Hera Cruel.
Un nombre que las personas alababan o temían. Un nombre que eventualmente se convirtió en un símbolo de estatus para aquellos bajo su protección. Y un nombre que ella deseaba nunca haber tenido. Porque ese nombre podía darle cualquier cosa: poder, riqueza, influencia, odio y amor no deseado.
Cualquier cosa, menos lo que realmente necesitaba.
Hera estaba frente al mostrador del lavabo, con su mirada en el teléfono que Tigre había dejado.
—Está preocupado —fue lo que él dijo antes de irse—. Llámalo cuando estés lista.
Si Hera quisiera ver a Dominic o llamarlo, podría hacerlo, sin la ayuda de nadie. Pero, ¿por qué no lo había hecho? Porque aunque escuchar la voz de Dominic fuese lo único que quería en este momento, no podía. Hera sabía que una vez que lo escuchara, o incluso solo el sonido de su respiración, correría hacia él como un perro, independientemente de la marca en su espalda.