Está en buenas manos

—¡Qué suerte tienes, perra! —exclamó.

Sí, Ivy no podía estar en desacuerdo. Una sonrisa fugaz se dibujó en su rostro por un instante, solo para desaparecer cuando vio hacia dónde conducía Katherine. Sus ojos se abrieron al ver la moto que venía en su dirección. Sin pensarlo, Ivy rodó hacia un lado para evitar ser golpeada. Siguió rodando hasta quedar en una rodilla.

Sin embargo, la lucha de Ivy aún no había terminado.

Cuando levantó la cabeza, se dio cuenta de que había saltado a la entrada del garaje y ahora estaba en el camino del sedán negro que venía a toda velocidad. Pudo haber esquivado a Katherine con éxito, pero no a este coche.

—Oh, Dios —susurró con los ojos muy abiertos—. ¡Dom!

Con la velocidad del vehículo y el shock que la golpeó, el cuerpo entero de Ivy se congeló. Se sintió paralizada, incapaz de moverse para salvarse. Todo lo que pudo hacer mientras los faros la iluminaban fue cerrar los ojos, abrazándose a sí misma del dolor del choque.