—¿La viste? —preguntó Dem a Bree, quien negó con la cabeza. Bree estaba impactada por el comportamiento de su padre. No podía culparla. Dem parecía loco, como si pudiera matar a alguien en el acto.
Coloqué mi mano en el brazo de Dem. —Querida...
—¿Lo sabías? —preguntó con enojo, aunque no retiró su brazo.
—¿Saber qué? Vamos, no sabemos con certeza. Además, no importa aunque se parezca a mí. Suena tan ridículo de todas formas —dije.
—¿No importa? —ladró Dem—. ¿Sabes lo que significa, verdad? ¿Que siempre quiso follarte? ¿Así que se buscó a alguien que se parece a ti? ¡No me sorprendería si le llama Azul en la cama!
—¡Dem! ¡Nuestra hija está aquí!
—¡Me importa una mierda!
—¡Pero a mí sí!
Me levanté y salí tormentosamente del comedor con Dem justo detrás de mí. Agarró mi muñeca y me empujó contra la pared, sin importarle quién nos viera.