IX

Henrietta contempló el atardecer mientras se preguntaba si el Fundador Brimir la odiaba de alguna manera. Tal vez cometió un pecado por el que estaba siendo castigada, o en realidad existía la suerte y la de ella era particularmente mala. Sea como fuere, le gustaría saber si existía una forma de que las cosas pudieran empeorar.

No solo intentaron asesinarla, un asunto que demostraba no solo vulnerabilidad por permitir que casi ocurriera, sino que exponía a un traidor. No era fácil atravesar las defensas mágicas de la Academia; era una escuela que contenía, literalmente, todo el futuro del país. Necesitaba una defensa fuerte, realizada con los mejores encantamientos y casi al nivel del palacio real. 

Alguien en el interior debió permitirles el paso, o todos los asesinos eran de un calibre tan alto que serían capaces de superarlo. Tal vez de la primera lo creería, ya que se dijo el mismísimo Fouquet se infiltró para robar la bóveda de la Academia. Y lo peor fue que tuvo éxito.

Henrietta iba a ser culpada por esto, ya podía verlo venir. Su presencia obligó a concentrar la guardia en un solo punto y muchas otras acusaciones para desmeritarla. Incluso si ese era el plan estándar debido a la alta presencia de nobles, su visita sería la causa. Solo esperaba que Mazarin, quien se encontraba ausente, pudiera hacer control de daños. 

Y el mundo no estaba contento con eso, porque robaron el Báculo de la Destrucción. ¡Se trataba de una reliquia de la Era Brimírica, hecha por el Fundador mismo! Incluso si fue solo un producto defectuoso, se consideraba un tesoro que pertenecía a la Academia. Era un símbolo cultural, casi al nivel del Libro de Oraciones del Fundador. 

Miró al grupo que estaba frente a ella para volver a la realidad, horas después de lo ocurrido. Fue Louise quien, para el terror absoluto de Henrietta, se encontró con el ladrón. Estuvo solo un poco aliviada al saber que recibió asistencia de Saito y Orléans. König estaba allí por evitar el intento de asesinato, incómodo porque, como siempre, Henrietta no pudo evitar ofenderlo en lugar de agradecer. Zerbst solo apareció por su primo, y como representante del Reich además del príncipe, Henrietta no podía negarle el acceso cuando se hubo involucrado de forma directa.

—Primero, debo agradecer a Dame Vallière por su valiente esfuerzo de detener al ladrón, junto a Dame Tabitha. 

Habría querido hacer mención de Saito, pero se le consideraba una extensión de Louise por las leyes tristanianas. Ni siquiera humano, aunque apenas por encima del animal común.

—No merezco tales elogios —a Henrietta le pareció lindo que intentara disimular su felicidad—, solo estaba cumpliendo mi deber para con la Corona. 

—¿Se ha confirmado que es el Báculo de la Destrucción lo que fue robado, Siegneur Osmond?

Ya sabía la respuesta, pero no pudo evitar volcar toda su fe para recibir una negativa. Estaba rogando en este punto, dispuesta incluso a casarse de buena gana si el Fundador le concedía este milagro. Por supuesto que no ocurrió.

—Lamento informarle a Su Alteza que ese debió ser el objetivo de Fouquet. No tomó nada más de la bóveda.

Se escucharon las quejas y gritos de los profesores, exceptuando un par de ellos. Los guardias que había traído se tensaron, todavía sensibles por los eventos recientes. Había todo un grupo bloqueando el pasillo fuera de la sala de reuniones, y los de la escuela patrullaban sin descanso. Se instauró incluso un toque de queda con acusación de alta traición al infractor. 

Lo único que hacían era proferir quejidos, culpándose los unos a los otros por el fracaso. Sobre quién tenía el deber de guardia y cualquier otra cosa que sirviera para liberarse de la culpa. Se veía tan lamentable. ¿Era este el ejemplo que estaban dando a tres de los estudiantes que estaban allí de pie? Louise se veía, de hecho, incómoda, como si se estuviera destrozando su visión del mundo. 

