Hera y Deborah conversaban mientras esperaban que la perilla de la puerta se moviera. Pero lamentablemente, había pasado una hora desde que Dragón se fue, y no había señal de su regreso.
—¿Crees que alguien está vigilando la puerta? —preguntó Hera, tocándose el cabello ya seco y despeinado—. Esto es extraño. Él suele regresar a la hora que dijo.
—Probablemente ocurrió algo.
—¿Como qué? —Hera giró su cabeza, sus ojos se posaron en Deborah, que ahora estaba sentada en el suelo, con la espalda todavía contra el armario—. ¿Crees que se enteró de que infiltraste la mansión?
—Imposible.
—Esto es La Guarida del Dragón.
—Es así, pero como siempre dices, he trabajado para él durante años —Deborah simplemente le lanzó a Hera una mirada rápida e indiferente—. He vivido aquí el tiempo suficiente como para conocer alguna manera de entrar sin ser notada.
—¿No puedes hacer eso ahora?