Zuko eligió la meditación esa mañana, el día de la Exposición Familiar, recapitulando lo ocurrido la durante la semana. Fue interesante, ya que nunca tuvo la oportunidad de asistir a ninguna escuela. Fue educado en casa o por su tío, así que ser testigo de esta vida resultó algo entretenido.
Siguió comiendo en las cocinas luego de haber atraído las miradas de todo el gran comedor. Al principio fue incómodo, pero Siesta superó la sorpresa de su posición y siguió comportándose de la misma manera, aunque menos invasiva. Al chef, por el contrario, le tomó más tiempo que a la criada; después de todo, arrojó un delantal en cara de la realeza.
Entrenó con Saito, quien tenía, según él mismo, la habilidad de aprender rápido el uso de armas. Pensó que era talento, pero luego confesó que las runas le daban un conocimiento muy básico con respecto al uso de espadas, además de mejoras físicas.
No supo más de la princesa, exceptuando momentos aleatorios en que se encontraban por los pasillos. Solo intercambiaban un saludo por el bien de las apariencias, porque era obvio que la chica lo odiaba. ¿Quién no lo haría? Obligada a casarse con el príncipe sobrante de Germania.
Zuko decidió irse, le haría la vida más fácil a la pobre princesa; el matrimonio era algo que solo se comentaba entre los nobles, todavía no era demasiado público. Dejaría una carta en su habitación sobre volver a Germania, mientras que, por otro lado, le dejaría otra a Kirche e iría a la Posada de las Hadas Encantadores por el trabajo; después de todo, los mendigos no podían elegir.
Ejecutaría el plan esta noche, así que, con esa resolución, se puso de pie y vistió. Iría con sus mejores galas, ya que estaría presente en el palco de la princesa como su invitado de honor. Iba a ser una mañana muy incómoda, ya podía verlo venir.
Evadiendo esta vez las cocinas, se saltó el desayuno y fue hacia donde se iba a llevar a cabo el evento. Los magos de tierra se esforzaron en construir la réplica de un coliseo en el Patio de Austri. Era alto e imponente, suficiente para acomodar a todos los estudiantes de la Academia y unos cuantos visitantes que venían del exterior.
La mayoría de las veces, la nobleza venía de visita para ver el evento anual. Esta vez la presencia de la princesa aumentaba los controles de seguridad y la mayoría no querían verse sometidos al escrutinio. El público sería menor esta vez. Todo esto fue dicho por Kirche, porque él no tenía ni idea.
Azula volvió de donde sea que iba, posicionándose en su hombro. Desconocía dónde desaparecía el fénix, pero sospechaba que se dedicaba a cazar en el bosque cercano. Era demasiado orgullosa como para ser alimentada si podía conseguirlo todo por sí misma, exceptuando por sus golosinas favoritas.
No tuvo que esperar demasiado, ya que pronto llegó el séquito de la princesa, con esta a la cabeza. Se veía digna con su vestido blanco, y el broche que Zuko consiguió para ella mantenía la capa en su lugar. Al menos le consolaba que apreciase el regalo; pensó que, si llegaba a aceptar el matrimonio, una pieza que representase el escudo de armas del Reich la haría sentir bienvenida.
Intercambiaron el mismo saludo monótono antes de dirigirse a su lugar, esperando la llegada de los estudiantes. Las gradas no parecían aportar demasiada comodidad, y en el suelo había una plataforma de piedra rodeada de hierba.
Se había preparado para horas de silencio, razón por la cual recurrió a la meditación ese día, pero le habló un anciano de cabello blanco. Sus ropas indicaban su alto cargo religioso.
—Es la primera vez que hablamos directamente, príncipe Von Schwarz-König —su rostro mostraba una sonrisa beatífica—. Soy el cardenal Mazarin, es todo un honor.
—El honor es todo mío, monsieur. Puede dirigirse a mí como Zuko.
