Masticando vidrio

Dentro de la antigua Ciudadela, una aterradora batalla se acercaba a una sombría conclusión. El interior del gran salón estaba devastado, y aunque el humo aún no había llegado allí, la oscura extensión estaba impregnada de un calor sofocante. El piso destruido estaba cubierto de sangre.

La batalla no había ido bien para los Santos del Ejército de la Espada. La mayoría de ellos ya estaban muertos —solo cuatro permanecían, cada uno luchando por mantenerse con vida.

El Santo Roan estaba golpeado y ensangrentado, su melena blanca pintada de rojo. Su rayo había sido extinguido, y aunque su armadura encantada —un regalo de su hija para celebrar su Trascendencia— le había servido bien, ahora era un desastre hecho jirones de metal desgarrado, a uno o dos golpes de desintegrarse en un río de chispas etéreas.