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—¡¿Por qué debo vestirme como una plebeya cualquiera?! —exclamó Vallière.

Usaba un simple vestido verde y azul, de tela barata y un par de tallas más grande porque se negó a usar ropa para niños. Pasar desapercibido no era lo suyo cuando su cabellera rosada seguía siendo como un faro, y esperaba que la oscuridad hiciera que la gente la ignorara. Zuko creía que sería una chica atractiva de no ser porque siempre estaba gritando o enojada; no era alguien para quejarse, no obstante.

Kirche estaba más o menos igual, aunque con mayor escote, como prefería; solo Tabtiha, que no llevaba bastón, aceptó vestirse como una niña. Saito iba casi como Zuko, solo que sin la capa y llevaba la espada en la espalda. Las varitas estaban bien escondidas, aunque listas para ser desenfundadas.

—Supéralo Vallière. Solo es ropa. 

Kirche hizo énfasis en su busto al cruzar los brazos, y Zuko solo pudo suspirar. Estaba seguro de que lo hizo para provocarla, y por mucho que estuviesen escondidos en un callejón mientras anochecía para no llamar la atención, tener a una noble gritando no ayudaba.

—Suficiente —ordenó con la misma voz que usaba con sus hombres; notó la rigidez inmediata de Tabitha—. Atraeremos atención.

Aunque Vallière estaba rechinando los dientes y lista para insultar, pareció recordar que todo lo que estaba haciendo era para su princesa. Realizó un par de respiraciones antes de levantar la barbilla con altivez, declarando:

—Entonces busquemos por la ciudad. Podremos encontrar algo.

Zuko la miró con incredulidad. ¿Estaba planeando recorrer la capital en busca de cualquier pista? ¿Así como así? No era Kessel, pero seguía siendo una ciudad grande. Miró en dirección de Saito, quien parecía ser el que más la conocía. El chico se encogió de hombros con impotencia, resignado a las órdenes de la joven noble. 

—No seas tonta Vallière —dijo Kirche con sorna—. Tendríamos mejores posibilidades preguntando por ahí. Deberíamos hacer eso. 

—¿Qué pueden saber unos plebeyos sobre Fouquet? ¡Solo estaríamos perdiendo el tiempo! Es mejor si les preguntamos a los caballeros.

El príncipe comenzaba a preguntarse si fue buena idea traer a esta chica. Había escuchado sobre Karin el Vendaval, una mujer que no podía evitar admirar; era una leyenda viviente. Tuvo fe en que su hija, que se decía era una copia al carbón, seguiría sus pasos de alguna manera, incluso si no podía hacer magia. Al parecer, Zuko y Vallière tenían algo en común: una vergüenza para la familia.

Cansado de la discusión, comenzó a caminar. Su ausencia se hizo notar de inmediato por Saito, que lo siguió. Tabitha se había convertido en su sombra, un paso detrás sin hacer ruido. El único bullicio provenía del trio restante. 

—¡¿Adónde crees que vas?! —preguntó Vallière.

—Vas a reventar mis tímpanos —se quejó Saito, masajeando su oreja. 

—Nos mezclaremos en un bar —dijo Zuko, y notándolos confundidos, elaboró—: Es imposible movilizar a ese número de personas sin llamar la atención. 

También quería preguntar por la cabaña abandonada, la cual era demasiado conveniente. No era extraño que los leñadores o cazadores lo abandonaran, pero, cuando algo era demasiado bueno para ser verdad, tendía a no serlo. 

No mintió al decir que tenía experiencia rastreando personas, pero cuando era necesario hablar, solía dejar esa parte a su tío. Entablar relaciones con informantes o personas para adquirir lo que quería no era su fuerte. Podría relevarlo a Kirche, siendo la persona más social y estable del grupo, además de familiarizada con Tristain. 

—Oigan —la voz de Saito sacó a Zuko de sus pensamientos—, ¿qué es el Espíritu Azul?

—Un criminal desvergonzado —declaró Vallière—. Incluso si los nobles germanos son bárbaros, el Espíritu Azul no es más que un ladrón.

Supuso que era un punto de vista. Incluso si alguien hacía algo bueno, el acto siempre estaría mancillado por el pecado. Nada que no hubiera oído antes, no obstante.

—Qué mente tan estrecha, casi tanto como tu tamaño —se rio Kirche, continuando luego del grito de indignación—. Sí, es un ladrón, pero ha expuesto a nobles corruptos del Reich. Y robado a los ricos y dado a los pobres. ¡Siempre he querido conocerlo! Ver qué hay debajo de esa máscara, y esa ropa. Me pregunto si su... espada es tan...