Al menos ya no se estaba estremeciendo cada vez que lo llamaban por su apellido, y todo gracias a la forma en la cual su prometida casi lo hacía sonar como un insulto.
—Si cree que es prudente, príncipe Zuko.
Por un segundo, juraría haber visto a su tío. Hasta ahora, las personas solo lo llamaban príncipe o Zuko, siendo él el único que combinaba ambos, al menos hasta ahora. Evitó sobre-reaccionar, asintiendo como única respuesta. Necesitaba controlar su voz.
Aunque no quería, Zuko hizo un esfuerzo consciente para ignorar a la princesa. Ella le pagó con la misma moneda, y supuso que era la mejor forma en la cual podrían relacionarse por ahora.
—Sabe, he tenido deseos de hablar con usted, príncipe —ante la mirada dudosa, el cardenal elaboró—: Siempre he tenido curiosidad con respecto a las creencias germanas. No es muy frecuenta que se presente la posibilidad de indagar al respecto. Estoy curioso con respecto a su fe, príncipe Zuko.
Debido a que su ceño siempre estaba fruncido, era solo una cuestión de si profundizarlo o no. No estaba muy interesado en meterse en un debate teológico; sabía lo fanáticas que podrían ser las naciones brimíricas. Ejecutarían a alguien por salirse de la norma, y él era, prácticamente, un hereje o pagano, dependía del humor religioso ese día.
—No creo que esto sea de su interés, monsieur Mazarin —respondió con rigidez.
—No es necesaria tanta formalidad, pronto será de la familia —la sonrisa amable no había flaqueado a pesar de la mirada de muerte de la princesa—. Y no podría estar más equivocado, siempre he sido curioso. Por eso no pude aceptar la posición de papa.
Zuko abrió mucho los ojos. Si eso tenía el propósito de calmarlo, fue todo lo contrario. No obstante, si seguía rechazando se vería como un gesto grosero, o no, no lo sabía. Aunque siempre deseaba que el tío Iroh siguiera aquí, estos momentos lo reafirmaban, porque era él quien guiaba a Zuko por todas las trampas sociales.
Pero ¿qué decirle? Su familia se remontaba hasta algún lugar de Rub' al Khali, donde la creencia en los espíritus era mucho más fuerte que en cualquier otro lugar. La actual familia Schwarz-König, según Iroh, creía en un espíritu de fuego en específico.
En Germania, por otro lado, se creía en todo un panteón. Un dios padre como eje principal y varios subalternos que representaban conceptos, tales como el amor, o los mismos desastres naturales como el rayo. Nunca fue su aprendizaje favorito y lo ignoró la mayor parte del tiempo, pero habló para complacer al cardenal. Se guardaría el asunto de Rub' al Khali.
§
Zuko estuvo debidamente impresionado. Tabi, o Tabitha, como aprendió que era su nombre, fue la ganadora incondicional con sus acrobacias. Saito, por su parte, exhibió un manejo de la espada mediocre pero superior a lo que debería; el poder de sus runas familiares era impresionante si podía ponerlo a ese nivel en tan poco tiempo.
Le gustó la presentación de Kirche. Cualquiera diría que, dada la cicatriz en su rostro, odiaría el fuego con locura. Tal vez al principio, pero era algo que aprendió a amar mucho más que a despreciar. Así que habría sido un poco parcial con respecto a quién otorgarle la corona de la victoria.
Azula estuvo celosa de Sylphid, ya que le gustaba ser el centro de atención. Luego de que mordiera a Zuko para que se pusiera de pie y participara en la Exposición, se vio obligado a sobornarla para evitar un desastre. Por lo que se mantuvo un poco lejos de la ganadora, para que no se peleara con Sylphid.
Todos los estudiantes estaban aplaudiendo con felicidad, pero Zuko no podía quitarse el sentimiento de que algo estaba pasando. Simplemente se sentía... extraño. Era de aquellos momentos en los cuales su instinto le estaba advirtiendo algo, solo que no lograba ubicar la amenaza. Esa pequeña pulsación molesta lo acribillaba sin cuartel.
