XII

Tabitha siguió al príncipe Zuko escaleras arriba. La camarera desvergonzada —porque no conocía otra forma de llamarla— les permitió usar una de las habitaciones. También había accedido a avisarles cuando Kirche, Louise y Saito salieran de la taberna, al parecer demasiado emocionada con participar en lo equivalente a una misión para la Corona.

El cuarto podría ser miserable para los estándares principescos, apenas limpio como para ser habitable; no se perdió una telaraña en la esquina. Una cama de paja con sabanas descoloridas, algunas cajas aleatorias junto a un caldero y lo más importante: la ventana por la cual saldrían.

Analizó la expresión de Zuko, y no encontró ninguna reacción negativa. Siempre estaba con el ceño fruncido, pero ella era observadora. De ser Louise, estaría gritando, indignada, mientras que Kirche lo vería todo con curiosidad sin disimular. Solo personas acostumbradas a las comodidades plebeyas, como Saito, no se quejarían.

La única reacción de Zuko fue sacudir la cama antes de sentarse en el suelo, desprendiendo el sable y la capa. Supuso que la limpió para ella. El hecho de que se sentara sobre la madera polvorienta como si nada revelaba lo habituado que estaba a quedarse en estos lugares. 

Tabitha tomó asiento en la cama. Estaba dura, aunque le restó importancia. En su lugar, observó a su objeto de interés. Estaba rasgando la parte inferior de su capa; midió la longitud para saber si cubriría la parte inferior de su rostro, y asintió con aprobación. Hizo lo mismo para un trozo que pudiera cubrir su cicatriz por completo, y luego otro par que le entregó a Tabitha. 

Siempre quiso conocer al famoso Príncipe Mendigo. Kirche habló de su primo como el único familiar decente que tenía, al menos que no quería casarla con un «vejestorio», sus palabras. Y entre todo eso, Tabitha sintió que ambos eran iguales; realeza desterrada y obligada a cumplir trabajos bajo pena capital. 

Pocas veces sentía curiosidad por las personas, principalmente porque los despreciaba. Su tío y su prima no le ayudaron a sentirse cómoda con otros seres humanos, no obstante, este era un caso que estaba dispuesta a observar para saciar su curiosidad. E indagar, ya que estaba. 

—Preguntas.

El príncipe levantó la cabeza, confundido. Parecía que no esperaba que ella hablara de forma tan repentina, o no podía entender el significado de su palabra. Sea como fuere, la situación se redujo todo a un concurso de miradas hasta que Zuko dijo:

—¿Quieres hacerme preguntas? —el gruñido habitual fue reemplazo por duda. 

Tabitha asintió, notando de inmediato el aumento de la tensión en sus hombros. Ella lo reflejó por instinto. Odiaba los movimientos repentinos, pero se obligó a relajarse, pensando en cómo formular la pregunta con la menor cantidad de palabras.

—¿Razones para batallas?

Debería ser imposible que una persona se tensara tanto como lo estaba él, pero debió comprender de inmediato el significado de su pregunta. Se sintió bien, al menos el no tener que explicarse; normalmente estaba Kirche para eso. Aunque, ahora que lo pensaba, Zuko y Tabitha también se parecían en su falta de placer por interactuar.

—Deber, luego necesidad. 

¿Por qué deber? Según Kirche, sufrió de un destierro en todo menos el nombre. ¿A quién se debía? Pero, ¿por qué fue la necesidad su motivación secundaria, o subsiguiente? Aunque su curiosidad era enorme, lo dejó hasta allí. Ella no diría al primer desconocido la razón por la cual hacía todo lo que Joseph le ordenaba.

—¿Historias? —preguntó Tabitha, buscando cambiar de tema.

Le gustaban las narraciones, y alguien que viajó mucho debió recolectar las suficientes, ya fuesen de él o las regiones que visitaba. Y no trajo un libro con ella, porque sería raro ver a una plebeya con uno; lo último que quería era llamar demasiado la atención sobre su ya pintoresco grupo.