—¡Como Robin Hood! —declaró Saito, buscando cambiar de tema.

Zuko se estremeció ante los comentarios de su prima. Sabía que podía ser un poco demasiado liberal, normal para los estándares germanos, pero entre ser consciente y escucharla fantasear... ¡con él mismo, de todas las personas!

Tal vez su asunto de Espíritu Azul no era lo más inteligente que hubiera hecho, a pesar de su larga lista de estupideces, pero le gustaba ayudar a su nación en la mayor cantidad de formas posibles. Sofocar rebeliones era una, pero de nada servía si la nobleza era corrupta. Si no se cortaba el problema de raíz, cualquier solución sería momentánea. 

—¿Quién se supone que es este Robin Hood? —preguntó Vallière.

—Es como la versión del Espíritu Azul de mi mundo —Zuko sintió que el mundo se detuvo—. Pero no importa. Oye Zuko, ¿podrías hablarme más de Rub' al Khali?

El príncipe lo miró desconcertado, apenas notando que se había detenido a mitad de la calle. ¿Simplemente lo escuchó bien, o estaba usando algún tipo metáfora, incluso hipérbole, a la hora de hablar?

—¿Qué? —Zuko logró preguntar, casi un graznido.

—Oh, cierto, no te lo he dicho. El Ritual de Invocación me trajo de otro mundo. El mío solo tiene una luna y sin magia. 

Zuko lo miró largamente, la incredulidad todavía deformando sus facciones, hasta que controló su expresión. Volvió al ceño fruncido mientras continuaba caminando, fingiendo que no había escuchado los desvaríos de un loco. Lo atribuiría a algún tipo de daño cerebral por ser parte de un ritual que no estaba destinado a él.

—Rub' al Khali es...

—¡Ni siquiera me crees! —exclamó el familiar.

—Rub' al Khali es algo parecido a una confederación —repitió, lanzándole un ceño fruncido a Saito—. Una agrupación de naciones culturalmente diversas que aceptaron protegerse mutuamente. 

Algunas personas los estaban mirando, cosa que no era extraña. Incluso en la Academia eran un grupo demasiado heterogéneo. En la ciudad llamaban más la atención, en especial con tres jóvenes atractivas en edad de casarse que bien podrían ser nobles, o hijas de comerciantes acaudalados. Iría con esa historia, ya que muchas contrataban guardias para pasear en ropa plebeya. 

—¿No es complicado? —preguntó Saito—. Quiero decir, siempre hay diferencias 

—Todo lo es —esta vez fue Kirche quien respondió—. Pueden mostrar un frente unido, pero todavía tienen sus disputas. Algunas armadas. 

—No prosperan demasiado —continuó Zuko—. Saben que están en desventaja contra las naciones brimíricas y la constante expansión del Reich Germano. 

Había notado que Vallière lo escuchaba con atención a pesar de que su rostro gritaba «malditos herejes», acompañado de una mueca despectiva. La única prueba de que Tabitha estaba interesada era que lo miraba fijamente. 

—¿Qué... qué hay de los... elfos? —la tristaniana se estremeció con su propia pregunta.

Podía entender la duda. Si Germania quería conquistar Rub' al Khali, tendría que cruzar el territorio élfico. O, al menos, eso pensaban. Según su tío, existía una ruta directa, un desfiladero que hacía las cosas mucho más fáciles. 

—No tienen problemas con ellos —Vallière miró a Zuko como si le hubiera dicho que el cielo era verde—. Su fe no es demasiado diferente, y sus naciones no han tenido luchas como con las naciones brimíricas. Los khalanos creen en los espíritus de la naturaleza como religión unificadora, a pesar de no estar institucionalizada. 

—¡Son unos herejes! —Vallière sonaba escandalizada, al punto del desmayo. 

Se preguntó qué haría si se enteraba de que su familia comenzaba allí. Era obvio que tampoco le gustaba este asunto del matrimonio, era amiga de la princesa, o desde un principio odiaba a los germanos. Era difícil saber, en realidad, porque tampoco se llevaba bien con los tristanianos.

—No lo sé —comentó Saito—, ¿qué importa en qué crean? No es como si hicieran las cosas diferentes. 

