Engañó a la Muerte

Bajo la mirada de todos, Braydon Neal entró en la posada con un paso constante.

Un camarero, con una sonrisa aduladora, corrió hacia él. No podía permitirse ofender a alguien tan despiadado como Braydon; si algo le ocurría, tendría que considerarse desafortunado.

—Señor, ¿qué necesita? —preguntó nerviosamente el camarero.

Braydon echó un vistazo casual al menú de la posada.

—Una botella de cuchillos ardientes y una porción de cacahuates —dijo—. Espero poder terminar esta comida en paz. De lo contrario, ya deberías saber lo que sucederá.

El tono calmado de Braydon hizo que el sudor perlase la frente del camarero.

—Entendido, señor. Sé a qué se refiere.

La advertencia implícita era clara: si había algo mal con la comida, Braydon no mostraría piedad.

Encontró una mesa y se sentó, dejando que su mirada se posara brevemente en las manchas de sangre que marcaban la superficie.