—Tengo algunas... —murmuró, mirando las lunas a través de la ventana y diciendo para sí mismo—: Tampoco hay mucho que hacer.

Aunque reticente debido a su obvia falta de hábito en la interacción interpersonal, el príncipe comenzó con su narración. Fue incómodo en un principio, pero pronto ganó un poco más de confianza, lo que se tradujo en una voz más nivelada y tranquila, sin el gruñido o inestabilidad que le atribuyó en los pocos días de interacción.

La historia fue la de un caudillo al noreste de las colonias del Reich, señalado como demente, clamando sobre un mundo más allá del mar abierto. Nadie le creyó, por supuesto, pero reunió un grupo de hombres leales, entre ellos un constructor de barcos, para demostrarle a quienes lo rodeaban que estaba en lo correcto. Volvió con riquezas, y también envidia de aquellos que primero lo despreciaron. 

Tal como se esperaba, no acabó bien. Como todo drama de poder, hubo sangre, aunque fue más enfocado en la lealtad como virtud. No sería su primera elección, pero fue entretenido, antes de que ambos volvieran a un silencio cómodo. Evitó cualquier posible narrativa militar o siquiera arañar alguno de sus logros. Tabitha los conocía; estaba espiando para Joseph, después de todo, y no solo el Rey Negro era una amenaza. 

Zuko había adquirido algunos nombres rúnicos a lo largo de los años como comandante militar, a diferencia de Tabitha, cuyas misiones eran en solitario. Fénix de Oriente, Fénix Oriental o Fénix del Este, dependiendo de la traducción y en contraposición de su tío, el Dragón del Oeste; este era el más popular entre la gente de Germania. Convertía derrotas humillantes en victorias, algo así como resurgir de las cenizas, lo que se decía que hacían los fénix; los libros no mencionaban el asunto, y nadie los había visto.

Tan diferente de ella, que ni siquiera podía salvar a su propia madre, o hermana. Ser llamada Tormenta de Nieve en gallio, o Nevada en tristaniano, le quedaba tan bien. Todo lo que estaba a su alrededor moriría eventualmente.  Solo estaba retrasando lo inevitable, jugando el juego que Joseph había preparado como su infierno personal.

Al final, era inútil. ¿Por qué no acabar todo más temprano que tarde, en sus propios términos? Sería la única libertad que jamás hubiera tenido, incluso un intento tonto e infantil de rebelión, con el único propósito de arruinar el juego de su tío. Infructuoso, pero atractivo incluso en su futilidad.

Tabitha soltó un suspiro tembloroso, aunque apenas perceptible, y abrazó sus rodillas, intentando disfrutar del cómodo silencio tortuoso. Tantas veces en las que deseaba que su amiga pudiera mantenerse callada por unos minutos, pero aquí estaba, extrañando su constante parloteo; ayudaba a que los pensamientos se mantuvieran alejados si no tenía un libro a la mano.

—¿Más historias? —casi suplico, aunque so voz apenas cambió.

Zuko parecía un poco reticente de seguir hablando, pero dio un asentimiento y pensó por un largo minuto, antes de declarar:

—Mi tío me contaba leyendas de Rub' al Khali —Zuko cerró los ojos, y sea lo que sea que estuviese recordando, trajo una suave sonrisa a su rostro—. Desconocen la figura del Fundador —su entonación había cambiado—, y tienen su propia forma de explicar el origen de la magia elemental a través de los espíritus. 

»Todo comenzó con Vaatu, el espíritu de la Oscuridad y el Caos. Se le conoce como el Primero, porque la nada es Oscuridad, el estado natural es el Caos incluso en reposo. 

»La existencia misma encuentra una forma de equilibrarse, y así nació Raava, espíritu de la Luz y Paz, la antítesis de Vaatu, su enemigo jurado, porque la Luz es antinatural y la Paz una mentira. 

