Extra_2:

Punto de vista: Narrador

Tras la desaparición de Alexander y la santa en aquella grieta dimensional, los soldados del Imperio Oscuro comenzaron a retirarse. La ciudad, devastada y sumida en el caos, quedó en manos de la princesa Lernia Vi Calexio y de las fuerzas restantes del Vizconde Reiser, quienes se apresuraron a restaurar el orden entre las llamas y los escombros.

La noche se cernía como un manto oscuro sobre el cielo, suavemente iluminada por el fuego que aún consumía partes de la ciudad. En los terrenos destruidos de la mansión del Vizconde, soldados y sirvientes trabajaban sin descanso, retirando escombros y auxiliando a los heridos.

En una de las zonas menos afectadas del jardín, Andrea —la heroína invocada— se encontraba arrodillada, rodeada de cuerpos heridos. Algunos gemían de dolor, otros apenas respiraban. A su alrededor, un par de guardias enviados por la princesa la custodiaban, aunque ella apenas parecía notar su presencia. Con ambas manos extendidas, su magia de sanación envolvía a los soldados heridos con un tenue resplandor verde.

—Solo un poco más... —susurró, mientras el sudor resbalaba por su frente.

Poco después, entre los escombros aún humeantes, apareció la figura decidida de Lernia. Su armadura aún tenía rastros de sangre seca, pero su porte seguía firme. Caminó con prisa hacia la zona de los heridos y, al encontrar a Andrea, se detuvo frente a ella.

—¿Estás bien? —preguntó la princesa, con un leve dejo de preocupación en la voz.

Andrea levantó la mirada y forzó una sonrisa.

—Solo un poco cansada... pero tengo que ayudar en lo que pueda —respondió, sin dejar de concentrarse en su hechizo.

---

Punto de vista: Lernia

Después de que aquella luz nos envolviera en plena batalla, los generales del Imperio Oscuro se retiraron por razones que aún no comprendo del todo.

No tuvimos tiempo para reflexionar. Di órdenes inmediatas a las tropas del Vizconde para que extinguieran los incendios y buscaran enemigos ocultos en la ciudad. Había que recuperar el control antes del amanecer.

Lo primero que hice después fue buscar a Alexander y Andrea. Pregunté a cada soldado, cada sirviente, hasta que uno de ellos me informó, aún con el rostro pálido, lo que había visto.

Alexander… fue absorbido por una grieta negra que apareció en el aire. El mismo tipo de grieta que llevó consigo a la santa.

No sabía qué pensar. Lo único que sentía era que Alexander no volvería pronto.

Encontré a Andrea no mucho después, ayudando a los heridos como si nada hubiera pasado.

Me acerqué. Tenía que decirle lo que ocurrió con Alexander.

Pero al verla tan concentrada en salvar vidas, mis palabras se quedaron atoradas en la garganta.

—¿Cómo se lo explico...? —murmuré para mí misma, apenas audible.

---

Punto de vista: Diosa Rexia

Templo Divino — En algún rincón oculto del cielo

Un palacio blanco resplandeciente se alzaba entre nubes doradas, rodeado por jardines eternos donde pequeñas criaturas aladas danzaban entre las flores. La luz sagrada bañaba cada rincón del lugar, como si el mismo cielo respirara calma.

En el centro del salón principal, sobre un trono tallado en marfil divino, reposaba una mujer de belleza deslumbrante: la diosa Rexia. Su mirada estaba cerrada, serena… hasta que un destello dorado apareció a su lado.

De la luz emergió el cuerpo inconsciente del Emperador Oscuro.

La diosa frunció el ceño.

—Maldito ser inferior… —escupió con desprecio—. Hacerme perder un peón tan útil…

Su voz, aunque calmada, irradiaba veneno.

—Si hubiera llegado a la ciudad santa, habría robado su divinidad y ascendido al rango de Dios Rey… —murmuró con fastidio.

Se acercó al cuerpo, sin interés alguno por su estado. Lo único que captó su atención fue la espada que colgaba a su costado.

La tomó con delicadeza, como quien recoge un objeto contaminado, y le habló con frialdad.

—Patético. Esto es lo que te ocurre por intentar escapar de mi control.

Una voz grave emergió desde la hoja de la espada.

—¡Cállate, maldita diosa! —rugió.

—No eres más que un ser divino de clase baja. No tienes derecho a sermonearme.

Rexia sonrió con burla.

—Tanto valor para un perdedor que fue castigado tras intentar robar el territorio sagrado de un dios principal.

La espada vibró, pero no dijo nada.

—No tengo tiempo para ti —continuó la diosa, girándose—. Te devolveré al Imperio Oscuro junto con tu “muñeco”. Sigue sembrando miedo entre los mortales. Necesito que generes más energía de fe.

—Vaya actitud para una diosa que depende de los mortales para mantener su rango... —respondió la espada, con tono burlón.

Sin más, Rexia levantó la mano. Un círculo mágico dorado envolvió al Emperador Oscuro y su espada, y ambos desaparecieron.

—No pude utilizar al irregular… pero al menos me he librado de él —susurró, pensativa.

Miró hacia el vacío, una leve sonrisa curvando sus labios.

—Ahora tendré que nombrar a una nueva santa. Quizá… la mortal invocada sirva.

Sus ojos brillaron con interés.