La concentración de Alexander se disparó al máximo, y los sonidos de la cueva casi desaparecieron por completo para él, mientras su respiración y latidos llenaban sus oídos.
—Este enemigo no es un kobold cualquiera —reflexionó, mirando al lagarto de arriba abajo.
Las escamas del kobold brillaban como el acero pulido, su tonalidad rojiza resplandeciendo ligeramente en la luz que las llamas de Kary aún emitían sobre ellos. Parecía un diablo sacado directamente de una película, su mirada lo suficientemente fría como para congelar el infierno mismo.
—No puedo ganar como un simple humano. Necesitaré fusionarme. White, ¿estás conmigo? —preguntó mentalmente a su acompañante canino.
—Deja al chucho fuera de esto, joven —resonó una voz femenina en su mente, seguida de un gruñido de advertencia.
A White no le gustaba ser llamado chucho, pero la presencia de Shegror relegó el orgullo del lobo y tomó la vanguardia en la mente de Alexander.