»La convivencia era imposible. Se atraían entre ellos con el único propósito de brindarse una muerte destinada. El Mundo de los Espíritus, tan vasto como solo podría ser un plano de la existencia que contenía cada aspecto de la vida hecho energía, apenas resistía el poder de estos seres. 

»Batalla tras batalla, convirtiendo los paisajes de ensueño en páramos de pesadilla, la realidad se resquebrajó. Vaatu, forzado a abandonar el Mundo de los Espíritus en lo que fue una falsa victoria para Raava, vio por primera vez el Mundo Físico.

»Y así vino el Caos. Los humanos... —dudó, pero agregó—: y los elfos, razas primitivas en el misticismo, no tuvieron oportunidad contra el espíritu de la Oscuridad. No obstante, los actos de Vaatu alertaron a su contraparte quien, con ayuda de los Grandes, Agni, espíritu del fuego; Vaiu, espíritu del aire; Oma, espíritu de la tierra; Tui y La, espíritus de las lunas y el agua, atravesó el umbral.

»Dispuestos a restaurar el equilibrio, los cuatro espíritus elementales ayudaron a Raava en su destierro a Vaatu de regreso al Mundo de los Espíritus. No obstante, debido a que no estaban en el Mundo de los Espíritus, la batalla los desgarró, esparciendo trozos de sí mismos en espíritus menores, ya fuesen benignos o malignos.

»Con Vaatu y Raava de regreso al Mundo de los Espíritus, Agni, Vaiu, Oma, Tui y La decidieron permanecer en el Mundo Físico, ayudando a las razas mortales a defenderse de los vástagos de Vaatu a través del poder de los elementos. 

»De entre todos los mortales, solo uno de ellos, aquel con un corazón puro, fue digno de hacer un contrato con todos los Grandes. Este ser fue conocido como Avatar, aquel capaz de traer armonía en el mundo ahora repleto de espíritus, un mediador entre ambos seres.

»El Avatar tiene la misión de mantener el equilibrio en el mundo, y cuando la Oscuridad vuelva a posarse sobre el Mundo Físico, será aquel que encabezará la batalla contra Vaatu.

Tabitha apenas se dio cuenta de que se había estado inclinando un poco hacia adelante cuando la historia terminó. Cubrió cualquier rastro de interés al regresar a una posición más neutral, observando al príncipe. Apoyaba la cabeza en la pared, con los ojos cerrados y claramente su mente en tiempos mejores. Decidió no interrumpir su paz.

Rub' al Khali... Al igual que Romalia, Tristain y Albion, Gallia era una nación brimírica. Cualquier cosa sobre espíritus era un gran no. Joseph, por supuesto, ignoraba todo este asunto, estaba segura, pero ella no tendría acceso a libros sobre aquel lugar ni aunque quisiera. Tampoco podría leer su idioma, pero ese era otro asunto.

Fue refrescante escuchar algo nuevo.

El momento de paz fue interrumpido por el golpe en la puerta. Fue suave, pero, para ambos, fue como un tambor de guerra. Cubriendo sus rostros con los trozos de tela, Tabitha procedió a lanzar un hechizo silenciador mientras Zuko abría la ventana. 

Dispuesta a ayudar al príncipe, quedó momentáneamente sorprendía cuando, sin necesidad de un hechizo para levitar, Zuko subió al techo de la propiedad. Tabitha lo siguió lo más rápido posible, aligerándose con magia y convirtiéndose otra vez en su sombra. No quería que saliera del hechizo, aunque no parecía ser necesario a medida que avanzaban por los tejados.

¿Por qué el príncipe de Germania parecía tener entrenamiento en sigilo? Sable en su espalda para estorbar lo menos posible y disminuir el tintineo, saltos controlados que le permitían caer sin hacer ruido y facilidad para moverse o escalar en terreno irregular.

