—Estás muriendo... —murmuró Kary.
—Sí. No me queda mucho en este mundo —respondió la arpía.
—Buena falta que haces —escupió Alex, su empatía por los monstruos recién agotada.
La reina arpía soltó lo que parecía una risa, pero terminó en un ataque de tos, con sangre salpicando desde su pico cerrado.
—Puedes pensar que solo soy un invasor peligroso, humano. Pero nunca tuve la intención de cazar más allá de estas colinas. Cuando llegué por primera vez a tu mundo, me tomó días antes de que mi mente se despejara del sentimiento de ira, y volví a mi ser habitual —dijo la arpía, con un suspiro siguiendo sus palabras.
—Ja. Como si fuera a creer las palabras de un monstruo. Incluso si actúas con sensatez, tus arpías ya han demostrado que estás lejos de ser benévola. La gente ya murió por ellas, y tus 'hijos' nos atacaron a primera vista en el volcán —gruñó Alex.
La arpía miró a Alex con un atisbo de ira, pero se desvaneció tan rápido como apareció, reemplazada por una mirada cansada.