Por supuesto, las cosas nunca eran tan simples...
En el mismo instante en que Alex pensó en su tranquila tarde, sonó su intercomunicador.
Rodando los ojos con molestia, Alex se levantó para ver quién era. Era la recepción.
Tocando la pantalla para responder, Alex mostró una sonrisa brillante.
—Sí, Peter. ¿Qué puedo hacer por ti? —preguntó.
—Sr. Leduc. Buen día para usted. Tiene una visita en el vestíbulo. Dice que necesita hablar con usted urgentemente. —informó Peter.
Alex frunció el ceño. No esperaba que nadie viniera aquí.
Una llamada, seguro. Pero no una visita.
—¿Dijo su nombre? —preguntó.
—Sí. Es la señora Constantine Levesque... —dijo el hombre, mirando a la mujer con un atisbo de miedo.
La sonrisa de Alex desapareció, su rostro quedó plácido.
—Dile que se largue. No quiero verla —dijo Alex, antes de colgar.
Pero mientras caminaba de vuelta hacia el sofá, su intercomunicador sonó de nuevo. Alex gruñó bajo mientras miraba al maldito aparato con ira.