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Lailah era, con mucho, la cara menos conocida en la mesa. Era una de las esposas que realmente no solía salir mucho de la casa. Lo que significaba que dejaba Tehom aún menos. Y aun cuando se dignaba a mostrar su rostro, usualmente estaba cómodamente oculta en algún lugar dentro de Ayaana. Y sin embargo, a pesar de su falta de apariciones a través de los eones, Lailah era, de alguna manera, instantáneamente reconocible. Las descripciones de una diosa de piel bronceada, cuya piel brillaba a la luz del sol como el rocío de la mañana, eran difíciles de confundir. Pero más que nada, era su inaudita aura fría y dominante lo que realmente sellaba su identidad.