El cielo sobre Mira comenzó a transformarse, revelando el exquisito tapiz del amanecer, bañado en tonos de oro y carmesí. Los primeros rayos del aparentemente artificial sol en este Reino se extendieron tiernamente, despejando las sombras e iluminando el camino que yacía adelante.
Cada paso que Mira daba parecía más ligero, como si el propio sol le prestara su fuerza, permitiéndole avanzar sin cargas.
Se encontró en un prado, exuberante y lleno de vida, el verde vibrante de la hierba contrastaba fuertemente con la oscura celda que acababa de dejar atrás. Este era un reino de libertad y posibilidades, un lienzo esperando las pinceladas de su destino.
A pesar de la aparente tranquilidad, Mira no podía olvidar las escalofriantes palabras del hombre en la celda. —Al final, siempre estarás sola. Su voz todavía resonaba en su mente, dejando un rastro de escarcha sobre su recién encontrada libertad.
Sola.