A pesar del dolor aplastante, la bruja logró sonreír débilmente al hombre que había amado durante mucho tiempo, aquel por quien había sacrificado todo lo que tenía, cuerpo y alma.
Sin embargo, si este iba a ser el final, Serefina no quería irse afligida ni dejar sentimientos de remordimiento para Jedrek.
Ya que Jedrek lo sabía todo, Serefina no quería que él se sintiera culpable por la decisión que ella había tomado.
Porque ahora, si tenía que irse, entonces hacerlo en los brazos de Jedrek era lo mejor que podía obtener para acabar con este dolor, donde Serefina siempre pensó que moriría sola y solitaria.
—¿Has cuidado de mi gata? —preguntó Serefina en voz baja, pero fue suficiente para que Jedrek la escuchara claramente—. ¿Después de que me fui?
—Sí —respondió Jedrek—. La he cuidado como un tesoro. Fue una respuesta honesta y eso hizo sonreír a Serefina.
—Sé que la cuidarás —dijo ella—. Solo esperaba poder verla aún cuando regresara.