Alborotadores sueltos

—Hola, querido Dragón. ¿Me extrañaste?

La esquina de los ojos de Dragón se agudizó en el momento en que fijó la vista en la mujer de la pantalla. Esa cara era precisamente la mujer que nunca olvidaría, incluso después de diez vidas, especialmente esa sonrisa malvada plasmada en su rostro, y la mirada en sus ojos, como si estuviera mirando con desdén a cualquiera frente a ella.

—¿Quién eres? —preguntó él, con un tono desafiante.

—Soy tu amada. ¿Quién más? ¿Acaso no recuerdas esta hermosa cara? —Hera sonrió con arrogancia—. Querido, no me digas que ahora te olvidaste de mí.

Dragón respiró hondo mientras siseaba, sus ojos brillaban maliciosamente. —No estoy jugando contigo.

—Pfft. —Hera cubrió sus labios con su puño, un gesto sutil, pero varonil que no pasó desapercibido para los observadores ojos de Dragón.

—Este juego que estás jugando es muy peligroso... quienquiera que seas —Dragón advirtió, luciendo una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Lamentarás jugar con fuego.