—¡Tú! —Sebastián se levantó de su lugar, y la chica levantó sus cejas.
—Sí, yo —ella colocó sus manos en su cintura, poniéndose de puntillas para crear un aura y posición intimidantes.
Sebastián miró a la chica, que pretendía ser peligrosa y lo miraba como si tuviera un deseo de muerte o algo así.
No sabía por qué, pero al verla esforzarse tanto, inflando la nariz cuando sus rellenas mejillas tan solo la hacían parecer un gato intimidante, sus labios temblaron antes de que suspirara interiormente.
—¿Sabes siquiera con quién estás hablando? —preguntó Sebastián, y la chica frente a él con esos expresivos ojos ámbar se burló.
—Definitivamente no un presidente —ella lo burló, y una vena en su frente palpó por su provocación.
Seguramente estaba coqueteando con la muerte. Sebastián sonrió bajo la máscara, suprimiendo las ganas de pellizcar su barbilla y forzarla a mirarle a los ojos para decirle que mirara bien.
La chica procedió entonces a mirar a la dama sobre la mesa.