Emir Evliyaoglu

Prólogo

Nunca pensé que acabaría atrapada en una relación con un hombre tan egocéntrico.

Lo peor de todo era que, no estaba permitido negarme a ella.

Emir Evliyaoglu se obsesionó conmigo, para él yo era solo suya, de nadie más...

Y no me quería compartir con nadie.

Narra: Emir Evliyaoglu.

-¡Bahar! ¡Abre la maldita puerta!

Escuché esa voz femenina agresiva y dejé de prestarle atención a los papeles que estaba revisando.

Ese tono de su voz indicaba que algo no iba bien e incendiaron las alarmas de que lo que acontecía entre ellas dos no era algo simple que se debía tomar a la ligera. Así que tuve que incorporarme y encaminarme hacia la puerta.

-¡Sé que estás allá dentro! Si no me abres la maldita puerta, te juro que la haré caer sobre tu cabeza. ¿Cómo te atreviste a sacar mis cosas de esta casa, niña estúpida?

Escuché cómo rió con sorna; incluso en aquello se parecían. Tal vez por eso se detestaban la una a la otra. Bahar solía ser como su madre; incluso no se podía distinguir cuál de las dos era más malvada y escandalosa. La diferencia era que su madre era más calculadora que ella y mi esposa actuaba movida por el impulso que le provocaba la ira. Sin embargo, Melek esta vez había perdido los estribos.

-Te vas a arrepentir -volvió a hablar tras no recibir respuesta-. Te haré la vida miserable. Te lo juro. Les diré a todos que no eres más que una maldita golfa.

Abrí la puerta con rapidez. Por suerte, los tíos de Bahar estaban demasiado lejos, al otro lado de la ciudad. Si hubiera sido todo lo contrario, ellos hubieran hecho preguntas que habríamos tenido que contestar obligatoriamente.

-¿Melek? -la llamé, en el umbral de la puerta-. ¿Qué está pasando?

Ella se volvió en mi dirección y se acomodó el velo con nerviosismo.

-Esto es entre mi hija y yo, no deberías entrometerte -me sugirió con una tranquilidad fingida.

-Este es mi casa, Melek, y no te permito que grites así a estas horas de la noche. ¿Acaso no te da vergüenza lo que puedan comentar de la servidumbre? ¿Quieres que nos expongan en los medios de comunicación? ¿Eso quieres? Hace tanto tiempo que no estamos expuestos públicamente después del altercado que tuvimos, y planeo estar así por mucho tiempo más. No quiero que afecte a mis negocios, así que te voy a pedir que seas discreta.

Estaba dolida, así que endureció la mandíbula y cerró los ojos. Tomó aire y se encaminó hacia el lado posterior del pasillo, en vía contraria, al frente de mí.

-Sé que este es tu espacio, Emir -aclaró-. Si estoy aquí es por mi hija, para protegerla. No deberías opinar en esta situación.

-A mí no me engañas, Melek -repliqué-. Nunca te ha interesado proteger a tu hija.

Ella arrugó el ceño continuamente, abrió la boca para intentar articular una palabra; sin embargo, volvió a cerrarla, abriendo y cerrando los ojos continuamente.

-¿De qué demonios estás hablando? -quiso saber, intrigada.

Ensanqué la comisura de mis labios en una mueca maliciosa. Si había alguien que debía ponerla en su lugar, era yo, nadie más. Así que estaba totalmente preparado, y eso era algo en lo que había estado pensando y analizando desde hacía mucho tiempo.

-Le tienes envidia, ¿no es así? Porque ella sí se atreve a hacer lo que tú nunca hiciste.

Torció los ojos y una sonrisa divertida, que fue más falsa que sus labios inyectados, salió a relucir.

-¿Estás loco? Yo di la luz a Bahar. Ella es mi hija y me debe respeto.

-Sabes perfectamente de lo que estoy hablando, Melek. Bahar es una mujer que no se deja controlar por ninguna persona y que rompe las reglas. En cambio, tú nunca pudiste hacer eso con el viejo Murad. Querías viajar, estudiar, estar con la persona que amabas, pero no pudiste, y quieres que tu hija viva la misma vida miserable que tú.