Zuko frunció el ceño cuando vio a Vallière golpear a Saito, generando una carcajada de los transeúntes. Recordaba demasiado a su padre; no era de los que daban la bienvenida a ideas contradictorias. El solo pensamiento lo hizo estremecer, acariciando los bordes de su cicatriz.

—Van en contra de todo lo que enseña Brimir. La magia a través de espíritus no es más que herejía. Los tratos pueden estar bien, ¡pero no rechazar las creencias del Fundador!

—Solo es magia, ¿qué importa cómo lo hagas?

El comentario le valió otro golpe a Saito, y Zuko simplemente lo desconectó todo a partir de allí, apenas notando que su prima se unía a la conversación. Centró toda su atención en vigilar los alrededores, aunque nadie reparaba demasiado en su presencia, excepto en los momentos en que el ruido iba demasiado alto.

¿Quién diría que vendría a Tristain para casarse, y terminaría buscando a uno de los criminales más notorios de la nación? Su tío siempre decía que la vida tenía una manera de sorprender a las personas, para mantener interesados incluso a quienes habían vivido lo suficiente. 

Pero las cosas no cuadraban, al menos no con el modus operandi común de Fouquet. Se suponía que robaba a la nobleza, y si bien la Academia contaba, apuntaba a las mansiones. Siempre actuaba solo, las bajas al mínimo y, si era posible, entrando y saliendo antes de que cualquiera se diera cuenta. Lo que había hecho ahora abandonaba cualquier esquema habitual al participar en un intento de regicidio. 

Existía la posibilidad de que hubiera sido usado, por supuesto. Averiguar de alguna manera el día del golpe y aprovechar la distracción para cometer el asesinato. Era un modo de pensar demasiado ingenuo, pero siempre era mejor mantener todas las posibilidades abiertas.

En caso de ser parte, ¿por qué? Si bien robar a los nobles atraía cierta notoriedad y lo convertía en un objetivo de alto valor, no se comparaba en nada a matar a una princesa heredera. Moverían cielo, mar y tierra para encontrarlo, no habría ningún lugar seguro en Tristain...

La sangre de Zuko se heló cuando una posibilidad remota cruzó por su cabeza. ¿Y si el artificie de todo esto fue su padre? Algo tan simple como enviar a un grupo de asesinos, tomar la vida de la princesa, Zuko era culpado y posteriormente ejecutado. Eso le daría a Germania un casus belli contra Tristain.

La segunda posibilidad era la muerte de Zuko durante el atentado, junto a Henrietta. Se culpaban mutuamente e iban a la guerra, con la victoria de Germania. Podría ser un plan de su padre, o de algún agente externo. 

El primero que se le venía a la mente era la República Santa de Albion. Una alianza entre Tristain y Germania supondría una amenaza a su posición; era una fuerza en expansión cuyo objetivo era absorber las naciones brimíricas bajo una sola bandera. La única razón por la cual Gallia no los ha borrado del mapa debía ser por las excentricidades del rey Joseph.

También estaba Gallia. Joseph aterraba a Zuko, y no le costaba admitirlo. Era un miedo muy diferente al de su padre; para el joven príncipe, el Rey Negro era una fuerza imparable de la naturaleza, dispuesto a quemarlo todo en sus ansias de poder y conquista. Lo conocía, pero le temía a lo que representaba y era capaz de hacer.

Joseph Ludvig d'Orléans era un comodín. Incluso su tío estuvo preocupado de ese hombre, porque nadie sabía lo que pensaba. Un día era un estadista sin parangón, y al siguiente un bufón de su propia corte. Ejecutaba plebeyos por el mero placer, mientras recompensaba a otros por razones que escapaban al sentido común. El miedo que sentía Zuko hacia Joseph era un temor a lo desconocido, y lo que podría hacerle a Germania en su juego retorcido. 

Así que, para el príncipe, esperaba que se tratase de Germania o Albion. Al primero podía manejarlo regresando a casa y siendo ejecutado como un traidor, la deshonra para la familia que en realidad era. Con el segundo, bastaba con desenmascarar a los culpables.

Salió de sus pensamientos cuando el letrero de la taberna de Scarron lo recibió. Antes de entrar, dijo:

—Kirche, ¿podemos hablar un minuto?

Claramente curiosa, ignoró a Vallière mientras ambos se apartaban del camino. Se adentraron en un callejón, y pudo sentir el hechizo silenciador luego de que Kirche le pidiera a Tabitha que lo lanzara.

—¿Qué sucede Zuzu?

