Lamió, succionó y trazó un camino con sus labios desde su boca hasta su cuello. Ya la deseaba y solo se detendría si ella se lo pedía.
—Sabía que harías esto, hombre astuto —susurró ella.
Se inclinó hacia atrás con su cuello y le permitió dejar besos en su cuerpo, descendiendo hasta su pecho. Se convenció a sí misma de que esta era una ocasión especial. No estaba rindiéndose tan fácilmente sin motivo, era porque necesitaba irse a dormir con estrépito.
Cómo funcionarían estos recuerdos mientras él dormía, no tenía ni idea.
Su tren de pensamientos se volvió confuso cuando sintió su lengua deslizarse por uno de sus pezones y luego él succionó la carnosa plenitud de su seno.
Un pequeño gemido escapó de su boca y ella sostuvo ambos lados de su cabeza, manteniéndolo justo donde estaba.
—Te gusta eso, ¿verdad? —preguntó él.
Ella se mordió el labio y asintió.