Sustituyó la sonrisa divertida por una expresión maliciosa, apretó los labios levemente. Si con el comentario que lancé me sentí incómoda, en ese mismo momento se iba a incomodar más, porque yo no pensaba detenerme.

-¿Estás en mi contra después de todo lo que he hecho para poder controlar a Bahar? ¿Y a ti qué te pasa?

-No me pasa nada -dije, muy pasivo, como y ella actuaba como si no hubiera afectado. Me encantaba estar aplastando a mi queridísima suegra con mis palabras. Lo mejor era que su humor no podía afectarme-. Pero debo preguntar lo mismo, ya que en menos de diez minutos has cambiado la expresión dos veces.

-Siempre supe que eres un infeliz -pronunció-. Tú no te mereces a mi hija. Ella es demasiado mujer para ti.

-Me extraña, Melek, porque aún así no quisiste desistir del matrimonio arreglado, aun cuando tu hija se acostó con otro e inclusive estaba embarazada.

-Sabes que lo hice por protección -articuló-. No podía permitir que los hermanos de Murad heredaran nuestro patrimonio y nos dejaran en la pobreza. Tú muy bien sabes que las mujeres no pueden heredar y el matrimonio es para toda la vida, incluso después de la muerte. ¿Qué quieres? ¿Que me quedara en la calle y me alejaran de mis hijos?

Reí.

-Deja de victimizarte. Tienes hijos varones que darían la vida por ti, Melek. Kemal es un hijo abnegado que, sin dudarlo, daría la vida por ti, y el consentido Murad no se queda atrás.

-No importa que tenga varones -repuso-. No iba a abandonar lo que por muchos años fue mío mientras fui la esposa de Murad. Yo fui su esposa, la que aguantó sus infidelidades. Nadie sabe por lo que yo pasé al lado de mi esposo y, por ende, debía ganar algo. Y Bahar es mi hija; si la puedo persuadir para que siempre nos mantengamos juntas, lo haré mil veces más.

-¿Por qué Bahar sacó tus cosas? -le inquirí-. ¿Qué fue lo que pasó?

-Es insoportable -contestó, restando importancia-. Es otro de sus arranques de ira. Sabes bien que no se está tomando las medicinas.

-¿Y adónde vas a ir?

-Voy a irme a la casa que me compró Murad -mencionó-. Me iré con un familiar que me escolte. Sé que las cosas van a solucionarse, de eso no le cabe la menor duda.

-Espero que puedan solucionar las diferencias por su bien, porque si sus cuñados regresan, harán muchas preguntas. Preguntas que no responderé yo. Así que arreglen sus cosas.

-Debes ayudarme, Emir -propuso-. Mi hija me odia -tragó saliva-. Debes hacerla entrar en razón. Habla con ella y dile que sus tíos pueden arremeter en su contra si descubren que le ha faltado el respeto a su madre.

-¿Crees que yo dejaré que le hagan daño? No seas ilusa, suegra. Bahar y yo podemos tener diferencias, pero es mi esposa y no dejaré que nadie la golpee.

-Hablas como si estuvieras enamorado de mi hija. ¡Quien te viera!

-No lo estoy, y nunca lo estaré, pero la estimo, y además, es la hermana de Kemal; debía cuidarla. Lo mejor será que te vayas por ahora. Después yo veré qué hacer para solucionar este problema. Y cuando vuelvas, debes poner de tu parte para que esto no se vuelva a repetir.

Melek me dio la espalda sin decirme ninguna palabra. Ella y yo nunca empatizamos, y si unimos fuerzas, fue para mantener con vida a su hija desobediente e impulsiva.

Dios, es que Bahar era una fiera caprichosa y cuando en su cabeza navegaba algún capricho, sin duda lo imponía por encima de quién fuera. Desde pequeña había sido así; su voluntad era una ley. Sin embargo, conmigo no funcionaban esas cosas, porque al igual que ella, yo también tenía mis demonios y, si algo me gustaba, era tener el mando. El control de todos y de todo lo que poseía a mi alrededor.

