El dolor de convertirse en el demonio fue mucho más doloroso de lo que Caleb había descrito. El dolor era similar a tener todos los huesos rotos. Aunque Ian había pensado que el dolor de perder a su madre jamás se compararía con ningún otro dolor que el mundo pudiera ofrecerle, el dolor que sentía ahora estaba en su propia liga. Su temperatura corporal aumentaba, su sangre que corría por sus venas se movía como lava e Ian podía sentir cada uno de sus nervios temblando dentro de su cuerpo como si estuviera resistiéndose a desgarrarse.
La mañana había llegado cuando Ian lo comprendió. Con su nuevo poder, se sentía verdaderamente como si hubiera nacido de nuevo. Había un inmenso poder que podía sentir a través de su palma que estaba listo para destruir cualquier cosa a su alrededor. Caleb lo miró fijamente mientras se levantaba del suelo.