"""Los cielos de H'Trae, una vez pintados de brillantes dorados y suaves azules, se habían vuelto negros.
No quedaban estrellas. No salía el sol. No cantaban pájaros. No soplaban vientos.
Sólo silencio.
Entonces vino el fuego.
Llamas que no tenían color, pero ardían más calientes que cualquier cosa que pudiera existir en el reino de la realidad e imaginación.
Se extendieron por las tierras como un infierno nacido de la condenación, devorando bosques, montañas, ciudades y océanos por igual. Nada resistió. Ni los templos fortificados del Continente Oriental, ni los archivos sagrados del Reino de las Hadas.
Todo cayó.
Todo ardió.
Los gritos del mundo se desvanecieron en el humo.
Los cadáveres de deidades, leyendas, guerreros, líderes, plebeyos y bestias cubrían el suelo ceniciento, los huesos desintegrándose en polvo bajo el peso del fuego cósmico. Todo lo que estaba vivo ya se había ido. Ahora el mundo lo seguía.
En el centro del mundo muerto se arrodillaba Rey.