La muerte del conde

El imperio de Sierzant y sus habitantes habían vivido muchas cosas, guerras, hambruna, epidemias, asesinos...

Pero no importa cuántas cosas viva alguien, uno nunca se vuelve de piedra con las malas noticias.

Por eso, cuando se descubrieron treinta cuerpos en la mansión del conde, el mundo se estremeció.

Miles y miles de planas en el periódico fueron repartidas por todo el imperio. Llegando de esta manera, al hogar de hasta las familias más prestigiosas.

Se trataba del asesinato de catorce nobles, seis empleados y diez caballeros en la morada del orgulloso conde Fallon.

Donde a los nobles, se estima que, con vida, se les arrancó la lengua y cada uno de sus dedos.

La forma característica de matar de un asesino serial que hace mucho tiempo había dejado tranquilo al imperio.

Se dijo que todos esos nobles tenían negocios ilegales con los barrios bajos.

Drogas y prostitución infantil era lo que más resaltaba de ellos.

Por lo que el dueño de un negocio similar, al ver que su territorio estaba siendo violado, tomó cartas en el asunto para eliminar a la competencia.

Entonces, debido a la forma tan peculiar de matarlos, hubo rumores de que tal vez el dueño de dicho negocio era el propio asesino.

Y de que cabía la pequeña posibilidad de que, tras aquel incidente, se viera tentado a volver.

El pánico azotó.

Debido a que muchas de las víctimas de aquel eran mujeres, varias aristócratas se negaban rotundamente a salir de casa.

Pasaron cuatro días y la gente en las calles de la capital se había reducido escandalosamente.

Bien dicen que la tensión se siente en el aire, tal vez es por eso que el clima era un desastre.

Era plena primavera, pero el cielo se encontraba nublado, y en ocasiones, con lluvias torrenciales.

Como este día, que la lluvia era fuerte.

El estudio del vizconde Faure estaba en completa oscuridad. La única luz era la de su ventana, proveniente de los relámpagos que de vez en cuando caían por el cielo.

'Lo sabe'

"¡Ese hijo de perra!" Gritó lleno de cólera y en un arrebato, tomó el jarrón que estaba en la habitación y lo lanzó contra el sirviente que le había traído la correspondencia.

¡Crash!

Este se cubrió con las manos, pero no se movió. Temía que, si lo hacía, el castigo que recibiría fuera severo.

Los pedazos del jarrón se esparcieron por doquier. Uno de ellos rebotó y le hizo un leve corte al vizconde en el rostro.

El rostro del sirviente palideció. El vizconde al sentir su mejilla mojada llevó su mano a ella. Esta se manchó de sangre.

"¿Cómo se atreve un muerto de hambre como tú a hacerme daño...?"

Habló entre dientes.

Su rostro se encontraba completamente distorsionado por la ira.

Por lo que desenvainó su espada y comenzó a acercarse peligrosamente hacia él.

La voz del sirviente tembló.

"N-no...yo... solo vine por el correo y porque... ¡Oliver lo contactó!" Gritó aterrado al verlo tan cerca.

El vizconde se detuvo al escuchar sus palabras.

Hacía años que el vizconde había logrado infiltrar a alguien en la mansión de los Kavanagh.

Desde niño, Oliver se había encargado de darles información sobre cualquier cosa importante que ocurriera dentro.

Entonces la ira pareció abandonar su rostro, y en su lugar, le miró.

Había una clase de desesperación en sus ojos que abrumó al sirviente y lo hizo sentir, de alguna manera, un poco más relajado porque, al menos, su vida ya no corría peligro.

"¿Oliver...? Pero nos vimos hace poco. Supongo que debe ser importante ¿No es así? ¿Qué fue lo que dijo?"

"Dijo que el marqués esconde a una mujer en la mansión desde hace unos días."

El vizconde frunció el ceño.

"¿Una mujer?"

"¡Sí! Y una muy importante porque incluso mandó a Oliver en la madrugada por una doctora y tiene guardias fuera de su habitación para evitar que alguien más entre."

"Eso me suena a que es más bien una prisionera..."

"¿Sí? Considerando la actitud del marqués ¿No podría considerase esto como un acto posesivo de amor?"