Mientras miraba alrededor para vigilar, notó que Agnès estaba haciendo lo mismo que él. Miraba como si estuviera rastreando, demasiado alerta. Su estima por la capitana subió, a pesar de que ella lo odiaba; sea como fuere, su actitud confirmaba que su posición fue ganada y bien merecida.
Y entonces lo escuchó. Zuko no era ajeno a las explosiones, y se familiarizó con ellas en la última semana mientras asistía a clases. Al menos una vez al día algo explotaba cerca de Vallière, y como Kirche se la vivía molestándola, Zuko estaba presente. Así que reconoció el ruido a la distancia, al igual que la princesa.
También recordó que en Tristain, a diferencia de Germania, sería Vallière y no Leblanc de La Vallière.
—¡Vayan a investigar! —la princesa ordenó a los guardias del lugar.
Los hombres dudaron, pero pronto ganó su obediencia y, con varitas en mano, se movilizaron hacia la dirección del humo. Los estudiantes, curiosos como eran, corrieron para intentar descender y echar un vistazo a lo que estaba ocurriendo. La mayoría de las mosqueteras, que permanecieron en el palco para no llenar la plataforma, luchaban por bajar entre la manada de nobles que estorbaban.
Tabitha montó sobre Sylphid y se dirigió hacia la zona cero del incidente, quedando, además de Zuko, Mazarin, Henrietta, Agnès y un par de Mosqueteras con las armas listas, mirando hacia la salida.
El malestar de Zuko solo iba en aumento, pasando de aquella pulsación molesta a todo un chirrido. Sus manos buscaron las empuñaduras de sus sables, solo para descubrir que no los traía consigo. Estaban en su habitación, junto a toda su ropa empacada para escapar. Solo pudo maldecir por su mala toma de decisiones.
Antes de poder seguir quejándose, notó algo que disparó todas las alarmas en su cabeza. La hierba estaba aplastada.
Sin pensarlo demasiado, se lanzó hacia ese lugar. Pasó junto a Agnès, tomando la espada mientras ella le gritó algún insulto. Balanceó con todas sus fuerzas, encontrando resistencia antes de que la sangre se escurriera y un cadáver cubierto de negro cayera al suelo.
Fue como si el mundo se hubiera quedado en silencio por un momento ante eso, solo un preludio para el caos que le siguió. El trueno de un disparó presidió el grito de una mujer, dándose cuenta de que una mosquetera había caído en defensa de la princesa.
Zuko retrocedió al notar que otro asesino, invisible gracias a la magia, estaba cerca de Henrietta. Agnès, en una muestra de fría reacción, se hizo con el arma de la mosquetera moribunda y cortó en dirección del agresor. El ruido del metal chocando contra el metal hizo eco, seguido de la revelación de una daga larga y curva, antes de que el portador muriera por una espada en la garganta
Contrario a lo que esperaba, la princesa sacó su varita y recitó un hechizo. Aunque a simple vista se notó que no era algo ofensivo, nada más que agua rociada en la dirección general, empapando a todo el que estuviera cerca, incluyendo a quienes la protegían. Esto arruinó de inmediato la pólvora para ambas partes y reveló a los atacantes cuando el camuflaje falló.
Sabía sobre la magia, por supuesto, pero era rara de realizar y con muchas limitaciones. El hecho de estar frente a al menos dieciocho hombres embutidos en negro y con máscaras, decía mucho sobre a qué se dedicaban.
El respiro se interrumpió cuando uno de ellos sacó una daga de su túnica, arrojándola en dirección de la princesa. Zuko se interpuso, desviando una de ellas con la espada, aunque la otra se clavó en su hombro. Gruñó de dolor, pero la retiró y atacó. Fue bloqueado en cada balanceo y obligado a retroceder cuando otros dos intentaron golpearlo por la espalda.
