Zuko cambió los libros de una mano a otra, pensando en la conversación que había tenido, si podía llamarse así. Admitía que le gustaba la amiga de Kirche, preguntándose cómo ambas pudieron congeniar lo suficiente. Era silenciosa, e incluso si tenía curiosidad, no fue invasiva con sus preguntas.
Siendo sincero, el principal atractivo de su presencia era el silencio. El bullicio de la vida militar era molesto, ya ni hablar de los cuchicheos sobre su persona, los aduladores o quienes despreciaban el suelo por donde caminaba. Todos tenían algo en común: hablaban hasta el hartazgo. Tabitha, por el contrario, se mantuvo para sí misma y su presencia apenas se notaba, pero sabía que estaba allí.
Luego venía el inconveniente de que esa chica, menor que él, era un soldado. No era alguien para hablar, teniendo en cuenta que ingresó a la vida militar a los catorce, y su padre lo «entrenaba» incluso antes de eso, pero seguía sin gustarle la situación actual. El hecho de que pudiera matar a los asesinos sin pestañear empeoraba el sentimiento de Zuko.
Kirche vivió en Germania, así que habría visto cadáveres en varias ocasiones; los torneos a muerte eran una parte muy común e importante de su cultura. No le pareció extraño que pudiera luchar sin ningún tipo de inconveniente, a diferencia de Vallière, quien se congeló cuando ocurrió todo. Saito era un caso aparte.
Y luego estaba el hecho de que Tabitha sabía que estaban tratando con una baliza. Zuko no tuvo idea, a pesar de haber sostenido unas cuantas de ellas. Nuevo diseño, supuso, y el hecho de que ella lo supiera enviaba una alarma. Tampoco se le pasó por alto que se había puesto tan rígida que de seguro estuvo planeando silenciarlo.
¿Por qué cubrirla, entonces? Solo porque era amiga de Kirche. Tal vez era una forma de pensar ingenua, rozando incluso la estupidez, pero no le importaba. Espías había en todos los lugares, y si ella era una, significaba que su objetivo era Tristain. No era una buena actitud, pero su lealtad estaba con Germania.
Y siempre era mejor saber quiénes eran los espías, e identificar a los benignos.
¿Ser amiga de Kirche era una tapadera? Lo desconocía, pero la probabilidad era alta. Zuko sabía que su prima llamaba mucho la atención, y notó que Tabitha era ignorada cada vez que estaba en la misma habitación que ella. No había un mejor escondite para un espía que a la vista. Sea como fuere, solo sabía algo: Tabitha la hacía feliz.
Kirche, por obvias razones, no fue muy del agrado del sexo femenino, a pesar de lo liberales que eran en Germania. Saber que había alguien capaz de brindarle tal felicidad ataba a Zuko con respecto a lo que podía hacer con Tabitha. Después de todo, no estaría en la Academia por demasiado tiempo, y se iría luego de que el problema de Fouquet fuese solucionado.
La princesa Henrietta tenía derecho a elegir al hombre con el cual iba a casarse, y Zuko no le arrebataría esa felicidad. Solo tenía que hacerlo de una manera en que no la perjudicara a largo plazo, porque sabía el estigma que cargaría una mujer despreciada. Por eso no fue muy inteligente su intento anterior para irse.
—Príncipe Zuko.
El nombrado se sobresaltó tanto que casi dejó caer los libros. No por el apodo, o el hecho de que se concentró tanto en sus pensamientos que descuidó los alrededores, sino por la persona que lo había llamado. La princesa no lo estaba mirando con asco, cosa que lo sacudió más que su habitual desprecio.
De inmediato se puso a la defensiva, preguntándose qué era lo que Stuart esperaba conseguir de él. Y eso se reflejó en la rigidez de su respuesta, con hombros tensos y espalda erguida.
—Princesa Stuart —miró en dirección de Agnès—. Sir Agnès.
Desconocía si debía utilizar «sir» al dirigirse a una mujer, pero era un caballero. El desprecio hacía difícil averiguar si hizo lo correcto, así que volvió su atención a la persona que lo superaba en estatus.
—Es bueno verlo —tal vez hizo su duda demasiado obvia, porque ella añadió—: Estaba por ir a buscarlo —esto también era nuevo, porque a ella le gustaba fingir que Zuko no existía—. Verá, tengo el propósito de visitar al profesor Colbert para actualizarme con respecto a su investigación. ¿Le gustaría acompañarme?
Realmente deseaba que su tío estuviera aquí. No sabía si esto era una trampa o una invitación genuina. Tuvo que apostar por lo último, ya que estaban en una situación precaria, y la princesa no le parecía alguien que se perjudicaría a sí misma debido a rencores. No se acostumbraría a esta civilidad, porque podría terminar junto con el caso de Fouquet.
