[Ubicación: Madrid – Cuartel General de la Asociación Mágica de las Cinco Estrellas]
La Asociación Mágica de las Cinco Estrellas era la organización más poderosa del mundo mágico español. Su función principal: mantener el velo que separa la magia del mundo ordinario y controlar al resto de asociaciones mágicas para evitar daños colaterales entre civiles.
En una sala de reuniones austera y silenciosa, seis figuras de alto rango observaban un informe proyectado en una pantalla mágica. El tema era urgente: la misteriosa desaparición de un autobús escolar… y el aún más desconcertante regreso de sus ocupantes.
—No hay duda… Esta es la primera vez que alguien regresa sin heridas de un submundo relacionado con los dioses. —murmuró el segundo miembro del consejo.
—Según lo que pudimos extraer de los testigos con magia de verdad y hechizos de detección de manipulación mental… parece que uno de los afectados logró convencer al dios del submundo. —añadió el cuarto consejero.
—¿Alguna idea del tipo de divinidad con la que trataron? —preguntó el líder del grupo con tono seco.
—Por las descripciones obtenidas, creemos que se trata de un dios relacionado con la guerra. —respondió el cuarto, cruzando los brazos.
—Eso no tiene sentido. Un dios de guerra jamás liberaría a simples humanos por voluntad propia. —intervino el segundo con un dejo de incredulidad.
—Tienes razón… pero no hay más datos. —terció el tercero.
—Revisamos cada testimonio con hechizos de veracidad, y no encontramos alteración alguna. Ninguno miente… —insistió el cuarto, preocupado.
—¿Y el chico que habló con el dios? ¿Sigue dormido?
—Sí. Está siendo vigilado 24/7 por nuestros agentes.
—Bien. Cuando despierte, háganle todas las preguntas necesarias. Luego… borrenle la memoria.
—Entendido.
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[Ubicación: Hospital – Habitación de Alexander]
P.V. Alexander
Desperté en una habitación blanca, el sonido tenue de un monitor de ritmo cardíaco acompañaba mi respiración. Frente a mí, se encontraban dos personas con trajes elegantes. Un hombre y una mujer.
—Encantado, señor Miller. Somos agentes del Ministerio de Seguridad Nacional. Nos gustaría hacerle algunas preguntas. —dijo la mujer con voz amable mientras me mostraba una placa.
Se giró hacia el doctor, le susurró unas palabras y él abandonó la habitación en silencio. Luego, me enseñó la insignia más de cerca, como para verificar su autenticidad.
Sin perder tiempo, la mujer asintió al hombre. Él extendió el dedo, murmuró algo en voz baja y una tenue luz apareció, girando en su dedo índice, antes de desaparecer como si nunca hubiera estado allí.
—Listo. —dijo el hombre.
—Bien. —respondió ella, satisfecha.
Ni siquiera me sorprendí.
Mi divinidad de Maestría en Magia se había activado en cuanto el hombre comenzó su conjuro.
Hechizo de Ilusión.
Crea una cortina visual que oculta todo lo que sucede en la habitación…
Ingenioso. Pero inútil ante mí.
—Interesante... No te sorprendes. ¿Acaso ya has visto este tipo de magia antes? —preguntó la mujer con ojos curiosos.
—Pues... sí. Jejeje. —respondí con una risa agotada.
Ella sonrió levemente, como si hubiera esperado esa respuesta.
—Me encantaría escuchar más… Pero para asegurarme de que no estás mintiendo, usaré algo especial.
Apuntó su dedo hacia mí y recitó:
—Verum revelare (Revela la verdad).
Una luz azul salió disparada hacia mi frente.
Mi divinidad volvió a activarse al instante.
El conocimiento del hechizo, su tipo, su función, su estructura… todo quedó grabado en mi mente.
Y ahora, también podía usarlo.
Pero incluso antes de que eso ocurriera, mi instinto me decía que no funcionaría en mí.
Así que dejé que la luz me tocara.
Nada pasó.
Ni presión.
Ni calor.
Ni efecto.
Solo una luz sin poder.
La mujer me observó detenidamente.
—Bien, primera pregunta...
Pero antes de que pudiera continuar, extendí mi mano y le devolví el hechizo.
—Verum revelare.
Una luz dorada salió disparada de mis dedos, envolviendo tanto a la mujer como al hombre.
Sus ojos se abrieron como platos.
—¿¡Qué...!?
Y entonces…
Cayeron en trance