Lo que no podía ejecutar era sacar a Melek a la calle, porque me convenía que ella estuviera junto a mí; así, ella se haría cargo de los desórdenes de su hija, no yo. Yo no podía estar al pendiente de mi empresa y de las travesuras de la psicópata de su pequeña fiera. Sería demasiado estrés. Pero debía interceder; era lo único que me quedaba hacer. Eso fue lo que acordamos: cuando hubiera una situación que Melek no pudiera manejar, entonces yo iba a tomar el control.

Me giré y cuando lo hice, me detuve abruptamente al casi estrellarme con un pequeño cuerpo. Tanto fue la impresión que tuve que tomarla por el brazo para evitar que se tambaleara.

-Lo... Lo siento, señor -dijo-. No... No fue mi intención. Yo solo...

Sus labios temblaban y su pequeño cuerpo se estremeció ante el agarre de mis manos en sus antebrazos.

Me preguntaba quién era esa chica; jamás la había visto en esta casa. ¿O sí? Había recordado verla, pero no sabía en qué lugar.

-¿Quién eres? -quise saber. Tenía curiosidad.

-Soy Polina -respondió; su voz suave y tierna llegó a mi zona auditiva y me pareció la cosa más hermosa que mis ojos no habían visto en tanto tiempo. No sabía si sus ojos eran azules o grises, pero lo único que sabía era que era hermosa-. Soy la hija de Mónica. Ella me envió.

-¿Quién es Mónica?

-Es el ama de llaves -contestó; era tímida, no podía mantener la mirada por tanto tiempo. ¿O eso era la impresión que quería dar? Por supuesto, ninguna mujer de su edad era tan ingenua y tan tímida. Esta chica era distinta. Tenía una regla con personas como esa, una regla de oro: no bajar la guardia.

Levanté las cejas y una sonrisa maliciosa curvó mis labios. Hacía mucho que no tenía acción, y esta chica había llamado mi atención. Era una mujer demasiado exótica, así como me gustaban. ¿Acaso era mayor de edad? ¿O era menor? Parecía ser muy joven.

Pero parecía tan frágil, tan delicada, tan tierna. En otro momento de mi vida la hubiera llevado a mi habitación y me la hubiera cogido hasta el cansancio, pero estaba seguro de que ello me hubiera ocasionado muchos problemas.

-Entiendo -hablé después-. Deberías tener cuidado, podrías caerte -ensanché la comisura de mis labios en una sonrisa divertida-. A mi esposa no le gustan las empleadas torpes.

Sonrió, con nerviosismo, y sus carnosos labios rosas me estaban incitando a desnudarla y ver lo que sea que hubiera estado debajo de esa ropa de adolescente. En ese momento confirmé que sus intenciones no eran ser por siempre la chica tímida.

-Tampoco le gusta que lleguen a trabajar personas que son menores de edad -me acerqué con sigilo-. No eres menor de edad, ¿o sí?

Negó.

-No, señor -respondió-. Ya soy mayor de edad, no se preocupe.

Dejé lentamente sus brazos libres, dejando caricias superficiales mientras se deslizaban entre mis dedos. Sus pequeñas muñecas quedaron sujetas por mi dedo índice y pulgar; eran tan frágiles, y me imaginé apretando sus manos mientras me mecía en su interior, arrebatándole gemidos chillones de placer. Sin duda, tanta falta de acción me estaba provocando una imaginación salvaje.

La chica ni siquiera se tensó; ella me sonrió, como si estuviera... ¿Me estaba coqueteando? Lamió sus labios y pasaron unos microsegundos. Luego se soltó lentamente sin apartar su mirada de la mía; miró mis ojos, luego mis labios y volvió a repetir la misma acción del principio.

-Debo irme -avisó-. Con su permiso.

Así me gustaban, sumisas.

Se dio la vuelta y aproveché para mirar esas pequeñas nalgas tonificadas y redondeadas debajo de sus pantalones de mezclilla. Acomodé mi cabello hacia atrás y cerré los ojos, tratando de esconder esas malditas ganas de follarme a alguien.

Había algo que debía hacer y era buscar información sobre Anastasia. Desde que Kemal me habló del suceso con ella, no podía sacarme de la cabeza que debía reencontrarme. Necesitaba información y mi hombre de confianza me había enviado información sobre la mujer que era: Anya.

