El Reino Demoníaco

—Iré contigo —pronunció ella, su voz firme a pesar del tumulto interno—. Pero debes prometer que ni a mi maestro ni a Fen Fen les pasará nada.

Aunque su exterior irradiaba calma, el temblor de sus pestañas traicionaba su agitación interna.

Mientras hablaba, notó un cambio en la atmósfera: una cascada de hojas cayó al suelo, como si la propia flora de este reino se marchitara bajo la presencia opresiva del árbol demoníaco. Las criaturas circundantes temblaban, reducidas a sombras tímidas, demasiado asustadas para siquiera respirar.

La impresionante presencia que emanaba del árbol demoníaco era lo suficientemente poderosa como para infundir terror en bestias consideradas fuertes.