Pícaro

La mañana siguiente, Erin despertó para encontrarse aún sostenida por un par de brazos fuertes, su cara presionada contra el pecho desnudo de un hombre. Podía oír el suave y constante ritmo de su corazón.

Los recuerdos de la noche anterior volvieron a ella con fuerza, y su rostro se tiñó de rojo. No se atrevió a moverse. Su corazón latía acelerado al pensar en enfrentarse a Luciano.

¿Cómo debería reaccionar? ¿Qué debería decir? Todo había sucedido tan repentinamente.

—¿Estás despierta? —escuchó preguntar su voz profunda y ronca.

Erin se paralizó, su cuerpo se tensó en respuesta.

El suave aleteo de sus pestañas contra la piel de su pecho lo traicionó y dejó saber que estaba despierta.

Su mano reposaba en su cintura, acariciándola suavemente, mientras él hablaba de nuevo. —Si quieres, puedes dormir un poco más. Yo tengo que levantarme.