Me senté en mi despacho y desbloqueé el monitor. Me introduje en mi correo para abrir el archivo; era ella, su nueva identidad, Anastasia Lizowska. Actualmente tenía dos hijos y vivía en una casa en un lugar de clase media.

Era bailarina en una escuela suya.

-No es muy interesante -pensé-. No llama la atención y, sin embargo, pudieron encontrarla.

Demonios. Pensé que los tíos de Bahar se habían olvidado de eso, después de que pasaron años, diez para ser exactos; tenían que ser muy vengativos para querer seguir procediendo en esta situación.

Debía encontrarla primero, y para eso debía adelantar mi viaje a Rusia lo más pronto posible, incluso si la compañía no estuviera del todo terminada. La íbamos a inaugurar, solo necesitaba una excusa para poder trabajar allá y pausar todo en Estambul.

Elevé la flecha para integrar la otra información en el monitor, y en ese momento fue cuando pude apreciar a los hijos de Anastasia.

Era un pequeño niño rubio, de unos cinco o seis años, llamado Andrés, solo con el apellido de su madre. No me extrañaba.

Y su hija...

Alekxandra Bedborodko.

Mi mano se quedó pasmada en el mouse y mi mirada en el monitor de la pantalla. Observé durante varios minutos la foto de ella y quedé encantado por su enigmática belleza. Podía apreciar que ella tenía algo que la hacía ser especial; la mirada nunca mentía.

Sus ojos eran verdes, muy grandes, nariz pequeña y respingona, cabello largo, rubio, y su piel parecía tan suave y delicada. Era delgada y muy pequeña, tal vez su estatura 1.50, para ser exactos. Y ese pequeño y sexy lunar un poco más abajo de su nariz y un poco más arriba de la comisura de sus labios.

Continué mirando más fotos de ella; sin embargo, me maldije al notar que no había más información, no era tan relevante. Recordé cuando yo le di las instrucciones y me maldije por ello. Quería continuar observando ese hermoso rostro de muñeca de porcelana exótica.

Algo se había sacudido en mi interior. Tenía la rara impresión de que por fin iba a poder vengarme de Anya Porizkova y que sus hijos eran un tesoro que los iba a poder utilizar a mi beneficio.

Esa chica era muy bella. Sin embargo, acababa de cumplir diecisiete años, pero eso no me iba a detener. Era imparable cuando se trataba de cobrar venganza.

(..)

El teléfono en mi oficina comenzó a sonar. La voz de mi secretaria resonó al otro lado de la línea.

-Señor, su padre está en la línea.

De inmediato, tensioné la mandíbula y una sensación de desánimo me invadió. Mi padre parecía alimentarse de mi energía, disfrutando cada vez que lograba arrastrarme a su mundo. Por eso, cada vez que llamaba a mi celular, desviaba las llamadas, dejándole sólo una vía de contacto: el teléfono de la oficina.

-Dile que estoy ocupado...

-Insiste, dice que es urgente. Quiere hablar sobre el nuevo lanzamiento de la fragancia masculina.

-Está bien, adelante.

Descolgué el teléfono y lo llevé a mi oído, sintiendo la inevitable pesadez de la conversación.

-¿Qué quieres? -le pregunté con un tono frío y desinteresado. No vaciló en lanzar su veneno.

-Finalmente te dignas a tomar mi llamada- imaginé las muecas de su rostro astuto-. ¿Acaso crees que me he tragado eso de que tienes tanto trabajo?

-Supongo que no eres tan ingenuo como para no darte cuenta de que hablar contigo me resulta repulsivo.

-Te adoro mucho- se burló- aunque no lo sepas.

-¿Por qué llamas? No tengo paciencia. Habla de una vez.

-Necesito hablar contigo de algo importante, Emir- me advirtió-. En el consejo del pueblo preguntan cuándo planeas tener un hijo. Ha pasado mucho tiempo desde tu matrimonio.

-Ya te dije que no quiero ser padre, así que no cuentes conmigo.

-Podrías ser el jefe de la tribu cuando yo ya no esté, así que necesitas un heredero pronto.

