Llegamos a la escuela a las 8 de la noche. Corrió a encontrarnos Kako.
—¿Qué les pasó? ¿Por qué tardaron? —preguntó.
—Perdón —le respondí—. Encontramos a otras dos sobrevivientes.
—¿Y las armas? —preguntó Negro, que venía hacia nosotros.
—Aquí están —respondió Maniaco.
—Perfecto —exclamó Kako—. ¿Quién hará la primera guardia? —preguntó.
—Pues yo paso —dije—. Estoy agotado. ¿Quién se anima? Yo haré guardia mañana —terminé.
—Yo —dijo Maniaco, emocionado—. Tal vez me toque estrenar mi nuevo juguete.
—Esperemos que no —dijo Negro.
—Muy bien, ya está decidido. Hay que reunirnos a las 9:00 p.m. —les dije.
—¿Para qué? —preguntó Kako, en desacuerdo.
—Al rato hablamos —contesté serio—. Vengan —les dije a las dos chicas que encontramos.
—¿A dónde nos llevas? —respondió Carolina, la mayor, en tono bromista.
—Pues… —dije siguiendo la corriente. Todos rieron—. A su dormitorio —respondí ya un poco más serio.
—Muy bien —dijo Nicole—. Vamos.
Las llevé hasta el sótano. Les entregué una colchoneta y un par de sábanas.
—Que descansen —me despedí.
—Gracias —respondieron las dos, sonriendo. No pude evitar sonrojarme y sonreír.
—De nada —contesté un poco nervioso, haciendo un gesto.
—Hasta mañana —me dijo Nicole.
—Sí —respondí de inmediato y salí. En el sótano solo se encontraban las chicas. El salón de arriba era para todos los hombres. Allí dormía el profesor Acebo profundamente.
Afuera estaban todos mis amigos.
—Bien, ya estamos todos juntos —afirmé.
—¿De qué quieres hablar? —preguntó Junior.
—Muy bien, escuchen —dijo Maniaco—. Joab y yo estuvimos hablando hace algunas horas sobre las provisiones. Están escaseando aquí en la escuela.
—¿Y qué planean? —preguntó Kako.
—Lo siguiente —dije en tono serio—. Somos seis, ¿verdad? Entonces pensamos que debemos hacer tres equipos de dos.
—Pues claro —dijo Pelos, con sarcasmo.
No le tomé importancia y continué:
—Necesitamos un equipo que explore la ciudad en busca de provisiones y sobrevivientes, otro que se encargue de la seguridad de la escuela…
—Y por último —continuó Maniaco—, uno que se encargue de la comunicación.
—¿Cómo haremos los equipos? —preguntó Pelos.
—Pues haremos un sorteo —contesté, como si fuera obvio.
Maniaco sacó unos trozos de papel, seis para ser exactos.
—Cada quien tome uno. Según el número que le toque, será el grupo al que pertenezca —explicó.
Todos tomamos uno. Los equipos quedaron de esta manera:
Equipo 1 – Exploración:
• Maniaco
• Yo
Equipo 2 – Seguridad:
• Junior
• Negro
Equipo 3 – Comunicación:
• Pelos
• Kako
—¿Todos de acuerdo? —dijo Maniaco.
—Sí —contestamos todos juntos.
—El equipo de exploración partiremos mañana a las 6 en punto —dijo Maniaco.
—Muy bien —afirmé—. Nos vemos a las 5:45 a.m. en la cancha —le dije.
—Bien —respondió.
Me fui al salón, tomé una colchoneta y una sábana, me acosté. Saqué una pequeña libreta y escribí todo lo que vivimos ese día con el título “Día 5”. Guardé la libreta de nuevo. Ya eran las 10:30 de la noche. Al parecer escribí mucho. Me tapé y me quedé dormido.
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Sonó la alarma. Ya eran las 5:30 de la madrugada. Me levanté apresurado, sin hacer ruido para no despertar a los demás. Me puse los tenis y una camiseta roja. Caminé hasta la cancha.
—¿Dormiste bien, princesa? —me dijo Maniaco burlándose.
—Pues… no me quejo —le respondí bromeando también.
Cargamos la camioneta con unas pocas provisiones para el camino. Nos armamos. Maniaco llevaba un rifle calibre .22, yo solo una pistola 9 mm. Cargamos municiones y subimos a la camioneta. Esta vez me tocó conducir.
—¡Que les vaya bien! —nos gritó Junior, mientras abría el portón de la escuela.
—Aquí nos vemos por la tarde —le respondí.
—Si volvemos —dijo Maniaco riendo.
—Claro que volveremos —le contesté, un poco enojado.
Salimos. Nos dirigimos a la gasolinera que estaba cerca de la escuela, frente a Pizza Tower para ser precisos. Cargamos gasolina y también llenamos unos galones para reservas. Me quedé observando la pizzería, recordando que apenas unos días atrás estábamos allí, comiendo sin preocupación alguna.
—¡Ya vámonos! —me gritó Maniaco.
Volví a la triste realidad.
—Vamos a Bodega Aurrera —dijo, algo emocionado.
—Vamos —contesté.
Al llegar al estacionamiento de la tienda, se sentía un aire frío, una presencia sombría… como si alguien nos observara. La piel se me erizó y empecé a sudar frío. El miedo se apoderaba de mí de nuevo.
—T-ten cuidado —le dije a Maniaco, tartamudeando y temblando.
Él se hacía el fuerte, pero sus ojos no mentían. Tenía una cara de terror que nunca le había visto.
—Carga tu arma —me susurró. Apuntaba con el dedo a un punto, lo que aumentó mi miedo. ¿Qué sería? Pensaba en mi mente… deseando que no fuera lo que me imaginaba.
Pero estaba en lo correcto.
—¡¡¡¿Qué coño es eso?!!! —gritó Maniaco, mientras tembloroso apuntaba al frente.
—E-es… un z-zombie —dije con la voz cortada.
De pronto salió un ser monstruoso, del que brotaba sangre por todas partes. Lo más aterrador era su rostro: ojos rojos llenos de venas ensangrentadas. Y su boca… por Dios, su boca tenía algo colgando, completamente bañado en sangre.
Cuando terminó de devorarlo, nos miró fijamente. Soltó un gruñido realmente aterrador, pero familiar… el mismo que escuchamos en la grabación del Dr. Martínez.
Maniaco quedó paralizado. Yo, sin pensarlo, como reflejo, levanté lentamente el arma. La criatura se acercaba. Quité el seguro. Disparé tres veces. No fallé: todos los disparos le dieron en la cabeza. Chorros de sangre brotaban. El come-humanos cayó a escasos dos metros de nosotros.
Maniaco me miró a los ojos, más calmado.
—Vaya puntería —me dijo.
—Sí… —le respondí, aún impactado—. No sé cómo lo hice, pero funcionó —suspiré—. Sigamos —le dije.
—Sí, vamos —respondió.
—Ponte más atento —le dije más serio—. Esto no es un sueño… es nuestra triste realidad.