Y la segunda vez que Raine abrió los ojos fue cuando sintió que toda la luz a su alrededor se atenuaba de repente, sumiendo su entorno en la oscuridad instantáneamente. Estaba en la misma habitación, en la misma noche de la muerte de sus padres.
Raine sostenía la enorme hoja, lista para matar a las dos criaturas que estaban a punto de matar a sus padres. Del otro lado, pudo ver a un sonriente Belphegor, mirándola perezosamente.
—Hola de nuevo, Raine —levantó la mano y sonrió con suficiencia—. ¿Qué tal? ¿Contenta con tu decisión?
Raine cayó al suelo y la espada en su mano se estrelló ruidosamente en el suelo del silencioso cuarto. El tiempo estaba detenido, pero no había sido ella. Había sido obra de Belphegor.
—¿Cómo... —Su respiración se volvía irregular y su rostro se contorsionaba con pensamientos terribles—. ¿Qué... —las lágrimas rodaban por sus mejillas—. ¿Cómo pudiste hacer eso...?