-¿De verdad crees que me interesa ser jefe de la tribu?

-Debería interesarte. La empresa que hemos construido con sacrificio y sudor lo requiere. Si logras mantenerla en pie, tendrás acceso a mucho más. Quiero que me demuestres que eres apto para los negocios y así confiaré en ti.

Soñaba con ser dueño de todas esas minas de oro en el pueblo, de ahí venía mi dedicación total a la empresa de cosméticos. Pero ser jefe de una tribu, eso era demasiado.

-Solo me interesa ser un hombre de negocios- declaré-. No quiero ser el jefe de una tribu.

-Si rechazas el liderazgo, no podrás administrar las empresas y pasarán a manos de Murad Yildiz, que es un familiar cercano. Él ya tiene un hijo de diez años y otro que acaba de nacer. Debes engendrar a un hijo con tu esposa, es tu deber.

-Estoy cansado de ti- dije exasperado-. Cada vez que interactúo contigo, mi energía se agota.

-Tendrás que soportarlo. Solo quiero que todo esté en orden. Como anciano del consejo y jefe de la tribu, debo proteger nuestras tradiciones. Eres mi único hijo y tienes una gran responsabilidad. No solo tienes derechos, tienes deberes y estás obligado a cumplirlos sin quejarte. ¿Acaso no tocas a tu mujer?

-Eso no te incumbe.

-¿Me vas a decir que ella no lo desea?

-No tiene que ver con ella.

-Ha llegado el momento de que me des un nieto. Si no hay un heredero en estos meses, no te daré permiso para manejar las minas del oeste.

Y colgó. Apreté los puños, una y otra vez, y tensioné la mandíbula, sosteniendo el teléfono en mis manos. La rabia que sentía no se podía comparar. Odiaba que mi padre tuviera tanto poder, odiaba depender de él, de aquel hombre tan maquiavélico.

Estaba seguro de que cumpliría sus amenazas. No sabía qué demonios iba a hacer para evitar embarazar a mi esposa. Quizás si decía que Bahar era estéril y que ya no podíamos tener hijos, me dejarían en paz. Pero descarté esa opción, sabía que no era una solución, ya que mi padre buscaría otra mujer para llevar a mi cama. Si decía que yo era el problema, eso le daría más ventaja a Murad Yildiz, mi enemigo.

Sin opciones, lancé el teléfono al suelo, haciéndolo añicos. No tenía alternativa alguna, pero yo no quería ser padre; no estaba preparado para eso, demasiado dañado para asumir el rol de un padre.

(...)

Mis ojos se posaron en el pequeño trasero de la mucama rusa, que limpiaba los muebles de mi despacho. No disimulé mi interés por ella. Sabía que sería algo fugaz, ya que ella también me miraba de reojo, intrigada. No recordaba su nombre; ¿cómo se llamaba? No me importaba; solo quería un encuentro sin compromisos.

Estaba duro como una roca y odiaba sentir esa necesidad sin tener una opción. Para mí, era fácil elegir a cualquier mujer; incluso una prostituta podría haber satisfecho mi deseo en ese momento. Sin embargo, yo era un hombre diferente. Jamás podría ser como mi padre. Jamás pondría un pie en un burdel.

Mi esposa pensaba lo contrario de mí. Creía que era como esos hombres que frecuentan esos lugares, por ello siempre me amenazaba con contarle a mi padre qué clase de hombre era. Ignoraba que a mi padre no le interesaba lo que hiciera y que solo le decía a ella lo que quería escuchar, o quizás lo hacía para molestarme; en eso, era experta.

Observé sus delgadas y alargadas piernas... Tal vez la hija de Anya Porizkova las tenía así. Lamentablemente, esas mayas de ballet no me permitieron ver más. Por la tarde, Ali me envió fotos de la escuela de ballet de Anya, y en una de ellas aparecía su hija vestida de bailarina. Me excitó mucho verla así.

Sostuve la foto en mis manos, absorto en su pequeña y delgada figura. A pesar de su tamaño, sus piernas parecían aún más alargadas por su delgadez. La frustración me consumía y la desesperación por verla en persona me acercaba al límite de mi cordura.