"Humm... Bueno, supongo que tendré que investigar esto más a fondo." Murmuró para sí mismo. Luego se dirigió al sirviente y agregó. "Retírate y llévate esa basura."

El vizconde señaló la caja en su escritorio que, daba la casualidad, había recibido el mismo día que la carta del marqués.

Dentro de ella, estaban los putrefactos dedos que le habían arrancado al conde. Lo sabía por el anillo con el sello de la familia Fallon que aún conservaba el dedo anular.

"Eh... sí, con su permiso."

En cuanto el sirviente se marchó con la caja, el vizconde echó nuevamente un vistazo a la carta que el marqués había enviado.

[ Envío esta carta al vizconde para presentar mis condolencias por la muerte del conde Fallon y su familia. 

Más allá de los malos rumores sobre ciertas acciones desagradables de él, sé que ambos fueron muy buenos amigos y ambas familias fueron bastante cercanas. 

Así que quiero decirle que comprendo sus sentimientos. Mis padres murieron en un "Accidente." cuando era muy joven. Por lo que decidí hallar a los asesinos y hacer justicia por mi propia mano.

La buena noticia es que hace poco he logrado obtenerla con la mayor parte de los implicados, la mala es que alguna que otra persona fue lo suficientemente escurridiza para escapar. Usted entiende ¿No es así? 

En fin, a donde quiero llegar es que una muerte siempre es difícil de superar, sobre todo una donde la víctima murió de una manera tan violenta, ¿No le parece? 

Pobre conde, como si hubiera estado ahí, casi puedo escucharlo llorar y suplicar por su vida mientras le arrancaban los dedos ¡Qué terrible! Incluso un criminal como él no merecía morir de esa manera…

Lo siento… creo que he escrito de más.

De cualquier forma, le deseo suerte para que el asesino de su amigo sea encontrado. Manténgase con buena salud y lejos de negocios desagradables. 

Lo que sucedió con el conde fue una tragedia que no me gustaría se repitiera con el vizconde.

- Lo saluda cordialmente el marqués Kavanagh

P.D. Espero encontrarme con el vizconde en la junta que se llevará a cabo en mi hogar]

Era una carta llena de ironía. Aun así, su vista se detuvo en la última frase.

"Tal vez esto sea algo bueno..."

Podría ir allá y tratar de averiguar algo sobre aquella chica de la que Oliver le había hablado.

Era un evento al que no tenía pensado dar su presencia porque quería quedarse en casa con su esposa, pero ahora tenía una muy buena razón para asistir...

۩۞۩

'Cuatro'

Fueron los carruajes que Azriel podía contar desde la ventana del primer piso.

Antes de bajar, entró a su oficina y echó un breve vistazo a la bola de cristal para verificar el estado de aquella chica.

Aún seguía inconsciente y no parecía llegar a despertar pronto.

'No hay nada que hacer'

En primer lugar, no debió esperar a que sucediera un milagro.

No había forma que, por una vez en su vida, las cosas fueran como él necesitaba.

Anticipando aquello, la noche anterior le había dado una instrucción a Ronan.

'En cuanto salga de la reunión quiero escuchar que te deshiciste de ella'. Fueron exactamente sus palabras.

"Estaba aquí..."

Oliver, su asistente, apenas recuperaba el aliento.

Tenía algunas gotas de sudor corriéndole por el rostro que terminó limpiando con un pañuelo.

En cuanto lo vio, Azriel pasó de él y salió de su oficina.

Sabía que sería nuevamente regañado por Oliver y no tenía muchos ánimos de escucharlo.

Este lo siguió por detrás.

"Lo he estado buscando. Era su deber recibir a sus invitados, y no solo no lo hizo, sino que también los ha hecho esperar. Están tan molestos con usted que me han enviado a buscarlo."

"¿Cuánto han esperado?"

"¿Eh? Unos..."

Del bolsillo pequeño de su traje, sacó un reloj de mano y le echó un vistazo luego de acomodarse sus lentes.

"20 minutos."

"Entonces pueden esperar otros 20 minutos."

"Marqués..."

Hubo una chispa en los ojos de Oliver.

Desde hace aproximadamente una semana actuaba de esa manera.

Parecía molesto, seguro aún le guardaba rencor por haberlo enviado en plena madrugada en busca de una doctora.

"Son cuatro carruajes en lugar de cinco. Creí que vendría alguien en representación del duque."