—Será todo un placer —dijo como respuesta, indicándole que guiara el camino.
Zuko se posicionó al lado de Henrietta. Por mucho que él no creyera igualarla en estatus, tenía que mostrar lo contrario ante cualquiera que los estuviera viendo. Representaba a Germania, después de todo, y hacer el ridículo no era una opción.
—Veo que ha visitado la biblioteca —comentó Henrietta, mirando los libros—. Y... Oh, ¿se encuentra interesado en el teatro?
¿Realmente le estaba preguntando por interés, o solo estaba siendo educada? No se sabía quién podía estar espiando sus conversaciones, así que bien podría ser una distracción para cualquier curioso que los acechara. Así que estaba obligado a responder la cortesía, si nada más.
—Disfruto del teatro —confesó entre dientes—. Los visito si tengo tiempo libre.
Lo que en el ejército era poco. Estaba en constante movimiento, y la mayoría de las veces no podía quedarse lo suficiente como para presenciar una función, o debía marcharse antes de que terminara. Disfrutaba las pocas veces que era capaz de asistir sin restricciones.
—También amo el teatro —dijo la princesa, parecía alegre—. Mi madre tendía a llevarme a cada función cuando era niña. ¿Está investigando los clásicos tristanianos?
—Sí... —respondió, dudoso—. Nunca había estado en Tristain antes.
O en cualquier nación brimírica, para el caso. Esto decidió guardárselo, no quería recordarles que era un hereje. El punto era que quería saber cómo la religión influenciaba tal forma de arte, ya que no podía asistir por sí mismo.
—Entonces creo que debería acompañarlo al teatro. Habrá una función a fin de mes...
Zuko se perdió el resto de la conversación cuando sintió que las cosas no encajaban. ¿En realidad le estaba ofreciendo acompañarlo al teatro? Salió de su trance para no parecer grosero.
—¿Alguna que sea su favorita? —iba a responder, pero ya estaban frente al taller del profesor—. Podemos retomar esta conversación después.
Zuko se adelantó y golpeó la puerta un par de veces. Captó un olor extraño que provenía del interior, un tanto desagradable, pero no lo atribuiría a la suciedad. Una voz balbuceaba algo del otro lado mientras un montón de cosas caían al suelo en lo que creía era una carrera a la puerta. Los que estaban fuera se mantuvieron en un silencio incómodo.
Cuando la puerta se abrió, un despeinado Colbert intentaba arreglar sus túnicas. Lucía tanto sorprendido como eufórico al verlos, casi como si los hubiera estado esperando, pero no sabía en qué momento iban a parecer.
—Princesa, príncipe y sir —saludó en lo que supuso Zuko fue el orden de importancia—, por favor pasen y perdonen el desorden.
Llamarlo desorden era un eufemismo, porque apenas había espacio para caminar. Y aunque podía decir cuál era la fuente del olor, sería imposible precisarla cuando había varios brebajes en los estantes del fondo. Era lo único ordenado, porque muchos inventos, tanto mundanos como mágicos, se arremolinaban en el suelo y diversas mesas.
Apenas fue capaz de divisar el motor entre varias otras baratijas, algunas de naturaleza mágica. Colbert debió seguir su mirada, porque su excitación subió un par de niveles.
—He estado trabajando en una fuente alternativa de energía para el motor —comentó, con la emoción desbordándose.
—¿Por qué no usar carbón? —se atrevió a preguntar Zuko.
—Demasiado consumo de espacio y recursos. Tristain no cuenta con las mismas minas de carbón que Germania.
Había olvidado ese pequeño punto, así que debía ser obvio lo que estaba haciendo aquí. Alguna variante artificial de las piedras de viento, posiblemente reutilizable. Si tenía que dar su opinión, no había avanzado lo suficiente, a pesar de los muchos intentos visibles.
El pensamiento aleatorio de que este hombre se habría llevado bien con su tío no tardó en llegar. Iroh siempre fue de los que disfrutaba pasar el tiempo con todo tipo de sabios y eruditos.
—¿Una fuente de energía reutilizable? —adivinó Zuko.
—¡Así es! —parecía estar vibrando en su sitio—. Si es posible crear una forma de generar fuego que no requiera ser constantemente alimentada por carbón...
No completó la idea, pero el resultado era obvio. Tal vez el carbón lo convertía en algo accesible para los plebeyos a la hora de la operación, pero llevaría más tiempo el tener que alimentarlo constantemente. Seguiría siendo un invento usado solo por las elites, pero respondería a la ausencia de recursos de Tristain.
Salió de los pensamientos cuando escuchó que alguien se aclaraba la garganta, recordando que no eran los únicos allí. La princesa, en lugar de verse irritada por ser ignorada, parecía divertida por la vista.
—Por mucho que pueda disfrutar su charla, mis Seigneurs, tenemos un asunto importante entre manos.
Zuko se sintió avergonzado. No era de los que disfrutaba la investigación per se, pero una charla que no giraba en torno a la guerra o la nobleza siempre era bienvenida. Se aclaró la garganta en el momento justo en que lo hizo Colbert, en un extraño momento de sincronía que solo hizo reír a la princesa.
Al menos la futura reina no parecía odiarlo ahora.
—Lamento mi exabrupto, Alteza. Si están aquí por la baliza, terminé de configurarla para rastrear una señal parecida.
Zuko se quedó anonadado, mirando fijamente el rostro del profesor. Ahora que lo analizaba, cargaba con grandes ojeras, como si no hubiera dormido durante toda la noche. Teniendo en cuenta que lo hizo todo en un día, debió mantenerse despierto toda la noche.
—Es una buena noticia —Stuart no podría sonar más aliviada incluso si lo intentaba—. ¿Realmente podremos rastrear la ubicación de los asesinos?
—Sí, no fue fácil —lo dijo el hombre al que solo le tomó un día—. Solo pude hacerlo en tan poco tiempo debido a que conozco el funcionamiento. No obstante, quien lo ha creado debe ser un genio, aunque pecó en usar modelos antiguos como base.
Zuko frunció el ceño. ¿Un genio que usó modelos antiguos como base? Era como si quisieran ser capturados. Un pensamiento estúpido, por supuesto, pero ¿viniendo del rey de Gallia? Bien podría ser una posibilidad.
—¿Cuál es el radio efectivo de búsqueda?
—Doscientos metros —dijo, entregándole la baliza a Zuko—, tal vez doscientos cincuenta.
Demasiado poco. Tendría que recorrer la capital a pie para poder encontrarlos, porque estaba seguro de que los espías sabrían sobre Azula, y ella era un faro en la oscuridad. Los fénix no estaban hechos para el sigilo de ninguna manera.
Usar las calles o los tejados llevaría demasiado tiempo, tiempo que no creía tener. Tampoco sería extraño ser descubierto a mitad de su búsqueda y alertar al objetivo.
¿Podría pedirle ayuda a Tabitha? La idea no lo emocionaba, porque ella era parte de la nación que estaba orquestándolo todo, pero su familiar sería demasiado útil como para no considerar la idea. El dragón no dejaría una estela de fuego ni brillaría en la oscuridad, además de ser mucho más rápido que utilizar sus propias piernas...
Ni siquiera tenía una opción.
—Le aseguro que la Corona recompensará su servicio, profesor Colbert.
Zuko debió perderse demasiado tiempo en sus pensamientos, porque cualquiera que hubiera sido la conversación ya había llegado a su fin. Solo se inclinó ante el erudito y la princesa, murmurando una despedida antes de abandonar la habitación.
Había preparativos que hacer, o por lo menos una persona que convencer para la operación de esta noche. Podría ofrecerle un favor, por mucho que fuera poco lo que podía hacer por ella. O, a pesar de no gustarle la idea, solicitar la colaboración de Kirche en el asunto.
—Príncipe Zuko.
Se giró de inmediato para ver a la princesa. No estaba sola, pero su guardia se quedó a una distancia suficiente como para no escuchar cualquier cosa que se dijeran, aunque todavía vigilante. La pistola estaba en su mano y lista para desenfundar ante cualquier movimiento extraño.
—Princesa —saludó, a pesar de haberse despedido hace menos de un minuto.
—¿Piensa partir hoy? —preguntó, indicándole que podía seguir caminando.
Solo dio un asentimiento en respuesta, todavía mirándola con extrañeza. Podía entender que era una pieza clave para recuperar un objeto robado, un símbolo cultural para Tristain, pero no había razón para comportarse de forma tan amigable. Era desconcertante.
—Sé que está yendo más allá del deber, poniéndose en peligro a sí mismo por una nación a la que no pertenece y cuyos intereses no está obligado a defender. Por eso, quería agradecerle.
La princesa se inclinó ante él, de la misma forma en la cual Zuko lo hizo cuando se conocieron. No demasiado como para degradarse a sí misma, pero lo suficiente para mostrar respeto. No sabía qué hacer o decir en esa situación, y por suerte no fue necesario.
—Si es posible, me gustaría tener una conversación con usted cuando vuelva. Es importante.
Supuso que no tenía opción en el asunto. Había aprendido que, cuando el gobernante decía «si es posible», «me gustaría» o incluso «por favor», no existía la posibilidad de negarse. Zuko asintió, volviendo a murmurar una despedida antes de seguir con su camino.
Lo primero en su lista era guardar los libros en su habitación y volver a la biblioteca. Solo esperaba que todo este asunto de Fouquet terminase pronto.