Ilusión

["Vigilante" ha caído] 

Pensó que era una ilusión, que realmente había muerto. Su consciencia iba y venía, pero Heim sabía que desplomarse ahí mismo, en medio de un charco sangriento atraería bestias, abominaciones. Tenía que forzarse a continuar, pero su cuerpo le gritaba que descansara.

El silencio se adueñó del lugar una vez más, solo siendo roto por su respiración agitada que buscaba calmarse. Él pensaría que estaba muerto si no fuera porque aún respiraba forzosamente y podía escuchar su propio corazón latir fuertemente, sin poder relajarse por las heridas que tenía. Heim se quedó sentado unos minutos más, recuperando el aliento, con el torso inclinado hacia adelante y las palmas apoyadas en el suelo húmedo, el olor del cadáver no ayudaba. Aunque su respiración comenzaba a calmarse, pero la adrenalina aún se aferraba a su pecho como un ancla.

Cuando al fin se incorporó, lo hizo con cautela. Se acercó al cadáver de la criatura, que yacía inerte en el suelo, su cuerpo plagado de deformidades, dientes imposibles y heridas que él mismo había infligido. A pesar de su grotesca forma, algo en ella parecía... Raro, más de lo usual. Como si no fuera una bestia nacida del azar, sino algo creado, formado con un propósito torcido.

Heim entrecerró los ojos, observando con atención. El hedor a sangre y podredumbre empezaba a disiparse, sustituido por un leve resplandor. Entonces sucedió.

Sin previo aviso, el cuerpo de la abominación comenzó a descomponerse. No como carne pudriéndose, sino como un fuego apagándose lentamente en la oscuridad. Su materia se transformó en pequeñas motas de luz pálida, flotando en el aire como cenizas suspendidas.

—¿Qué...? — se puso alerta de inmediato al ver lo que estaba sucediendo, empuñando su machete con más fuerza, de pura voluntad restante.

Las luces, inestables y etéreas, se agruparon frente a él, vibrando débilmente, y luego, como atraídas por algo más profundo, se dirigieron directamente hacia su pecho. Heim apenas tuvo tiempo de dar un paso atrás antes de que lo atravesaran.

Sintió un cosquilleo interno. No era dolor, pero tampoco agradable. Era como si algo ajeno lo estuviera reconociendo desde adentro, adaptándose, encajando.

Una notificación emergió frente a sus ojos, flotando en la interfaz con un tono cristalino:

[Fluctuación vital absorbida correctamente]

El mensaje desapareció tan rápido como había llegado. Heim parpadeó.

—¿La fluctuación vital? — Heim ese término lo conocía perfectamente, era lo que le hacía tan especial. Demostrar rastros de esta fluctuación antes de ser un retador o despertado, era raro, pero no imposible. Recordaba que Xavier le había dicho que vigilaban a más como él.

Entonces, se le aclaró la mente. Así se volvía más fuerte un retador, había leído de ello en su preparación, derrotar bestias y absorber sus cadáveres te daba fuerza, y te recuperaba débilmente, quizá era igual en el mundo de donde provenía, pero él no lo sabría aún, solo sabía que si quería fortalecerse, debía matar a más de estos "Vigilantes".

Su concentración fue tal que no se había dado cuenta que sus heridas más graves habían sido curadas, pero no del todo. Se preguntaba cuál era su límite de absorción, pero por el momento. Esta nueva energía lo ayudaría a aguantar lo suficiente.

El chico decidió caminar cerca de los edificios. Las paredes agrietadas ofrecían una sensación de refugio, como si las sombras que proyectaban pudieran protegerlo de algo más que simples miradas. Aun así, su andar era precavido, con los sentidos agudizados, cada paso midiendo la distancia entre él y un posible peligro invisible.

La ciudad en ruinas se sentía más viva que nunca. No por presencia humana, sino por la sensación de que algo—o alguien—lo observaba desde lo alto, desde lo profundo, desde todas partes, aunque él mismo sabía que era su paranoia intentando apoderarse de sí.

Al girar una esquina, se detuvo en seco. Frente a él, una especie de marquesina destrozada colgaba por un solo cable, meciéndose lentamente con el viento. Las letras que antes anunciaban algo importante eran ahora solo símbolos rotos, inservibles. Pero lo que le llamó la atención no fue el letrero, sino lo que había detrás: una entrada a un subterráneo parcialmente sepultada por escombros. Oscura, húmeda… y reciente.

Unas marcas en el suelo indicaban que alguien—o algo—había pasado por allí no hacía mucho. Y lo más extraño era que algunas de esas huellas no eran humanas.

—No me digas que hay más... —murmuró.

Pero se detuvo. Su instinto le decía que bajar era una locura. Sin embargo, otra voz, más fría, más calculadora, le recordó lo que acababa de descubrir.

Si matar a esas cosas te hace más fuerte…

Apretó los puños. No tenía equipo. No tenía plan. Pero tampoco podía ignorar lo que sentía dentro: esa energía nueva, caliente y despierta, como si ya hubiera probado la batalla y quisiera más.

