27-Obserbador inesperado

En el instante en que mi mano se cerró sobre el vacío… una espada respondió a mi llamado.

No fue una hoja cualquiera. La espada que se formó en mi palma brillaba con una intensidad sagrada. Su diseño evocaba a los nobles caballeros de antaño: adornos dorados recorrían la hoja como si la luz misma la hubiese forjado, y su empuñadura rojo oscuro pulsaba con una voluntad dormida.

“Así que esto es… el Armamento Divino.”

Como si algo se hubiera desbloqueado dentro de mí, mi existencia entera resonó con la hoja.

Y entonces, sin previo aviso, el Emperador Oscuro fue repelido por una fuerza invisible. Retrocedió varios metros, una mueca de incredulidad deformando su rostro.

—¡Maldita sea! ¿¡Cómo es posible que tú, un simple mortal, puedas invocar un Armamento Divino!? —rugió, con ira e incomprensión.

—Si me lo preguntas... diría que fue gracias a ti, emperador —respondí con serenidad—. O mejor dicho... Arkham, el Dios Caído.

El nombre cayó como un trueno.

Por un instante, el rostro del Emperador Oscuro se oscureció. Su aura tembló.

—¿Cómo sabes ese nombre...? ¿¡Dónde lo escuchaste!? —escupió, su voz mezcla de rabia y miedo.

Ignoré sus preguntas.

Mi mirada se desvió hacia la hoja en mi mano, y mi conciencia fue absorbida por un estado de trance absoluto.

—¡Maldito insecto, no te atrevas a ignorarme! —bramó Arkham.

Las llamas brotaron de su espada como una tormenta ardiente. Al tocar el suelo, comenzaron a corroer la misma realidad del santuario.

Se lanzó hacia mí como un meteorito envuelto en fuego.

Pero incluso en mi trance, mi cuerpo reaccionó.

Nuestras espadas chocaron. La suya envuelta en llamas corruptas; la mía, rodeada de un aura roja con destellos dorados, como un corazón ardiendo con esperanza.

Abrí los ojos.

—Gracias, Emperador… No, gracias, Arkham. Por fin entiendo lo ingenuo que he sido —murmuré.

—¿¡De qué estás hablando!? —gritó él, cada vez más desconcertado.

—Desde que obtuve este poder… me dejé consumir por la duda. Empecé a pensar que no era digno. Pero me equivoqué. La divinidad… no es solo fuerza. Es identidad. Voluntad. Un camino.

El fuego de Arkham corrompía el terreno, pero no podía tocarme. Mi espada lo rechazaba. Como si toda su corrupción fuera una mentira ante la verdad que empuñaba.

---

[Punto de Vista: Santa Ángela]

No podía creer lo que veían mis ojos.

Vine a esta ciudad buscando al héroe invocado… pero en su lugar, fuimos atacados por tres Generales del Imperio Oscuro. A punto de retirarme, activé el artefacto de teletransporte, pero una luz surgió desde la mansión del Vizconde.

Esa luz lo cubrió todo.

Y cuando abrí los ojos…

—¿Qué… es este lugar?

Armaduras de todos los tamaños. Espadas clavadas en la tierra. Lanzas rotas. Cascos partidos. Un mundo cubierto por los restos de innumerables batallas.

Estaba sola.

No había paladines a mi lado. Nadie.

Intenté moverme… pero mi cuerpo se congeló. No por magia, sino por la inmensidad del poder que impregnaba el aire.

—Esa sensación…

Sí. Era idéntica a la que sentí cuando fui bendecida por la Diosa.

—¡Imposible…!

Mi mirada se giró al escuchar una voz grave. Allí estaba él. El Emperador Oscuro, pero frente a él… un joven.

Uno que parecía común. Pero irradiaba algo distinto. Una majestuosidad silenciosa.

Ambos chocaban espadas. Pero no era un combate normal.

No había destrucción masiva. No llovían meteoros ni caían rayos divinos. Y aun así… sabía que un solo corte de cualquiera de ellos podría borrar la existencia de un ser del Rango Leyenda.

No sé por qué no notaron mi presencia, pero rogué al cielo que así siguiera.

Pese a la distancia, podía sentir el eco de su enfrentamiento.

Pero lo que más me impresionó fueron sus armas.

El Emperador empuñaba una espada que exudaba un poder divino… pero oscuro. Peligroso. Corrupto.

El joven, en cambio, había estado usando las armas esparcidas en este mundo.

Y entonces lo comprendí.

Estas armas… no son normales.

Pude reconocer algunas de las que tenía cerca. Espadas de héroes antiguos. Lanzas bendecidas. Artefactos de poder olvidado. Había armas de rango Campeón, Leyenda, e incluso algunas… de nivel Trascendental.

Y ahora, ese joven había invocado una hoja que parecía estar más allá de todas ellas.

Una espada nacida no de la forja, sino de su propio juicio divino.