La expresión en el rostro de Keila era un testimonio de su depravación. Algo entre una satisfacción engreída y una mueca de odio.
Incluso en este momento, ella estaba más centrada en el hecho de que los había superado, que en la realidad de que había entregado a su propio hijo recién nacido a un hechicero oscuro depravado.
Neveah apenas podía comprenderlo. Un escalofrío recorrió su columna. Recuerdos de los terrores que enfrentó desde su nacimiento, criada por otro hombre depravado, lejos en el otro lado del mundo.
Cómo rezaba cada día, para que el Creador le quitara la vida. Porque no tenía en sí misma el valor de terminar con su patética existencia.
Cómo se había empañado su vida y su moral, conformándose para adaptarse a lo que Lothaire decidiera que encajaría en el día.
Buena cuando necesitaba lo bueno. Pura cuando necesitaba lo puro. Una seductora cuando él lo deseaba. Una asesina a sangre fría cuando le convenía.
—¿Lo has sostenido siquiera? —susurró.