Algunas cosas nunca cambian

Era imposible, pero Dragón escuchó lo que escuchó. Había visto lo que había visto, y no había lugar a dudas. No importaba cuán ridículo e incomprensible fuera, negarlo solo lo pondría en desventaja.

Tras su breve encuentro con Carnero, Dragón lo despidió. No tenía nada más que decirle. Dijo lo que quería decir, y dependía de Carnero si le entregaría la cabeza de Cielo. Carnero podía hacer lo que quisiera a menos que ya no quisiera la seguridad de Hera.

—Hah... —Dragón se sentó en la silla, tomando respiraciones profundas y largas después de hacer su camino hacia donde mantenía a Hera. Mirando a la mujer inconsciente en la cama, una risa corta y aérea de burla se le escapó.

—Incluso después de la muerte… no dejas de burlarte de mí —murmuró, haciendo una mueca ya que sus heridas aún eran recientes—. ¿Cómo te atreves...?