Su cabello peinado en trenzas caía delicadamente sobre sus hombros, mientras los mechones rubios se deslizaban por su ovalada y delicada cara. Pero lo que más me capturaba era su preciosa expresión de inocencia.

Acaricié mi mandíbula, lamí mis labios y, cerrando los ojos con frustración, apreté la pequeña foto entre mis manos. No debía sentirme atraído por esa chiquilla; mi intención era la venganza. Ponerla entre la espada y la pared, obligándola a entrar en el juego de su encantador tesoro.

La sirvienta se acercó a limpiar mi escritorio, inclinándose hacia adelante, y noté cómo su blusa se desacomodaba, dejando entrever el inicio de sus pequeños pechos.

-Sé lo que intentas hacer- pronuncié, captando su atención con seriedad.

-¿Está hablando conmigo?- preguntó, mirándome fijamente, haciéndose la sorprendida-. ¿Desea algo?

Sonreí con malicia.

-Deja de fingir- me levanté y acorrale su pequeño cuerpo-. Sé que quieres estar conmigo.

-¿Quién no querría?- murmuró sin dudar, abandonando su aparente inocencia-. Dime...

Toqué su mentón, obligándola a mirarme a los ojos.

-¿Eres virgen?- Ella negó-. No me gusta perder el tiempo con vírgenes.

-¿Quieres averiguarlo?- me retó de manera provocativa.

-No quiero arriesgarme- murmuré, acercándome a sus labios y sujetando su mentón-. Pero contigo haré una excepción. Espero no salir decepcionado.

-Te aseguro que no- - afirmó, colocando su mano en mi pecho-. ¿Sabes? Muchas veces he escuchado a tu esposa masturbarse en su habitación- sonrió con malicia-. ¿Acaso no la satisfaces en la cama?

-Eres muy curiosa... ¿Por qué no me acuerdo de ti? ¿Por qué una chica como tú pasó tan desapercibida?

-Es por mi madre, ella me cuida mucho.

-¿Y eso?

-Me muero por estar contigo- confesó, ignorando mi pregunta-. Te juro que me excita muchísimo, tanto... que a veces me toco pensando en ti.

-¿Quieres ser mi nueva amante?

-Lo que tú deseas

Ella intentó acercar sus labios a los míos, pero la rechacé.

-No me beses en los labios- ordené-. No quiero aburrirme contigo. Ven- pedí mientras tomaba asiento en el sofá-. Ponte de rodillas.

Así lo hizo, llevando su mano a mi pantalón-. Quiero que lo lleves hasta la garganta- le indiqué, tirando de su cabello de manera brusca-. Haz lo que te ordeno y prometo que te haré sentir como nunca antes, si es que no eres virgen.

Su lengua juguetona comenzó a lamer mi glande, mientras su boca tibia cubría mi miembro, disfrutando de su propio juego. Jadeé, sin ser delicado; deseaba que me complaciera sin pronunciar palabra alguna. Su cabeza se movía de arriba hacia abajo, y mi mano se deslizaba en el interior de su cálida boca; el cosquilleo que sentí me llevó a cerrar los ojos, sumido en ese placer.

-Alekxandra- murmuré, una y otra vez, acariciando su cabello y empujando mi pelvis con fuerza hacia su garganta-. Te quiero solo para mí, Alekxandra... Quiero... que seas mía.

Murad Yildiz.

"Narra Murad Yildiz"

-Voy a volver a viajar -avisé a Nilufer, mi esposa. Su sonrisa se desvaneció, no le había gustado mi anuncio. Le dio al bebé a Meltem, la niñera de Erkan y le ordenó que se retire.

Cuando la chica salió, Nilufer volvió a prestar toda su atención en mí mientras reía sin gracia.

-No puedo creerlo, Murad -habló, indignada- tu hijo acaba de cumplir su primer año de vida, ¿y ahora resulta que te largas?

Endurecí la expresión de mi rostro por su atrevimiento al cuestionarme y gritarme. Yo era el hombre de la casa y me debía respeto. Además, había diferentes formas de hablar con las personas, no necesariamente tenía que gritar ya que no éramos animales.

