Cuando su grupo se separó de ella, respetando sus deseos, la mirada inexpresiva de Kary se fijó en su oponente.
Con tanta magma cayendo desde arriba y el maná en esta caverna más rico de lo que había visto en toda la mazmorra, se sentía como un pato en el agua.
Llevantando los brazos hacia el magma que se aproximaba, Kary sintió que reaccionaba a su voluntad, aunque con dificultad. Entendió que esto se debía a que había más piedra que llama en el magma, y su afinidad con la piedra nunca había sido grande.
Pero esa pequeña diferencia no le importaría, dado que el kobold ya había perdido control sobre ella. No necesitaba luchar contra él por el poder, y el magma reaccionaba libremente a su voluntad.
Despidiendo maná, Kary registró mentalmente cada gota de magma que caía y empezó a darles órdenes, dejando que su maná hiciera el resto.