Rafael frunció el ceño cuando escuchó las palabras del rey, luego negó con la cabeza.
Habló con calma:
—A los ojos de la gente de Cretea, es un crimen esparcir el polvo mágico sobre los humanos, pero ¿realmente es un crimen darles la oportunidad de obtener magia? Las hadas, elfos, sirenas y otras razas tienen magia. Creo que es lo correcto.
—Ellos nacieron con magia en su reino. No nos robaron —respondió el rey sin emoción—. Robar nunca está bien.
—Pero, fui yo quien robó el polvo mágico. Deberías castigarme a mí, y no a ella —insistió Rafael—. No a Rowena.
—Fuiste engañado y no es tu culpa —el rey replicó con impaciencia—. Yo estaba protegiéndote de una seductora que posiblemente podría arruinar aún más tu vida. ¡Tenemos suerte de haberla atrapado antes de que pudiera causar más daño a este reino y a ti!
—¿Crees que soy tan tonto para dejarme engañar por una mujer? —Rafael levantó la mirada y habló con expresión cortante.
Dijo: