12- Reunión de amigos

P.V. Alexander

Mientras avanzaba por el pasillo en dirección a la salida, una sensación helada recorrió mi espalda.

Un poder mágico.

Desagradable, viscoso… como una telaraña que se pegaba a mi piel.

Me detuve.

Giré la cabeza instintivamente.

Desde la esquina apareció Elena.

—¡Qué sorpresa verte por aquí! —dijo, sonriendo con una mueca que no llegaba a sus ojos.

Su voz me llegó amortiguada, como si estuviera bajo el agua.

No podía oírla bien… pero sentía su poder.

Oscuro. Denso. Inquietante.

Y lo más perturbador de todo no era su presencia mágica, sino la repugnancia visceral que me provocaba.

¿Por qué…?

¿Por qué emanaba magia… ella?

—¡Mocoso!

La voz de mi padre rompió el trance.

Parpadeé. Elena me observaba con el ceño fruncido.

—¿Por qué me miras tanto? —inquirió con desprecio.

—Asqueroso. —masculló, dándose la vuelta.

—…Nada. —respondí, volviendo a caminar.

No miré atrás.

No tenía sentido buscar respuestas en esa casa.

Lo único que podía hacer… era seguir adelante.

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De vuelta en mi apartamento, mientras aún pensaba en la magia que sentí en Elena, recibí un mensaje de Andrea.

> “¿Te apetece quedar? Vamos a dar una vuelta antes de la peli 😊”

Decidí dejar las dudas a un lado.

Tal vez, solo por hoy, podía intentar vivir una tarde normal.

Llamé un taxi.

Si no me daba prisa, llegaría tarde.

Al llegar al centro comercial, los vi en la entrada.

—¡Hola! —saludó Andrea con una sonrisa.

—Siento la tardanza. —dije.

—No pasa nada. —respondió Jorge—. Estábamos viendo si íbamos a la bolera o simplemente paseábamos.

—Sí, así matamos el tiempo hasta que empiece la peli. —añadió Sergio.

Al final, nos decidimos por la bolera.

Mientras caminábamos, Andrea se acercó a mí con el ceño ligeramente fruncido.

—¿Estás bien? No supimos nada de ti durante días…

Le sonreí con incomodidad.

—Me enganché con una serie. Me olvidé del mundo…

—¿En serio? —dijo ella, entre divertida y molesta—. ¿Eso era todo?

La regañina amable de Andrea continuó hasta que llegamos al local de la bolera.

Y justo cuando íbamos a entrar…

El collar en mi cuello empezó a calentarse.

Una vez más.

Y entonces… se abrió un portal.

Un agujero azul, etéreo, surgió delante de nosotros.

Un viento súbito nos golpeó.

Y sin advertencia, la gravedad misma pareció romperse.

—¡¿Qué…?! —grité al ver a Andrea comenzar a ser absorbida.

Y no solo ella.

Todos mis amigos. Varios transeúntes.

¡¿Qué demonios es esto?!

Corrí y logré agarrar a Andrea de la muñeca justo a tiempo.

—¡Sujétate bien! —le grité, mientras sentía el tirón de la distorsión mágica.

Algo era extraño.

El portal no me absorbía a mí con la misma fuerza.

¿Será por… el collar?

—¡Maldición…!

Podría usar mi divinidad de fuerza, pero… si no la controlo, podría lastimarla.

No puedo arriesgarme.

Y así, mientras el viento mágico nos arrastraba como si el mundo mismo se colapsara, me dejé caer con ella al abismo.

Caímos.

Un túnel azul nos envolvió, girando como un remolino infinito.

Abracé a Andrea con fuerza. No podía permitir que nos separáramos.

Y entonces… una luz blanca.

La cruzamos.

El túnel desapareció.

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Despertamos en medio del bosque.

Lo primero que vi al abrir los ojos fueron árboles. Muchos. Altos. Silenciosos.

Andrea seguía inconsciente.

La recosté con cuidado a la sombra de un tronco y miré a mi alrededor.

No vi a nadie más.

Ningún rostro familiar.

¿Dónde están los demás?

Con el corazón latiendo con fuerza, me impulsé hacia la copa de un árbol.

Desde lo alto, miré el paisaje.

A un lado: un mar interminable de árboles.

Pero en la otra dirección…

Una muralla.

Alta. De piedra gris.

Y sobre ella, personas luchando.

Pude distinguir el destello de espadas, el eco de gritos, el sonido de cuernos de guerra.

—…Esto no es nuestra ciudad.

No sé cómo…

pero hemos sido transportados a otro mundo.

Y esta vez… no se trata de una simple alucinación.