—¿Estás segura de que no estás herida, querida? —Elina acarició los brazos, el pecho y luego el rostro de Solus en busca de heridas o signos de desnutrición.
—Sí, mamá. Estuve fuera una noche, ¡no un mes! —Cuando estaba atrapada dentro de su anillo y veía a Lith someterse a los chequeos de Elina, los encontraba reconfortantes.
«Me equivoqué», pensó Solus. «Tener una mamá amorosa no es reconfortante, es lo mejor.»
Después de que Lith terminó con Elysia, Elina también le hizo su chequeo, ganándose un rodar de ojos.
—Ni se te ocurra rodar los ojos conmigo, joven. Has puesto tu vida en peligro y como tu madre, tengo todo el derecho de preocuparme. Si no te gusta, siempre puedes cambiar de carrera a algo menos peligroso.
—Mamá, soy un mago. ¿Qué se supone que voy a hacer para ganarme la vida? ¿Escribir libros?
—Suena como una idea —Elina asintió—. Y enseñar. No encontrarás asesinos no muertos en un aula del Grifón Blanco.
—¡Ya estoy enseñando en el Grifón Blanco! —replicó Lith.