El ser en forma de gato, compuesto de sombras y contradicciones, esperó en silencio mientras Rey flotaba en el mar de oscuridad sin forma.
Sin viento. Sin movimiento. Nada salvo el resplandor del cuerpo radiante de Rey y la silueta más negra que el negro de la entidad frente a él. Su sonrisa persistía—algo primigenio, algo inquietante, como una expresión tallada en el rostro de un sueño que nunca debió ser recordado.
Rey miró al ser, el eco de su pregunta aún resonando en su mente.
—¿Por qué debería ayudarte?
El silencio se extendió un momento más—hasta que Rey habló.
—Me necesitas.
La sonrisa del gato no se desvaneció, pero su cabeza se inclinó con curiosidad. No confirmó ni negó. Solo observó.
Rey inhaló lentamente. No había aire aquí, pero el movimiento lo hizo sentirse más seguro.
—Ater debió haberme enviado aquí por una razón —continuó—. Sabía que llegaría a este lugar. Sabía que te encontraría. Quizás... este fue parte de su plan todo el tiempo.