—¡Silencio! —la voz de Agnès acalló la habitación—. ¡Se encuentran presencia de la princesa!

Algunos rostros ruborizados se podían encontrar entre la multitud. Algunos otros miraban a la mosquetera con furia, porque un plebeyo, y una mujer, se atrevió a hablarles de esa forma. 

—Es fácil hablar de responsabilidad —la voz suave de Osmond se escuchó—, pero todos lo somos igualmente. En nuestra arrogancia, pensamos que ningún ladrón podría colarse en la Academia. Es esta confianza la que nos cegó y permitió que Fouquet robara el Báculo de la Destrucción.

Si antes se veían avergonzados, ahora parecían querer entrar la cabeza en la tierra. Si hubiera sido otra situación, podría mostrar cierto placer por lo que acababa de ocurrir. Desgraciadamente, ella también consideraba la Academia inexpugnable. 

No obstante, la paz no duró demasiado. Se escuchó un alboroto fuera de la habitación. König fue el primero en llevar las manos a sus sables junto a Orléans apretando el bastón. Esta vez el príncipe llevaba su armadura, siendo la primera vez que lo observaba fijamente. Parecía tener cierta inspiración en algunas vestimentas de Rub' al Khali debajo de la placa rojo oscuro de bordes dorados. 

La cabeza de una mosquetera se asomó a través de la apertura, sobresaltándose al ser recibida a punta de pistolas, espadas y catalizadores. A pesar de los nervios, declaró:

—Una... eh... mademoiselle Longueville dice ser la secretaria del director —pareció envalentonarse ante el reconocimiento—. Dice tener información importante y solicita ingresar. 

Henrietta concedió el permiso de inmediato y una atractiva mujer de cabello verde ingresó. El sudor perlaba su rostro, con algo de suciedad en su ropa y el cabello desordenado. No obstante, recordó sus modales mientras caía sobre una rodilla.

—Puede ponerse de pie —dijo la princesa con urgencia—. Escuché que tenía información importante.

—Sí, Su Alteza. Encontré el paradero de Fouquet.

Hubo un silencio abrumador cuando se arrojó esa declaración, antes de que la mayoría de maestros gritasen de incredulidad. Uno de ellos, Colbert la Serpiente de Fuego, preguntó:

—¿Dónde obtuvo esa información?

—Los plebeyos. Algunos lo vieron en el bosque cercano, o al menos a una persona con un manto negro. Entró a una cabaña abandonada, y creo que esa puede ser su guarida personal. 

Los murmullos estallaron mientras Henrietta sentía que el alma le volvía al cuerpo. ¡Todavía había algo de esperanza para salvar la situación! Se estaba resignando a que todo fuese cuesta abajo. ¡Habría besado a esta mujer de la emoción de no ser por lo indecorosa que sería la situación!

—¿Se encuentra muy lejos? —preguntó la princesa.

—Un puñado de horas como máximo, habría que tomar un desvío de la dirección de la capital, no obstante, está lo suficientemente cerca para que los plebeyos se aventuren. 

—Se agradece su información, puede descansar, se ve exhausta.

Parecía querer decir algo más, pero se inclinó antes de abandonar la habitación. Con la información entregada, la turba gritó que deberían informar al palacio para recibir asistencia, pareciendo olvidar que la princesa estaba allí presente. 

—¡Necios! —el grito de Osmond tomó a todos por sorpresa—. La princesa se encuentra entre nosotros, y cuando queramos informar al palacio, será demasiado tarde. ¿Cómo pueden ser llamados nobles? —la decepción tiñó su voz—. El Báculo fue robado de la Academia, y debemos subsanar nuestro propio error. 

»Un equipo de búsqueda será organizado entre los maestros y los guardias. Quienes deseen participar, deben levantar sus manos.

Cuando terminó el anunció, Henrietta sintió que su corazón se hundió al ver que ninguno de ellos levantaba la mano. La Serpiente de Fuego estaba vacilante, y conociendo su pasado, la princesa no podía culparlo por querer evitar cualquier tipo de violencia. 