-Nilufer, baja la voz. No me gusta tu comportamiento. Últimamente estás gritando demasiado y temo por los niños. No quiero que aprendan este tipo de conducta. Debes ser una buena madre para ellos y darles buen ejemplo.

-No me hables del buen ejemplo, eres el menos indicado para hablar porque eres un padre totalmente ausente.

-Debo trabajar -repliqué incómodo pero en voz baja- no vas a crucificarme por cumplir con mi rol biológico. Yo hago lo que puedo para sostener a mi familia.

Negó con la cabeza y comenzó a llorar.

-¿Hasta cuándo vas a entender que tu familia es más importante que esa competencia ridícula que tienes con tu cuñado Emir?

-¿Cómo te atreves? ¿Acaso quieres que le deje todo? ¿Tan poca fe le tienes a tu marido? De una vez te digo que no voy a conformarme cobrando un simple cheque. Yo estoy hecho para ser quien gobierne los negocios de mi padre, no ese imbécil.

-Te vas a arrepentir, Murad, de perderte los mejores años de tus hijos, años que no volverán.

-¡Basta! -me incorporé- no voy a seguir escuchando tus quejas. Sabes muy bien que el deber me llama. Necesito encontrar a la mujer que mató a mi padre y no voy a descansar. Esta oportunidad es la única que me queda para destronar a Evliyaouglu.

-¿Son tus tíos? Sí, lo imaginé -dijo al ver que me quedé en silencio- tus tíos son los que te usan.

-Este es mi deber como hijo de mi padre -concluí- ya no hablaré del tema. Digas lo que digas no me vas a retener aquí.

-Está bien -se rindió- espero que cuando quieras pasar tiempo con tus hijos no sea demasiado tarde.

-¿Qué quieres decir mujer? ¿Desde cuándo mi esposa se ha vuelto tan resentida? ¿Desde cuándo, Nilufer?

-¡Desde que ya no me haces el amor! Ya ni siquiera me tocas cuando tengo la suerte de que llegues a dormir. Y eso que siempre te espero y me quedo dormida altas horas de la noche. Yo ya no tengo un esposo, solo soy una máquina de hacer bebés. ¿Es que estoy gorda? ¿Es que soy tan fea? ¿O acaso tienes a otra? ¿Cuál es la mujerzuela, Murad? ¿Cuál es la inmoral que te está apartando de mi lado?

-Ya te dije que no tengo otra mujer, tú eres la única mujer en mi vida. Eres mi esposa -intenté no ser grosero con ella y me acerqué para acariciar su mejilla- ya sé lo que quieres, pero puedes pedirlo, no hace falta que tengamos un conflicto. Si quieres que te toque, solo dímelo, ¿sí?

Asintió y su boca formó un tierno puchero.

-Tengo miedo de que no regreses conmigo, tengo miedo de que te pase algo malo.

-Nada va a pasarme. ¿No te das cuenta de que lo único que quiero es darles una mejor vida a mis hijos? Luchar por lo que me corresponde no me hace una mala persona. Solo demuestra que no soy partidario de quedarme con los brazos cruzados al recibir migajas. Si mi padre estuviera vivo, sin duda las cosas hubieran sido distintas. Pero como mi padre está muerto y hay una tradición de por medio, era obvio que Evliyaouglu iba a hacer lo que se viniera en gana.(...)

Después de tener relaciones sexuales, se tranquilizó. Comprendí que había olvidado que mi mujer se ponía histérica cuando no la tocaba. Estaba tan centrado en destronar a Evliyaouglu que me estaba olvidando de algunas cosas importantes.

Sin embargo, todo era por una buena causa. Aunque había luchado durante los últimos diez años, mi ambición de poder jamás cesó. Me había obsesionado tanto con ser el dirigente de esa compañía que no dejaba mi mente ni un momento.

Aún recuerdo cuando mi padre me dijo que no importaría la tradición, que yo era su hijo y que, al igual que Emir Evliyaoglu, iba a tener derecho de ser el director de la empresa. Nunca pensé que sería asesinado por esa institutriz, estaba lejos de mi mente.

