—¿Has estado bebiendo?
Abadón apenas podía decir que no había esperado algún tipo de reacción, pero esto realmente se sentía como una exageración.
—No, porque no me has ofrecido nada. —Se encogió de hombros.
—Tal vez sigues siendo tú después de todo. Tus chistes siguen siendo incorrigiblemente poco graciosos.
Abadón frunció los labios. Esta era la razón por la que sus esposas eran las mejores; siempre pensaban que él era gracioso.
—¿Qué en nombre del creador te motivaría a querer establecer un centro de alcance en mis tierras, de todos los lugares? —cuestionó Amaterasu.
—No solo en tus tierras. En las de todos. Eres la primera persona a la que se lo pido.
—Qué halagador. Soy la primera persona en ver que has perdido la razón otra vez.
—No estoy loco, Amaterasu.