Con algo de recelo, Oliver buscó algo en la libreta que llevaba.

Cuando su vista se detuvo en un lugar, entonces suspiró.

"Al parecer sí."

"Entonces esperaré."

"Solo está buscando una excusa porque no quiere asistir."

"Creí que era mi deber recibir a mis invitados."

"Haah."

Por esa vez lo dejaría pasar.

Así continuaron su camino hasta llegar rápidamente a la entrada principal de la mansión.

"¿Alguien más vendrá el día de hoy?"

"¿Cómo?"

"Ahí."

Azriel señaló con la cabeza a lo lejos un humilde carruaje. Oliver tuvo que ajustarse las gafas para verlo bien.

El carruaje no solo no tenía ningún escudo familiar, sino que también parecía viejo y daba la sensación de que se podría tener un accidente con él en cualquier momento.

Al parecer el personal de la entrada le había dado autorización para pasar y siguiéndole, había un caballero montado a caballo.

"Espere aquí, iré a ver lo que sucede."

Apenas había dado un paso cuando una mano en su hombro lo detuvo.

"No hace falta. Iré yo."

Antes de que Oliver pudiera decirle algo, caminó rápidamente hacia el carruaje.

En cuanto este paró, la puerta se abrió de imprevisto, y de él, salió una dama de una belleza exorbitante.

Tenía el cabello rosado recogido por detrás en un chongo con trenzas. Sus pestañas eran largas y poseía ojos dorados.

Tuvo que sostenerse del marco de la puerta para intentar bajar.

"Duquesa Eckert."

La llamó Azriel cortésmente para obtener su atención.

Nunca había tenido la oportunidad de conocerla de cerca. Solo pudo verla de lejos en los escasos eventos sociales en los que coincidieron.

Pero estando ahora mismo frente a ella, supo que era tan hermosa como decían los rumores.

Debido a unos cuantos mechones que caían en su rostro, la duquesa no había caído en cuenta de la mano que Azriel le extendía para ayudar a bajarla.

"Oh."

Dejó escapar un sonido de sorpresa al encontrarse frente a frente con él.

"Marqués Kavanagh..."

Fue una voz suave y dulce. Algo característico de ella.

"¿Está aquí en representación del duque?"

La duquesa tomó la mano que le tendió y bajó cuidadosamente del carruaje con su ayuda.

"Sí, como sabrá, hace unos meses él fue enviado al norte para contrarrestar la oleada de monstruos. Desde entonces, me estoy encargando de todos sus asuntos."

Azriel asintió.

"Puedo ver lo mucho que el duque confía en usted."

Una mujer no tomaba ningún partido en los negocios de su marido. 

No porque no quisieran, sino que en muchas ocasiones este no se lo permitía. 

"Por supuesto."

Pudo verla esbozar brevemente una pequeña sonrisa.

"Bienvenida sea a la mansión, duquesa. Mi nombre es Oliver y soy el asistente del marqués."

Oliver se presentó mientras realizaba una breve reverencia.

"¿Puedo preguntar si sucedió algo en su camino a la mansión?"

La duquesa siguió el rumbo de su mirada hasta encontrarse con el carruaje.

"Ah..."

Ahora lucía avergonzada

"Tuve un pequeño accidente con el carruaje en el que venía, así que me vi obligada a comprar el de un plebeyo para poder llegar a tiempo."

"¿Le enviarán un nuevo carruaje o irá en el mismo?" Preguntó Oliver mientras miraba el carruaje con desconfianza.

"Oh bueno, si todo sale bien, entonces mi carruaje estará aquí para cuando la junta termine."

"De no ser el caso, use uno de mis carruajes." Propuso Azriel cortésmente.

"Me temo que aceptaré su propuesta."

"Es bueno escucharlo. Ahora, acerca de la reunión, esta se llevará a cabo en el edificio anexo de la mansión."

El rostro de ella se llenó de confusión al escuchar "se llevará." en lugar de "se está llevando.".

"¿Aún no han comenzado?"

"La estábamos esperando."

"¿Es así...?"

"¿No cree que eso sea lo normal?"

Cuando ella miró a Oliver en busca de que confirmara aquellas palabras, este desvió la mirada por algún motivo. 

Entonces tuvo la vaga sensación de que era una mentira.