La vida era así.
Podías entrenar tu cuerpo incansablemente para convertirlo en una herramienta tenaz y resistente. Podías practicar el manejo de la espada y la arquería hasta que las manos te sangraran, templar tus habilidades de observación y pensamiento analítico, y ponerte a prueba contra innumerables oponentes en combate real para convertir conocimientos superficiales en experiencias profundamente arraigadas.
Y entonces, aún puedes morir por nada más que mala suerte.
Lluvia se sintió resentida mientras caía en un abismo sin fondo, rodeada por una avalancha de piedra destrozada.
Pero no, eso no era verdad… su actual predicamento no se debía a la mala fortuna. Ella tenía la culpa. Era ella quien no había sido lo suficientemente cautelosa, perceptiva e inteligente. Todos los signos habían estado allí — las grietas en la piedra, el estado erosionado de las paredes del cañón, el poder devastador de los golpes del Tirano. Debería haber sacado la cuenta.