—Necesito pedirte algo —ignoró el apodo.

—¡Lo que quieras, querido primo!

Se sentía mal por lo que estaba a punto de solicitar, pero no podía darse el lujo de la decencia en estos momentos. Tenía que pensar como un comandante, no como una persona. 

—Necesito que llames la atención con preguntas indiscretas con respecto a nuestra búsqueda.

—Porque crees que mantienen vigilados los lugares donde se difunde la información, ¿no?

Zuko asintió, orgulloso. Sabía que Kirche era brillante bajo toda su actitud. Era germana, después de todo, y toda su nación tenía un talento especial para la guerra y los asuntos que la involucraban. El espionaje era uno de esos, a pesar de que nada en ella susurraba subterfugio. 

—No le informes nada a Saito y Vallière.

—No sé Saito, pero la Cero no sabría actuar ni para salvar su vida. 

—No comiences hasta que Tabitha y yo hayamos entrado. Pondré el sable sobre la mesa cuando crea que han sido alertados. Luego de eso, esperarás lo suficiente antes de marcharte y los seguiremos para una emboscada.

—Los moveré a través de los peores barrios que pueda encontrar. 

Zuko se permitió sonreír un poco. Se había sentido perdido desde que partió de Kessel, pero aquí, ahora, se sentía en su elemento, a pesar de no ser fanático de la violencia. Y con alguien que era capaz no solo de entenderlo, sino también seguir órdenes con pocas indicaciones, lo hacía sentir cómodo. 

Intercambiaron un par de asentimientos antes de volver con los demás, con la mirada vigilante de Vallière. Kirche, siendo ella, la abrazó mientras la guiaba hacia el interior. 

—¡Esto es un burdel! —fue el grito de la tristaniana antes de que la puerta se cerrara. 

Zuko se apoyó en la pared junto a Tabitha, quien ni siquiera se molestó en preguntar cuál era el plan. Aceptó lo que estaba pasando con la estoicidad de un soldado profesional, algo sumamente extraño. Incluso estaba vigilando a quienes pasaban, detallándolos de arriba abajo en lo que supuso era una búsqueda de armas. 

Esperó al menos cinco minutos antes de entrar, con su sombra pisándole los talones. Ubicó una mesa vacía, lanzándole un ceño fruncido a un hombre que había intentado sentarse allí. Fue suficiente para espantarlo, y aunque no tenía una visión directa de Kirche gracias a todos los hombres presentes, ella parecía haberlo notado. 

—Oh, miren quién ha vuelto —comentó Jessica—, nuestro posible lavaplatos. ¿Pensaste en nuestra oferta?

—Lo hice —cedió a la conversación para no llamar la atención—. Tal vez acepte.

Parecía estar un poco atareada, porque no se sentó a molestarlo e intentar sonsacarle información como las últimas veces. Zuko buscó con la mirada a Scarron de forma disimulada, y casi palideció al verlo hablar alegremente con Kirche. El rostro de su prima era como el de alguien cuyo cumpleaños había llegado de forma adelantada. No se podía decir lo mismo de Vallière, cuyo mundo parecía haberse hecho pedazos, mientras que Saito lo encontraba divertido.

—Eh, bueno saberlo. Sea como sea, ¿lo mismo de siempre para ti y tu novia?

Zuko mantuvo el rostro de piedra a pesar de que el calor le subía a las mejillas. Tabitha se veía igual de indiferente, aunque ahora sus ojos estaban fijos en Jessica. No pareció capaz de resistir los dos pares de ojos que intentaban taladrarle un agujero, porque se veía realmente incómoda.

—Lo de siempre para ambos, sin el vino —Jessica suspiró con alivio—, y un par de preguntas. 

Ahora se veía interesada, y de inmediato se deslizó en el asiento del frente. Ignoró la mirada que le lanzó una compañera de trabajo cuando le entregó la orden de Zuko.

—Soy todo oídos, pero no es gratis. Haces preguntas, yo hago las mías. 

—Tengo prisa.

—En tu próxima visita será —le restó importancia—. Lo que quiero saber es si aceptas el trato. 

Sabía que iba a preguntar por la Academia. Las noticias tenían una forma especial de viajar, y aunque no había dicho quién era en realidad, ella debía asumir que vino a Tristain como un sirviente del «Príncipe Mendigo». La mujer era astuta y de pensamiento rápido. Sea como fuere, asintió. 

—Tenemos un trato entonces, Zuko. Hoy invita la casa.