Por el rabillo del ojo, vio la ira que centellaba en los ojos de Agnès. Aunque seguía viéndose como una estatua, la mano, que nunca había dejado la empuñadura, lo apretaba con tanta fuerza que crujió. 

—Enviaré a un grupo de Mosqueteras —siseó Agnès—. Ellas acompañarán a los guardias para asistirles.

Henrietta le sonrió. Su acto estaba más allá del deber actual, pero quería defender su honor. 

—¡Dame Vallière! —la princesa giró el cuello tan rápido que debió rompérselo—. No debería hacer esto —era la profesora Chevreuse—, aún sigues siendo una estudiante. Es un asunto de los maestros.

Henrietta estaba pálida al ver a su amiga levantando su varita, con la frente en alto a pesar del despido. Ni siquiera se molestó en hacer callar la discusión que criticaba a las Mosqueteras o la valentía de su amiga. Saito parecía intentar hacerla entrar en razón mientras Zerbst se burlaba. Orléans miraba con indiferencia todo el asunto y el príncipe se veía pensativo. 

Estuvo a punto de interrumpir cuando vio a la germana aclararse la garganta. Esto no hizo nada por sí solo, pero luego tomó su propia varita y disparó chispas para llamar la atención del grupo. Ignoró la forma en la cual Agnès casi le disparó por el acto. 

—¿Tengo su atención? —preguntó con una voz cargada de sarcasmo—. Bien. Zuko.

El aludido no la escuchó, todavía sumido en sus pensamientos. Sin quitar la sonrisa, Zerbst le dio un codazo que lo sobresaltó. Cuando König notó que todos los ojos estaban puestos en él, su postura se hizo más rígida, si aquello era posible. Miró a su prima, preguntándole qué quería.

—Deberías compartir tus pensamientos.

El príncipe miró a su alrededor, dudando. Al final, se dio por vencido y declaró:

—Es una trampa.

Decir que la nobleza presente quería su cabeza era quedarse corto. No apreciaban que un extranjero, y hereje, se inmiscuyera en sus asuntos. No obstante, el director preguntó:

—¿A qué se refiere, joven príncipe?

—Fouquet es famoso —comenzó, con la espalda recta y voz dura—. No es por desprestigiar a mademoiselle Longueville, pero un ladrón de renombre no se dejaría ver.

—Ella es como la versión de Tristain del Espíritu Azul —agregó Zerbst.

Henrietta había escuchado de ese hombre. Máscara de color azul con patrones blancos, mostrando colmillos amenazantes y con ropa que combinaba, aunque de un tono mucho más oscuro. Un criminal de Germania que no solo robó a la nobleza, sino que también expuso a los corruptos. No aprobaba mucho sus métodos, pero admiraba su tenacidad.

—El área, un bosque, es propensa a una emboscada, y no ha actuado solo —el recordatorio de los asesinos hizo que Henrietta se estremeciera—. No obstante, la princesa se encuentra segura actualmente. Excepto si envían guardias, debilitando las defensas y permitiendo una segunda incursión. En caso de enviar profesores, o estudiantes —lo último fue dicho con veneno, haciendo que los maestros se estremecieran—, se convertirían en rehenes contra la corona. Todos nobles importantes. 

Las expresiones eran sombrías o iracundas, siendo Henrietta parte del primer grupo. Por lo cual, no se molestó en frenar su lengua mientras se desquitaba con la persona equivocada.

—Por supuesto que sabría sobre la guerra, Herr Von Schwarz-König, ¿o me equivoco al pensar que es de aquí de donde aprendió?

Ver la forma en la cual apretó la mandíbula le trajo cierta satisfacción, e ignoró la mirada de enojo que le arrojó la germana. Sabía que no era justo con König, pero no le importaba. Era un objetivo fácil para su ira. 

—Su Alteza no se equivoca —respondió con los dientes apretados—. En más de una ocasión realicé tácticas parecidas. Ofrecer inteligencia falsa para tender emboscadas. 

—¿Propone algo, joven príncipe?