La magia no tardó en llegar, cuchillas de viento que buscaron su cabeza, siendo las dagas los catalizadores. Se hizo a un lado cuando vio a la princesa lejos de la refriega. Por desgracia, no habría más asistencia por el momento; los profesores defendían a los estudiantes, que ralentizaban la movilidad de las Mosqueteras. Azula estaba en el hombro de Kirche, manteniéndola segura.
Otro grito de dolor por parte de la mosquetera subordinada hizo que el príncipe apretase los dientes y corriera en su dirección. Estaba viva, por lo que atacó con una estocada al que estaba por asesinarla, empujando el cadáver lejos. Tomó la espada que ella había estado usando, sosteniendo ahora su costado justo cuando una esfera de agua rodeó el área afectada. Doble empuñadura, y aunque el peso estaba mal, se las arreglaría.
Sin ser capaz de quedarse a observar, volvió al enfrentamiento para asistir a Agnès, quien, a regañadientes, le devolvió el favor cuando se descuidó. Ambos tenían un ojo puesto en la gobernante de Tristain, quien se estaba defendiendo, junto a su guardia derribada, con una cúpula.
Los asesinos, hábiles con la daga y la magia, resistían el empuje de la pareja, aprovechando sus números. Aunque estos les jugaban en contra, ya que solo podían disparar magia esporádicamente para evitar herirse entre ellos. Los defensores, por supuesto, lo aprovecharon al usarlos como escudos humanos.
En algún punto parecieron cansarse de aquello y lanzaron un Ariete de Viento. Zuko empujó a Agnès fuera del rango mientras los asesinos saltaban para evitar quedar envueltos. El príncipe fue derribado, las espadas se resbalaron de sus dedos y rápidamente fue rodeado. Confiaban más en sus dagas para terminar el trabajo que en la magia.
Sintiendo que la situación se estaba saliendo de control, la temperatura se disparó antes de que el área circundante se envolviera en fuego. Los asaltantes fueron arrojados, con sus túnicas ardiendo y gritando de dolor, si no cayeron muertos de inmediato.
Su respiración era pesada, errática y salvaje. El fuego bailaba su alrededor, besando su piel que empezaba a enrojecer con lentitud, así como su temperatura a incrementar a niveles peligrosos. Y aunque logró disimularlo todo al tomar dos dagas, necesitaba ponerle fin a esto de inmediato.
Tomados completamente por sorpresa, los asesinos, o al menos la mitad de ellos, no notaron la ola de agua que se abalanzó sobre ellos. La fuerza de tal ataque quebró huesos y rompió cráneos, pero apenas se registraban los sonidos entre el cóctel de gritos y adrenalina.
Apretando las armas, Zuko adquirió una postura ligeramente más baja y piernas separadas, por un segundo, antes de dejar que lloviera el fuego sobre ellos a través de los catalizadores. Apenas tuvieron tiempo para reaccionar cuando los cortes de fuego impactaron en sus rostros o pechos; los primeros fueron los suertudos por morir de inmediato, mientras que, los segundos, se revolcaron de dolor.
Apretando los dientes y tratando de ocultar su reticencia la centrarse en el dolor abrasador de su pecho, quemando con cada respiración, continuó con su trabajo. Algunos intentaron la misma táctica de flanqueo, pero una patada lo impulsó para alejarse. E incluso en una posición de desventaja, sabía que Agnès estaba logrando su propio recuenta de bajas para mantenerlos a raya.
La masacre solo empeoró cuando las Mosqueteras que permanecieron lejos y con las armas secas, desataron una lluvia de balas sobre los desprevenidos asesinos. Habían encontrado posiciones seguras para disparar sin riesgo a lastimar a un estudiante descarriado.
Sintiéndose seguro, Zuko permitió que el fuego se disipara. Empujó su cuerpo, que se sentía pesado y agotado, en dirección de la princesa. Sabía que habría una reunión luego de unas horas, una vez que se pueda presentar un informe.