Era un misterio, y a Tabitha le gustaban los misterios, al menos los inofensivos. Tendría algo con qué entretenerse antes de que el príncipe eventualmente abandonara la Academia.

 

§

 

Saito bostezó, con la mirada perdida en el horizonte. Cualquiera que lo mirara podría notar la sonrisa tonta que adornaba su rostro, pero ¿podrían culparlo? Acababa de salir del mejor lugar de este mundo abandonado por Dios. Se había asegurado de dejarle una gran cantidad de propina —de Louise— a esa chica llamada Jessica.

Una patada en la espinilla lo trajo de vuelta a la realidad. Gruñendo de dolor, observó en dirección del Gremlin que lo había atacado. En lugar de encontrar su mirada, Louise bufó con irritación y levantó la barbilla. Saito apretó los dientes ante su actitud, pero se limitó a suspirar. 

¡Odiaba ser tratado como un maldito perro! Pero, lo más lamentable era que no podía hacer mucho al respecto. Escapar era una sentencia de muerte, ser liberado sin ningún trabajo también lo era, y no contaba con algún tipo de misericordia de Pulgarcita.

—Los celos no te quedan bien, pequeña Cero. 

—¡No estaba celosa! —exclamó, sin convencer a nadie en realidad.

—¿Crees que no te vi observando el escote de esa camarera? —el rostro de Louise se tornó carmesí de inmediato—. A menos que... Oh, Vallière —Kirche cubrió una amplia sonrisa con su mano—, debo decir que tienes buen gusto. Esa chica era un sólido ocho de diez, aunque tendría que inspeccionarla más... a fondo para dar una calificación justa.

Saito apenas pudo contener la risa ante el chillido que dejó escapar Louise. Era algo entre el ruido que hacía un silbato y el siseo de un gato. Fue un gran esfuerzo, pero se congeló cuando la declaración completa se registró en su cabeza.

—Kirche, ¿acaso tú...?

Dejó la pregunta colgando, algo que atrajo la curiosidad de la germana. Inclinó la cabeza hasta que pareció captar la insinuación, riéndose entre dientes. Ambos ignoraban el farfullo de Louise.

—Oh, no, no. Las mujeres no son lo mío. Simplemente apreciamos la belleza en Germania, ¿sabes? No somos tan mojigatos como los tristanianos. Si otra mujer está que roba el aliento... —se encogió de hombros, exhibiendo una sonrisa que se quedaba entre seductora y divertida—. ¿Por qué no debería disfrutar del espectáculo?

No sabía cuánto de esa declaración era real y cuánto solo para molestar a al tomate residente. Sea como fuere, ponía las cosas un poco en perspectiva, al menos sobre la actitud siempre coqueta de Kirche. Parecía ser más de las que jugaban, en lugar de ser realmente promiscua.

No era su asunto, por supuesto, pero ¿podían culparlo? ¡No había Internet! Ahora entendía por qué las sirvientas en los mangas, animes o dramas históricos eran tan chismosas. ¿De qué otra forma Saito iba a entretenerse? ¡Ni siquiera sabía leer! Estos momentos lo hacían querer volver a casa, o por lo menos tener la capacidad de conectarse a Internet aquí en Tristain.

Miró alrededor mientras las chicas discutían. Era el estereotipo de barrios bajos, aunque las casas se veían sólidas, pero eran delatados por los mendigos en las calles y la suciedad que se filtraba de los callejones oscuros. Los cuales, por cierto, se veían aterradores.

Llevando una mano a Derf, sintió el poder de las runas llenándolo. No se acostumbraba a la sensación. Era como si el mundo se hiciera más amplio; olfato, vista y audición impulsados. Su sangre bombeando como un caballo desbocado, la temperatura de su cuerpo aumentando en consecuencia. Y el instinto, afilado como una hoja de leyenda. 