Aunque su expresión siempre era ceñuda, pudo notar que estaba dudando sobre si debería seguir. Al final, lo hizo de mala gana.

—Buscaré a Fouquet.

Se hizo el silencio en la sala otra vez, pero, antes de que pudieran adelantarse con el cuestionamiento, el director volvió a tomar la palabra.

—¿Y está seguro de esto? Fouquet es, como mínimo, un mago de clase triangular. Y rastrear a una persona de paradero desconocido...

—Lo haré —declaró con seguridad—. No es la primera vez que realizo seguimiento. 

—Entonces debo agradecer su valentía. Si eso es...

—¡Yo también iré! —anunció Zerbst.

Henrietta sentía que iba a morir de un infarto. Porque no solo Zerbst, un incidente internacional ambulante, quería ir a esta búsqueda peligrosa, sino también Orléans y Louise se ofrecieron de inmediato. Solo a una de ellas podía prohibirle salir, y sería un abuso flagrante de autoridad, además de potencialmente destruir su amistad recuperada. 

Las protestas iban a llegar, y Henrietta no sabía si iba a unirse esta vez, pero, por suerte, el director volvió a controlar la sala.

—Ya veo. Un grupo de individuos muy talentosos. Mademoiselle Tabitha cuenta con el título de Chevalier, o su versión de Gallia —la mencionada miró fijamente al director, ignorando la sorpresa de Zerbst—. Mademoiselle Zerbst proviene de una familia de héroes de guerra —la germana sacudió su cabello con arrogancia—, y cuenta con una formación avanzada en la magia de fuego.

»Mademoiselle Vallière... —pareció dudar—. Ella proviene de una prestigiosa familia con un futuro brillante y su familiar, a pesar de ser un plebeyo, es talentoso por sí mismo.

»El príncipe, por otro lado, es un veterano en diversas batallas, un guerrero probado y comandante consumado. Su experiencia de liderazgo solo garantizará el cumplimiento de esta misión —su tono jovial desapareció—. Por ahora mantendremos el castillo en cuarentena, y cualquiera que intente abandonar será declarado traidor y ejecutado en el acto.

König pareció ser el único que no tomó bien los elogios, todo lo contrario, la rigidez fue mucho más notoria en su postura. No obstante, permaneció en completo silencio hasta que fueron despedidos, junto al resto de nobles.

La situación iba cuesta abajo, hasta el punto en que estaban dependiendo del liderazgo de un extranjero. Habría sido acusado de ser el culpable, o partidario, de no ser porque luchó en defensa de Henrietta cuando la situación lo requirió, y fue lastimado en consecuencia. 

No había estado prestando demasiada atención, centrada en proteger y curar a la mosquetera herida, pero el reporte de Agnès fue suficiente; el hecho de que le diera tanto crédito a un mago de fuego decía lo suficiente.

Solo esperaba que el asunto se solucionara de forma rápida. Habría sido sencillo ir por la idea de Longueville, pero no podía poner en riesgo a las personas por querer arreglar algo de forma inmediata. Tendría que ser por la vía larga mientras ella hacía malabares políticos. 

—¿Puedo tener una palabra, princesa? —Henrietta se sobresaltó un poco ante la voz—. No tomará mucho tiempo.

La única que permaneció fue Zerbst, para gran confusión de Henrietta. Despidió a todas las mosqueteras menos Agnès, ya que supuso que quería que fuese privado. Y acertó al verla agradecerle con un gesto.

—¿Puedo hacer algo por usted, Dame Zerbst?

—De hecho, puede —anunció con alegría—, y es algo sencillo. Solo una pregunta —cualquier felicidad se evaporó—. ¿Cuál es su problema con mi primo?

—¿Le ruego me disculpe? 

Fue tomada por sorpresa, tanto por el tono carente de respeto como por la pregunta directa. Agnès parecía lista para cortar a la infractora allí mismo, pero se contuvo. Demasiados problemas diplomáticos.

—Verá, princesa, no he podido evitar notar cierta... actitud pasivo-agresiva por parte suya. ¿Puedo preguntar qué pretende con ello?

