Resultó que Thrudd estaba realmente seria sobre ofrecerle esa barra de proteína a Fiona.
Los dos se sentaron juntos en un acantilado con vistas a su valle aislado.
Fiona ya no tenía tanto frío ahora que había escogido un asiento entre dos bestias infernales enormes que resultaban ser como calentadores de espacio vivientes.
Fiona empezaba a ver el encanto de las bestias. Eran algo lindas e inofensivas cuando te acostumbrabas a su apariencia.
—Es gracioso… este lugar me recuerda un poco a casa.
—¿Hm? —Fiona levantó la vista con la boca llena de proteína de mantequilla de maní y encontró a Thrudd mirando el valle con una mirada desolada.
—Mi familia vive en un valle justo como este. Aunque, es un poco más vibrante y el lago está mucho más limpio —Thrudd se rió.
Fiona realmente pensó que estaba bromeando.
Nadie de la Orden había pisado jamás el abismo. Incluso los dioses solo habían comenzado a ser admitidos recientemente.