Henrietta todavía le daba vueltas a las palabras que le había dicho Zerbst. Sabía que era tonto, con problemas más importantes como el atentado a su propia vida y el robo de un artefacto legendario. No obstante, fue lo suficientemente impactante como para que permaneciera en su cabeza.
Al parecer, estaba lastimando los sentimientos del Príncipe Mendigo. ¡Siendo él el que la miraba siempre desde arriba!, con un ceño fruncido que denotaba lo por debajo que estaba ella. Henrietta no le estaba pidiendo sonrisas, pero lo mínimo que podía hacer era mirarla de una forma diferente.
Además, ¿qué sentimientos iba a herir? Estaban hablando del ejecutor principal de la voluntad del Rey Negro. Viajaba a través de las colonias para sofocar cualquier búsqueda de libertad. Solo conocía la guerra desde una edad temprana, criado por el Dragón del Oeste en los campos de batalla.
¡Eran los sentimientos de Henrietta los que deberían tener en cuenta! Ella no quería casarse con un bruto que solo sabía luchar. Siempre había soñado con su boda perfecta, con un esposo perfecto, guapo, inteligente, cariñoso y cuyos ojos azules la mirasen como si fuera el mayor tesoro sobre la tierra. Ella quería a Wales.
«Sufre lo suficiente sin que usted siga despreciándolo y golpeando su autoestima por no ser el príncipe azul que ha estado esperando», fueron las palabras exactas de Zerbst. Recordarlo la hizo fruncir el ceño. ¿Realmente lo estaba lastimando? Haciendo sentir incómodo, tal vez, pero ¿herirlo? Lo dudaba.
Henrietta dio un respingo cuando Mazarin se aclaró la garganta. Sus mejillas se colorearon de rosa al recordar que estaba en una reunión con él. El hombre le dio una mirada muy poco divertida por su distracción, no obstante, repitió el informe:
—Hay descontento entre la nobleza.
—¿Cuándo no ha habido descontento?
No era de las que arremetía con sarcasmo, pero estaba demasiado estresada como para que le importara. Ignoró la forma interrogativa en que el cardenal levantó una ceja. Henrietta le indicó que podía continuar si quería hacerlo. ¿Estaba siendo grosera? Sí. ¿Le importaba? No.
—Dos tercios sospechan del príncipe. Creen que fue él quien permitió la entrada de los asesinos.
Mirando de reojo a Agnès, se dio cuenta de que ni ella le creía. Era una teoría estúpida, pero no esperaba nada mejor de la nobleza de Tristain, en realidad, y eso por sí solo era lamentable. Luego se preguntaban por qué estaban rodeados de potencias; Gallia al sur y Germania al este. Ni siquiera quería pensar en el futuro de Tristain una vez muriera Karin el Vendaval.
Si el atentado hubiera ocurrido luego del matrimonio, estaría de inmediato apuntando sus sospechas a Zuko. Como rey consorte, no sería extraño que ascendiera al trono, en especial cuando estaba respaldado por el poderío militar del Reich.
—El resto reparte sus sospechas entre Gallia y Albion.
—No quiero hablar sobre teorías de conspiración, Mazarin. ¿Cuál es su opinión sobre mí? Aunque ya puedo adivinar —el último comentario goteaba sarcasmo.
—Creen que Su Alteza es débil, y la culpan por la desaparición del Báculo de la Destrucción. La Facción Noble debería estar usando esto como palanca en la reunión de mañana.
Ah, sí, ellos. No tenían un nombre real, pero lo llamaron así por su oposición a la realeza. O más bien, se oponían a ella. Aprovecharían cualquier cosa para obligarla a aceptar sus términos. Eran todo un fastidio, aunque uno necesario; la despreciaban tanto como lo hacían con la intervención extranjera, al menos la mayoría de ellos.
¿Qué pensaban que iba a suceder? ¿Aparecería el mismísimo Fundador con su magia del vacío y los protegería? Porque si estaban en contra de la alianza con Germania... Tampoco estaba disponible el matrimonio con Gallia, ya que solo había princesas; y prefería morir antes que casarse con Joseph.
—¿Tienes algún consejo? —se aventuró a preguntar.
No era una niña, pero había aprendido a buscar el consejo de alguien más experimentado y sabio. El hombre se recostó un poco más cómodo en su asiento, tarareando de vez en cuando.
—Sin saber su enfoque de ataque exacto, no es posible formular un plan. Sé que usaran el incidente como munición, pero... —suspiró un poco antes de mirarla a los ojos—. Podría usar el matrimonio como su defensa.
Tenía ganas de suspirar, pero no le llegaron los mismos sentimientos negativos de cuando salía el tema. Solo las palabras de Zerbst se repetían en su cabeza. Permitió que el cardenal continuara, para gran sorpresa del hombre; apostaba que pensaba que Henrietta se iba a resistir a la idea, pero estaba cansada.
—Solo debe insinuarlo, por supuesto. ¿No estarían los enemigos de la Corona felices por la disolución del matrimonio? Un evento desafortunado.
La princesa asintió. Solo había un enemigo confirmado, seguido de un comodín y un aliado potencial. ¿Quién quisiera ser acusado de ser un aliado de Reconquista? No era demasiado popular entre la nobleza por sus ideales. ¿Qué pasaría si uno de ellos era un sospechoso de colaboración?
No pudo evitar sonreír ante el pensamiento, aunque controló su expresión cuando vio al cardenal levantar una ceja.
—Es una idea maravillosa. Solo podemos rezar al Fundador para que todo vaya bien.
Bueno, Henrietta les enseñaría por qué no era solo una cara bonita. Tal vez no era una luchadora del mismo tipo que Agnès, no iba a saltar a una refriega con espada en mano y derrotar a asaltantes con fuerza y habilidad. Sería absurdo, pero la política era su propio campo de batalla, uno al que se había visto arrojada cuando su madre decidió que el fondo de una botella era mucho más interesante que la vida de su hija.