—No sé de...

—Déjese de juegos conmigo. Si lo que desea es cancelar el matrimonio, hágalo directamente, en lugar de herir a Zuko y esperar que tome la decisión por usted. Se aprovecha de que es lo suficientemente dulce como para no tomar repercusiones.

»Si cree que es la única perjudicada por este matrimonio... —la vio chasquear la lengua, mirar al suelo y luego volver a centrarse en los ojos de Henrietta—. Sufre lo suficiente sin que usted siga despreciándolo y golpeando su autoestima por no ser el príncipe azul que ha estado esperando. 

Y luego de eso, Zerbst se marchó, dejando a una furiosa Agnès y una Henrietta boquiabierta.

 

§

 

Kirche logró tranquilizarse cuando llegó al patio, bañado por la luz del sol poniente, notando que Tabitha estaba acariciando a Sylphid. Supuso que ese sería el método de transporte, así que se les acercó con una sonrisa.

—¿Iremos en tu familiar, Tabi? —decidió confirmar.

—No hay espacio. Máximo cuatro.

Sylphid era como un dragón común en tamaño, al menos de forma aproximada. La mayoría, si no todos, sostenían un solo jinete, y aquí estaban, a punto de cargar a la pobre con cinco de ellos. 

—¡¿Dónde está ese príncipe germano?!

Ahora mismo no estaba con ganas de discutir, así que, para sorpresa de todos, se mantuvo en silencio. La conversación con la princesa, si se podía llamar como tal, encendió su ira. No quería atacar accidentalmente a su compañera de estudios.

Había estado soportando el trato que le estaba dando a su primo por el bien de este. Sabía lo mal que se sentiría si ella se involucraba en el asunto. Nunca recurría a ella, de hecho, por esta misma razón. No era estúpida, y él se volvía fácil de leer una vez que llegabas a conocerlo. Así que su razonamiento fue simple: se sentía responsable de las desgracias de Kirche.

Casi verse obligada a casarse con un vejestorio, además de ser expulsada de la Academia de Fuego para Chicas en Germania. Todo fue culpa de Ozwald ahora que juntaba las piezas, pero Zuko se sentiría responsable por todo y se culparía sin importar cuántas veces intentase decirle lo contrario. Así de testarudo era.

Al final, Zuko decidió resistir los insultos de la princesa, soportarlo todo como si lo mereciera en realidad. ¡Como si la perra real fuera la única víctima de todo este asunto! Tal vez no era la mejor para opinar ya que evitó su propio compromiso, pero el de Kirche no estaba bajo amenaza de muerte; no tenía pruebas, pero, conociendo al Rey Negro, sería algo así. 

Tal vez con esas palabras, la princesa por fin decida actuar como tal y cancelar el compromiso si tanto le molestaba. ¡Como si fuera a encontrar mejor hombre que su primo! No importaba si Zuko quedaba desheredado, ella lo ayudaría a instalarse en Tristain.

Interrumpió sus pensamientos cuando lo vio regresar, con Azula en su hombro. Vestía como un plebeyo, junto a una desgastada capa marrón que ocultaba un sable común. Su máscara fue reemplazada por un parche que apenas ocultaba su cicatriz, y escuchó el jadeo de Saito y Vallière al verlo.

Ignorando las reacciones típicas, le susurró algo al fénix antes de que este lo mordiera con irritación y despegara de su hombro, golpeándolo con un ala. Aunque no lo escuchó desde allí, supo que se estaba quejando. 

Kirche se centró en Azula, que pronto se vio envuelta en fuego del mismo color que le daba nombre, antes de que este se expandiera con rapidez. Pronto se evaporó, dejando un fénix que rivalizaba en tamaño con Sylphid, aterrizando con un silbido largo y arrogante en dirección de la dragona. Ella solo arrullo en respuesta, más curiosa que ofendida, lo que solo irritó a Azula. 

Solo había espacio para dos como máximo, así que Kirche de inmediato se acercó. Ya había viajado en Sylphid antes, y extrañaba a Azula. 

  1. Caballero