Reuniendo

El reino había vuelto a cobrar vida una vez más tras la desaparición de los Otromundistas.

La nieve había enterrado la sangre que había sido derramada en el suelo, y los aborígenes habían retomado su vida cotidiana, abriendo las puertas de sus casas y puestos.

De un mundo frío y helado lleno solo de los extraños Otromundistas, a un lugar lleno de vida y bullicioso con ruido y risas.

Todo se debía a una diferencia en las personas que vivían allí.

En uno de estos lugares había un pequeño pueblo, anidado más lejos de la ciudad principal.

Allí se sentaban dos hombres, en una mesa redonda, botellas de vino alcohólico colocadas sobre la mesa, con algunas caídas y rotas en el suelo.

Uno de los hombres era de cabello canoso, con ojos verdes apagados, vestido con un grueso abrigo de piel que cubría toda su figura.