Saito se movió antes de que su cerebro pudiera procesarlo por completo, cubriendo a Louise. No fue necesario cuando el viento desvió una daga que se habría clavado en su clavícula. Ni siquiera se detuvo para procesar el hecho de que iba a morir, todavía infectado por la adrenalina mágica que lo espoleaba. 

Uno de los enmascarados por los cuales les habían advertido saltó desde el callejón. Su arma, entre una daga y espada corta, rompió a través del muro de viento con su propia magia. Saito lo interceptó con Derf, pateando su rodilla en un intento de romperla. El asesino retrocedió, obligando al familiar a seguirlo con una embestida que lo tomó por sorpresa.

Ambos rodaron por el suelo, y al estar poco acostumbrado a las batallas, Saito estuvo a punto de soltar su espada. Aunque, por el ángulo, no podía usarla, así que recurrió a un puñetazo en un área que se veía desprotegida. Apenas interceptó la daga que se dirigió a sus entrañas, y en un movimiento que jamás habría hecho de forma consciente, cortó el cuello del asesino con Derf. 

Ni siquiera dio una segunda mirada al cuerpo que se retorcía antes de saltar una vez más a la refriega. Allí estaba Zuko, reconociéndolo por el sable a pesar del rostro cubierto; la otra debía ser Tabitha. Ambos aliados. Una decena de asesinos restantes. 

Derf se sentía ligero en su mano, tanto como su propio cuerpo. Chocó contra al más cercano, gruñendo de dolor cuando la daga rasgó su antebrazo. Notó que Zuko atacó al mismo asesino, obligándolo a cambiar su atención. Saito aprovechó la oportunidad para apuñalarlo en el pecho, usándolo como escudo ante cuchillas de viento que lo habrían desgarrado.

El fuego pasó por encima de la cabeza de Saito, casi golpeando al que había atacado con magia de no ser porque se defendió con una barrera de viento. Por desgracia para él, Tabitha lo emboscó por un costado, amputando sus piernas. Los demás ni siquiera se inmutaron ante el sufrimiento de su compañero. 

Zuko empujó más en dirección del grupo, interceptando las puñaladas y permitiendo que el fuego de Kirche, o la magia de Tabitha, detuvieran las cuchillas de viento que intentaron asesinarlo. Apretando los dientes, Saito se unió a él.

Entre los dos lograron disminuir el número a paso constante. Eran asesinos, incluso él podía decirlo, y aunque eran mucho mejores que Saito, la lucha directa no eran su especialidad. Además, las runas le daban una ventaja de fuerza que no temía aprovechar. 

Ignoró los cortes recibidos, concentrado en no estorbar al más experimentado y centrando sus esfuerzos en convertirse en apoyo. Dedicó algo de tiempo para monitorear a Louise, que sostenía su varita con fuerza, apretada en su pecho. Su mano temblaba, mordiendo el labio inferior hasta casi sangrar.

Saito se sobresaltó cuando casi se quemó su oreja por una flecha de fuego arrojada por Kirche. Volvió al combate, bloqueando y cortando a pesar de que sus músculos comenzaban a resentirse. No estaba acostumbrado a usar las runas familiares. Su respiración era pesada, ignorándola a favor de no perder la cabeza cuando la daga pasó demasiado cerca para su gusto. 

Con una última estocada, parpadeó sorprendido al darse cuenta de que ya no estaban bajo ataque. No obstante, pateó el cuerpo cuando notó que hizo ademán de apuñalar. No soltó ni un solo gruñido, a pesar de retorcerse en el suelo. 

Mirando alrededor, notó que Zuko estaba buscando en los cuerpos de los alrededores. Saito solo suspiró y envainó la espada. En el momento en que soltó la empuñadura, el peso de sus acciones cayó sobre él. Las náuseas fueron tan potentes y repentinas que ni siquiera se arqueó para vomitar, manchando su camisa y pantalones entre sollozos que no se molestó en disimular.