En el momento en que Mira empujó la puerta naranja para abrirla, una fuerza invisible la envolvió. Era como si la gravedad misma hubiese tomado un interés agudo en ella, intentando anclarla al mismo lugar en el que se encontraba. Sintió que sus rodillas se doblaban ligeramente, pero se contuvo, estabilizando su postura mientras observaba la intimidante presión que pesaba sobre ella.
Era como tener una montaña en la espalda y un planeta sobre los hombros. El mismo aire que respiraba se sentía denso, cada inhalación una tarea laboriosa. La presión no la aplastaba instantáneamente; en cambio, aumentaba lentamente, una marea implacable que amenazaba con molerla hasta convertirla en polvo.
Sin embargo, Mira no retrocedió ni intentó resistirla. La aceptó.
—Supongo que este Infierno tiene algo que ver con el peso —dijo Mira manteniéndose erguida.