—Solo un vistazo —se convenció a sí mismo.

Pero en cuanto lo dijo, un escalofrío le recorrió la columna.

No era miedo.

Era… reconocimiento.

Esa voz que usó, ese tono. No era suyo. O al menos, no del todo. Se dio cuenta en el acto: no estaba observando el subterráneo por estrategia. No lo hacía por prudencia o por la posibilidad de encontrar suministros. Lo hacía porque una parte de él anhelaba volver a sentir esa energía, esa corriente que lo recorrió cuando absorbió a la criatura.

Una sed. No de sangre… sino de poder. Inmediatamente se dio cuenta de que alguien, o algo, lo llamaba para matarlo ahí dentro. Las abominaciones que hacían eso no eran raras.

—Tsk…

Retrocedió de inmediato, como si el simple hecho de estar allí lo hiciera vulnerable a algo más que enemigos. Se dio media vuelta y regresó por donde había venido, manteniendo los ojos al frente, sin mirar atrás. No le gustaba lo que había sentido. Lo peor era que, por un momento, le había gustado demasiado.

El cielo había comenzado a teñirse de un azul profundo, y las primeras estrellas intentaban asomarse entre las nubes fragmentadas. La noche llegaba sin prisa, pero sin pausa, arrastrando consigo una quietud engañosa.

Debía encontrar refugio. Algo más seguro que andar por ahí, a la intemperie, siendo acechado por criaturas y pensamientos que no terminaba de entender.

A lo lejos, distinguió una tienda semiderruida. Los vidrios rotos crujían bajo sus pies al entrar. El interior estaba igual de devastado que el resto de la ciudad: estanterías volcadas, envoltorios vacíos por doquier, el zumbido de los refrigeradores muerto desde hacía años. Nada útil. Nada fresco.

Pero no necesitaba comida. Necesitaba descanso.

Caminó hacia la parte trasera. Como recordaba, ese tipo de tiendas solía tener una bodega, usada antiguamente para almacenar mercancía. La puerta, medio abierta, chirrió al empujarla. Un olor rancio lo recibió, pero comparado con el cadáver de antes, era casi un alivio.

Se encerró allí dentro. La oscuridad era total, apenas interrumpida por la luz moribunda que se colaba por las rendijas de la puerta.

Se sentó contra la pared, con las piernas estiradas y los brazos cruzados sobre el abdomen. El cuerpo le pesaba, y las heridas, aunque en parte sanadas, seguían doliendo. Pero no tanto como su conciencia.

Estaba cansado. Más de lo que había sentido en mucho tiempo.

—Mañana... —susurró—. Mañana pensaré.

Y por primera vez en mucho tiempo, cerró los ojos, sin sueños, sin expectativas, con la esperanza de que el amanecer no trajera más horrores de los que ya cargaba.

Durmió.

O al menos eso creyó.

La oscuridad cerrada de la bodega lo había hecho perder toda noción del tiempo. No había relojes, no había sol. Solo un silencio pesado que lo arrulló hasta que su cuerpo cedió.

Sin embargo, cuando despertó, sintió que apenas habían pasado unos minutos… aunque su cuerpo juraba lo contrario. Le dolía menos, sus músculos no estaban tan tensos, su mente no tan nublada.

Pero algo lo sacó de ese letargo con brutalidad, como un golpe que te sacaba el aire.

Un sonido. Grave. Lento. Distorsionado.

Parecido al bramido de una vaca. Pero no lo era. Lo supo al instante.

Porque ese ruido no encajaba con el mundo que había conocido antes, ni con el que lo rodeaba ahora. Era más húmedo. Más... denso. Como si vibrara en el aire y al mismo tiempo dentro de su cráneo, como si pudiera "sentir" el sonido.

Su respiración se detuvo al instante, por instinto.

Como si su cuerpo hubiera recordado algo más antiguo que la conciencia.

Esa sensación primitiva que alguna vez permitió a sus ancestros esconderse de bestias que no podían vencer. Lo alertó con fuerza. Su corazón se agitó como si fuera a escaparse de su pecho. Cada latido martillaba contra su sien, haciéndolo palidecer.

Su cabeza palpitaba. No era miedo, no exactamente, Heim no sabía con exactitud qué era lo que estaba ahí fuera, pero no era necesario. Sabía que salir o intentar verlo sería morir.

Era como si una alarma ancestral se hubiera encendido con violencia. Una sirena roja que vibraba con el eco del peligro absoluto. Le dolía. Como si su cerebro estuviera siendo presionado desde dentro, como si fuera a estallar con solo un sonido más.

El bramido se repitió, más cerca esta vez.

Largo. Gutural.

Y todo su cuerpo supo que lo que fuera que lo había emitido... no era algo con lo que pudiera luchar. Al menos no ahora.

Así que aguantó la respiración.

Y esperó.

Como una presa entre sombras, rezando que el depredador pasara de largo, deseando que el destino le hiciera caso, porque ni él mismo sabía cuánto tiempo podría aguantar frente a esa terrible abominación.