegurándose de que el regordete no regresaría.

"Sé que estás despierta."

La pelimorada abrió un ojo, luego el otro. "¿Cómo lo supiste?", incorporándose y estirándose a la par de un michi.

"Tu respiración cambia cuando duermes de verdad, además, nunca te chupas el dedo cuando duermes. Eso fue un toque teatral innecesario."

//"El regordete se lo creyó," dijo, bajando los pies de la cama y sentándose en el borde. "Dame mis polvos mágicos."

//"No los necesitas. Tu glucosa ya está estabilizada."

"No me refiero a la glucosa," respondió ella, extendiendo su mano. "Sabes perfectamente a qué me refiero."

//"No voy a dártelos. La última vez casi te desmayaste en plena clase de historia."

//"No es asunto tuyo, son mis medicamentos recetados."

"Son estimulantes para tu TDAH (enfermedad mental, pensó. Cambiándolo a uno más amigable), que no tomas según la prescripción," corrigió él. "Los acumulas y luego tomas dosis excesivas."

//"Dame. Mis. Pastillas."

//"No."

Se subió a la cama. En calcetines y adoptó una postura de combate que resultaba más cómica que amenazante. Piernas flexionadas, brazos en guardia alta, y una expresión infantil en su rostro aún manchado por restos de maquillaje.

//"¡Vamo' a peliar!"

Llevó la mano a la frente. //"Te veré en la sala de esgrima," respondió con voz monocorde. "Lleva al regordete como testigo."

Cruzó los brazos. //"Sabía que entrarías en razón." 

El silencio que siguió fue breve pero cargado. Seguía pensando en algún punto indefinido más allá de la ventana.

//"¿Por qué te drogas?"

Experta en desviar conversaciones incómodas. //"Pregúntale al regordete, él sabe."

//"¿Qué va a saber él?", replicó, arqueando una ceja. "Puro anime… mmm, videojuegos."

Saltó de la cama, y sus calcetines negros contrastaban con el suelo blanco impoluto.

//"No hables así de él," lo defendió con un calor repentino en la voz. "Y tú, ¿qué? Puras chicas... ya te vi."

Le dio la espalda, ajustándose el cuello de la camisa.

//"Tú no te quedas atrás."

//"¡Ish!", era un sonido a medio camino entre indignación y vergüenza. "Eso fue antes de entrar aquí."

"Ouhm... ¿Me investigaste?"

El presidente del consejo permaneció en silencio, pero su mente viajó hacia Félix. Pobre corazón, de quién se fue a enamorar.

//"¿Lo hacías…?"

Brincó hacia la otra cama donde él estaba sentado. Colocó su pie sobre la cabeza del presidente.

//"Basta de tonterías, alcancemos al regordete."

Apartó el pie de su cabeza, molesto.

//"Siempre huyendo,"dijo, pero ya se estaba poniendo los zapatos.

En el pasillo principal, dos pisos más abajo, Félix caminaba con la camisa manchada entre las manos.

El eco de unos pasos apresurados lo sacó de sus cavilaciones. La pelimorada venía corriendo hacia él, con el vestido puesto y abotonado a medias. Detrás, a paso más controlado, el presidente la seguía.

//"¡Regordete!", gritó, agitando los brazos. "¡Espera! ¡Te acompañamos!"

"Vamos a la tintorería juntos, tengo que contarte algo sobre este tonto."

//"Te prohíbo que le cuentes eso."

Desde las sombras de un aula vacía, la profesora Alice. "Ah, la juventud."

15.5 Disparate diez 

La clase de matemáticas existía en otra dimensión para la pelimorada. Estaba inusualmente callada. No había interrumpido ni una sola vez, tampoco había corregido a la profesora, ni había lanzado ningún comentario. Estaba absorta en su cuaderno, pero ausente de apuntes.

Thump-thump. Thump-thump.

Hoy tenía un velo funerario, ocultaba el rostro que el conocía de memoria.

//"Pelimorada," la voz de la profesora Alice. "¿Podrías resolver este ejercicio, por favor?"

Parpadeó varias veces. Se puso de pie con movimientos desarticulados.

Su corazón —ese pequeño animal asustado tras la jaula de sus costillas— latía con ritmo impreciso. El cerebro aún funcionaba… el alma se apagaba.

Thump... thump... thump...

//"Listo."

Alice percibió un olor inconfundible que emanaba de la joven. Porque la muerte viene de visita, sin anunciarse. No necesita invitación, para sentarse a tu mesa.

//"Deja ya la droga, joder."

A través de la niebla de su conciencia, algo se conectó."Lo siento, no puedo entender... las manos me tiemblan... ya no sé qué hacer."

Thump-thump-thump-thump.

El regordete quiso gritar. Quiso correr hacia ella. Quiso protegerla del monstruo invisible que la devoraba desde dentro. Pero el miedo lo petrificó.

Thump... thump...

Regresaba a su pupitre cuando sucedió en las miradas de todos.. Primero fue un temblor en sus manos, más pronunciado que antes. Luego sus pasos se volvieron inseguros

Thump... ... thump… Thump... ... ... thump… Así suena un reloj que comienza a detenerse.

Las rodillas —crack— luego el torso —thud— finalmente la cabeza contra el metal —clang— y el cuerpo entero sobre las baldosas —silencio.

Thumpthumpthumpthump

//"¡Llamad a una ambulancia! ¡AHORA!"

Acobardado vio el cabello morado de la pelimorada extenderse. Vio su piel, más blanca que el papel, más fría que el mármol. Vio la espuma en sus labios.

Las sombras emergieron. Se arrastraban desde las esquinas del aula, desde los espacios entre las baldosas, desde los rincones donde la luz no llegaba.

"Es el final... mejor que vivir en pesadillas..." Monstruos que nombramos con nuestros propios nombres.

"Sobredosis," diagnosticó. "Maldita sea, Pelimorada, ¿qué has tomado?"

Thump... ... ... ... thump…

Dentro del cráneo de la pelimorada, dentro de ese universo personal que se colapsaba, el sonido de su propio corazón se hacía cada vez más distante. Alejándose en un largo corredor.

//"Los análisis muestran que 3 de tus 5 medicamentos principales han perdido aproximadamente el 20% de su efecto. Lo siento, pelimorada." Dijo el Doc. Ella colgó.

Cada músculo se rebeló contra su propósito original. Su columna se arqueó. Las extremidades golpearon el suelo. 

//"¡Félix! ¡Ayúdame a sujetarla!"

... thump ... ... ... thump ... …

Las sirenas llegaron como un lamento lejano. Uuuu-uuuu-uuuu.

"Aguanta." Las palabras salieron de su garganta. "Por favor, aguanta."

Los seres sombras la integorraron. "¿Quieres saber por qué?, ¿Quieres saber qué vio en el limbo?"

Y entonces, en el centro mismo de la conciencia, en ese lugar donde ya no había pensamientos estructurados.

Tiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii...

El sonido de la ausencia de sonido. La máscara de oxígeno cubrió la mitad de su rostro.