Desde el momento en que María ingresó a la gran entrada de El Sanctum, la atmósfera alrededor de la mansión cambió. La multitud quedó en silencio, con los ojos fijos en la figura divina que se encontraba ante ellos. Su cabello rubio brillaba bajo el sol, y su sonrisa radiante traía consuelo a todos los que la presenciaban.
Con un movimiento de su mano, la multitud comenzó a avanzar de manera ordenada. A pesar de su número, no había señales de caos o inquietud. Era como si la mera presencia de María asegurara armonía y orden en su vecindad.
A medida que los individuos heridos y angustiados entraban a la mansión, eran recibidos por el personal capacitado, que eran todos subordinados de Mira. Ellos clasificaban a las personas entre aquellos que necesitaban atención urgente, aquellos con lesiones menos graves, y las personas que no venían aquí para ser tratadas sino que querían comprar.