Andrés continuaba luchando aunque sus manos y piernas ya le dolían. Su piel ya estaba roja como si fuera a sangrar en cualquier momento debido a la cuerda apretada que ataba sus brazos y piernas.
Los ojos inyectados en sangre de Andrés lanzaban dagas a Obispo, quien tenía una sonrisa malévola en su rostro. También los estaba maldiciendo, diciéndoles que no tocaran a Alveena.
Obispo se tocó la oreja, molesto por el ruido fuerte de Andrés. Señaló a su subordinado para que le cubriera la boca a Andrés con la cinta de embalar.
No podía concentrarse si alguien continuaba maldiciendo y gritando frente a él. Un hombre se acercó a Andrés. Estaba a punto de ponerle la cinta en la boca pero Andrés de repente le mordió el brazo.
—¡Argh! ¡Joder! ¡Bastardo!
El hombre golpeó fuertemente a Andrés en el abdomen. Después de eso, lanzó otro golpe a su rostro.
—¡Te lo mereces! ¡Bastardo! —Le dio otra patada fuerte en el abdomen de Andrés.