Aiko estaba demasiado paranoica y estresada como para pensar claramente, tenía que tomar una decisión rápido, así que con mucho cuidado se escabulló hasta el montacargas,
El eco de sus pasos parecía rebotar en cada rincón del oscuro almacén, Los tubos oxidados y los paneles metálicos colgaban como esqueletos antiguos, crujientes y quebradizos, Algo, a lo lejos, se movió. Un destello, Un reflejo en el suelo manchado de aceite, ¿Era una linterna? ¿Un visor? ¿Un arma?
Se agachó de inmediato, conteniendo el aliento, aferrada al borde del montacargas como si fuera su única salvación, La sombra que había visto antes volvió a moverse, más cerca esta vez. Cada paso era un golpe seco contra el concreto, Uno... dos... silencio... tres...
El corazón de Aiko golpeaba tan fuerte que podía sentirlo en las sienes, Sabía que alguien la buscaba, pero no sabía quién... O qué.
Una voz desconocida resonó, apagada por la distancia:
—Unidad C-7 reportándose, El sistema activó una alerta en el punto sur del complejo, Parece que fue una falsa alarma... pero verificaré de todos modos.
Aiko no alcanzó a escuchar la voz con claridad, Solo captó fragmentos, Ruido, Palabras que no tenían sentido por el miedo que la devoraba, No distinguía si venía de una radio, un intercomunicador, o una persona hablando sola.
Con los músculos tensos, se deslizó bajo el montacargas, su respiración entrecortada, Si se movía, la oirían, Si esperaba demasiado, la encontrarían.
Unas botas negras aparecieron a pocos metros, avanzando con ritmo profesional, Sin apuro, sin duda, La linterna en la mano del guardia iluminó una pila de piezas de coches y luego giró, apuntando directamente al escondite de Aiko... pero se detuvo justo antes de alcanzarla.
La luz se apagó.
Y el silencio volvió,
Aiko tragó saliva con dificultad,
No podía moverse. No podía pensar, El aire olía a óxido, a aceite viejo y a algo más… algo agrio que no lograba identificar. ¿Sudor? ¿Sangre? ¿O solo su imaginación desbordándose?
Los pasos se detuvieron justo frente al montacargas.
Podía ver las suelas desde debajo. El guardia —aunque ella no sabía quién era— parecía escanear el área, esperando que cualquier mínimo sonido lo guiara.
¿Me habrá visto? ¿Está esperando que cometa un error?
Una chispa estática zumbó en algún lugar arriba, Un tubo de luz parpadeó brevemente, proyectando sombras que se retorcían como si estuvieran vivas. Una figura oscura se asomó por un segundo, pero desapareció cuando la luz murió de nuevo.
¿Estaba sola realmente?, ¿Y si no es solo uno?
Aiko contuvo un grito. Se estaba dejando llevar, No podía perder el control ahora. Necesitaba una salida, una vía de escape… y rápido.
La figura se movió otra vez, Esta vez se inclinó, como si revisara los restos de una caja metálica a un metro de su escondite.
Un pequeño clic sonó, tal vez el seguro de un arma, tal vez una linterna. No importaba. Lo único que sabía Aiko era que tenía segundos para decidir.
Miró a su izquierda, Una rendija entre las pilas de chatarra.
Estrecha, pero suficiente para colarse si se arrastraba,
Miró a la derecha.
Un camino más amplio… pero abierto, Expuesta, Vulnerable.
Ambas opciones eran una ruleta rusa.
Otro paso... Más cerca.
El guardia murmuró algo, como si hablara por radio, pero la estática lo devoró todo.
Fue ahí cuando Aiko escuchó un segundo sonido, Uno más suave.
Un metal rodando lentamente por el piso detrás del montacargas.
Ella no lo había tocado,
Y el guardia tampoco.
Su respiración se detuvo, No por miedo al guardia.
Sino por una nueva posibilidad que se coló en su mente como veneno:
¿Había alguien más?,
Aiko no sabía si el tiempo se detenía o si su mente se aceleraba tanto que cada segundo duraba una eternidad.
El metal seguía rodando, más lento ahora… hasta que se detuvo con un golpecito seco.
Silencio otra vez.
Pero un silencio distinto, Denso, Cargado.
La linterna del guardia volvió a encenderse, ahora temblorosa, No parecía una búsqueda, sino una reacción instintiva. ¿Él también escuchó algo?
La luz giró, exploró el suelo, los montones… y de pronto se detuvo, No sobre Aiko. No aún, Sino más atrás, hacia donde había rodado ese pedazo de metal.
El guardia no se movía.
¿Estaba viendo algo?
¿O alguien?
La linterna vibró ligeramente en su mano. Aiko no podía distinguir su rostro desde su ángulo, pero algo en la postura del hombre había cambiado
Ya no parecía buscar a un intruso, Parecía… estar a la defensiva.
Aiko no esperó más.
Se giró hacia la rendija, y se lanzó, Su hombro chocó contra el metal oxidado, el filo le rasgó la camisa, sintió un ardor caliente en la piel, Se arrastró como pudo entre tubos, ruedas, cables sueltos, mientras atrás, algo o alguien dejaba escapar un sonido sutil, como de pies arrastrándose.
O como uñas rozando el acero.
No miró atrás.
No se detuvo.
Solo cuando el aire le volvió a llenar los pulmones al otro lado del montón de chatarra, se atrevió a alzar la cabeza.
El guardia ya no estaba ahí.
Y la linterna… tampoco,
Los cortes en su piel ardían, pero Aiko apenas lo notaba. Había llegado a otra sección del complejo, una donde el tiempo parecía haberse detenido: torres de autos aplastados se alzaban hacia el techo como columnas de un templo mecánico olvidado, El olor a óxido y polvo era más denso ahí, y las sombras eran más oscuras, más compactas.
Parecía un laberinto hecho de metal muerto.
Aiko se deslizó entre dos autos colapsados, intentando regular su respiración, cuando un nuevo sonido congeló su sangre.
Voces.
—oye tuviste suerte encontrando al intruso — preguntó intrigado
—no, pero debemos seguir buscando, de otro modo solo habrá sido una perdida de tiempo — respondió con una voz entre cansada y molesta
Aiko giró y comenzó a correr, No tan rápido como para delatarse, pero sí lo suficiente para alejarse de esa sección, Cada rincón del laberinto parecía igual: capós aplastados, ventanas estrelladas, tubos que se entrelazaban como venas oxidadas.
Los pasos comenzaron a sonar detrás de ella, Y aunque las voces no la llamaban por su nombre, susurros lejanos parecían repetir una palabra que ella no alcanzaba a entender, O tal vez solo eran ecos retorcidos por el miedo.
Giró a la izquierda, luego a la derecha, Retrocedió, Tropezó, Siguió, pero El laberinto no terminaba.
Hasta que, al fin, una reja a medio caer apareció frente a ella, Más allá, un camino de grava suelta y maleza. La salida.
Se lanzó sin pensarlo.
El aire nocturno la golpeó como una ola. Respiró, Otra vez, Y otra. Las manos le temblaban.
Pero apenas bajó la mirada para asegurarse de que no estaba herida… la vio.
Una grabadora vieja, colocada con precisión frente a sus pies, como si alguien hubiera sabido exactamente por dónde saldría.
Temblando la tomó, Había un cassette dentro.
Lo reprodujo.
Una extraña voz distorsionada comenzó a sonar, como si una voz masculina hablara desde una caverna o a través de una alcantarilla.
Donde el eco muere sin volver,
y el metal guarda lo que fue carne,
Allí entre sombras que fingen dormir,
él espera,
Pero cuidado…
el precio de trabajar para el diablo no siempre es el alma.
El mensaje se cortó con un chasquido eléctrico.
Aiko se quedó inmóvil, Sin aire, Sin rumbo.
Solo con la certeza de que alguien estaba jugando con ella.
Y que Arata… seguía vivo.