Por años sospeché de los Evliyaouglu, ya que, ellos habían contratado a esa institutriz, tal vez ellos tuvieron que ver. Por supuesto, porque a Kerim Evliyaouglu le convenía la muerte de su socio para apoderarse de la empresa una vez que mi hermana fuera desposada por él.

Jamás en mi vida volvería a ser tan despistado como aquella vez que ellos me sacaron del juego. Yo era un ingenuo hombre en mi juventud, pero el tiempo que transcurrió hizo que adquiriera experiencia y junto con esta ira que sentía era letal.

Nadie se pronunció negativamente cuando se escogió al presidente de la empresa, incluso mi hermano adoptivo Kemal estaba conforme con la decisión del consejo de los ancianos ya que así lo disponía la tradición. Y tras la muerte de mi padre, yo quedé como un accionista de la empresa y eso no era suficiente, yo quería estar sentado en esa silla, era como un trono. Fantaseaba con eso todas las noches antes de dormir, miles de estrategias invadían mi mente.

Mi hermana Bahar estaría a mi lado trabajando, siempre fue su sueño y nunca la dejaron manejar finanzas por ser una mujer, pero yo quería volver ese sueño realidad.

A mi hermano Kemal nunca le importó nada, él aceptaba las cosas, no le gustaba el conflicto. Además de eso, ni siquiera sabía de qué lado estaba. A pesar de que yo era su hermano de sangre, siempre había tenido un fuerte vínculo con Emir Evliyaoglu.

-Perdóname, mi amor -su cabeza descansaba en mi pecho-, pero es que no puedo evitarlo. Siento que te estoy perdiendo, siento que me estoy volviendo vieja en estas cuatro paredes y tú te estás volviendo más atractivo.

Reí.

-No deberías sentirte así, tú eres mi esposa y yo jamás te dejaré.

-Di que vas a extrañarme, dime que no te olvidarás de mí y que llamarás todos los días.

-Lo prometo, princesa -besé la coronilla de su cabeza-. Te voy a llamar y a los niños. Pero quiero que te quedes en la mansión mientras yo no estoy.

-No, yo no quiero quedarme allá -se negó a mi sugerencia- no me gusta estar cerca de Bahar, ella y yo no nos llevamos bien.

-¿De qué hablas? Bahar se ha portado bien contigo. Lo que pasa es que eres muy habladora y a veces dices cosas inapropiadas.

-Está bien, lo haré, me iré a la mansión.

-La novia de Kemal estará quedándose allá, tal vez puedan ser amigas.

-¿No es cristiana?

-Pero no por mucho tiempo. Kemal es musulmán y si quiere casarse verdaderamente con él se verá obligada a cambiar de religión.

-¿Tú crees que estará de acuerdo?

-Puede que sí, puede que no. No lo sé. Lo único que sé es que si no lo hace, no habrá boda.

(...)

Una hora después, recibí una llamada telefónica. Eran las tres de la mañana cuando mi informante me llamó para darme información sobre la asesina de mi padre.

-Habla -le ordené tras apartarme de la habitación en la que había dejado a mi esposa descansando.

Donde había dejado a mi esposa descansando.

-La he encontrado, Murad-reveló-tengo su dirección y los nombres completos de sus dos hijos.

-Espera a que yo te llame; nos veremos pasado mañana. Debes actuar con cautela, Anya Porizkova es una mujer inteligente.

-Su nueva identidad es Anastasia Lizowska-mencionó-es afirmativo que tiene dos hijos: Andrés Bezborodko y Alekxandra Bezborodko. Su hija tiene diecisiete.

-Debemos hablar en persona-le dije-no podemos tener esta conversación por teléfono. Ya sabes lo que puede pasar. Sabes que puedes perder tu empleo.

-No se preocupe, eso no pasará. Pero si prefiere hablar en persona, no tengo ninguna objeción.

-Sigue buscando información, Dominik-propuse-los amigos de ella y todo lo relacionado con ella y su familia. Quiero que hagas un expediente y que me lo envíes a mi correo. A partir de ese expediente voy a pensar en una estrategia.

-Como ordene.

Tenía muchas expectativas y confiaba en que con esta información iba a armar una gran estrategia.